La carrera contra el reloj del Presidente y la Alianza. Ascanio Cavallo
La palabra "personalismo" se ha instalado con curiosa preeminencia en el vocabulario de la derecha. Es una manera de describir a un gobierno al que muchos de sus dirigentes no terminan de entender. Pero es también una forma anticipada de resistencia contra la idea de un "piñerismo" que termine por sustituir a los partidos, después de haberlos desplazado del gobierno.......El debate por el proyecto de ley de reconstrucción se convirtió, en los últimos días, en el espacio simbólico de esta tensión. Quienes la tradujeron con toda crudeza fueron la UDI, que resistió hasta el final el alza de impuestos sin compensaciones para las empresas, y el Instituto Libertad y Desarrollo, con Hernán Büchi a la cabeza, que le reprochó al paquete legislativo una incapacidad global para impulsar el crecimiento y el empleo. Hacia el fin de semana, ese espacio se ampliaba con el anuncio de que Büchi y un grupo de legisladores de la UDI prepararían nuevos proyectos para asegurar esos fines, que serán presentados al Ejecutivo con la expectativa de que los incluya en los anuncios del 21de mayo.
No llegaron a constituir un proyecto "alternativo" al del gobierno, como se quiso en un primer momento, y terminaron en uno "complementario". Esa concesión es una buena expresión del poder de La Moneda, aunque también hay en ella una cierta advertencia acerca de cómo se puede complicar la vida legislativa de la Alianza.
Büchi no es sólo el líder de Libertad y Desarrollo, sino de todas las generaciones de economistas y empresarios que confían en la sabiduría del mercado desde fines de los 90. No es un economista más: es el guardián de la ortodoxia, el depositario de la doctrina. Visto desde su óptica, el pragmatismo del gobierno -la necesidad de contar con votos de la Concertación para aprobar el proyecto- es un error político, junto con una desviación doctrinaria.
Hace 20 años, en el páramo dejado por la derrota plebiscitaria del general Pinochet, la ocurrencia de un aficionado convirtió a Büchi en el candidato presidencial de la derecha, una audacia sólo comparable con la de Marco Enríquez-Ominami. En esa carrera lo acompañaron, con un entusiasmo incluso excesivo, tres hombres: Sebastián Piñera, Andrés Allamand y Cristián Larroulet.
Como la política es sarcástica, ahora uno es el Presidente Piñera, otro es el ministro Larroulet y los dos restantes, el economista y el senador, están entre los más ácidos críticos de sus socios de antaño. No es que vayan a pasar a la oposición, como se ha dicho con humor negro: es que quieren que el Presidente cambie, como hace dos décadas quería Piñera que cambiara el candidato.
No está en juego sólo la doctrina. Más estructuralmente, lo que Büchi y la UDI (y Allamand dentro de RN) representan es también el esfuerzo por interponer los principales contrapesos institucionales -los partidos y los centros de estudio (recordar el papel del CEP en la presión para la venta de Chilevisión)- como barrera de contención contra el "personalismo".
Para esos sectores críticos, el exceso de pragmatismo del gobierno, que es una de las caras de su "eficientismo", amenaza con torcer en forma irreversible lo que debiera ser un proyecto de derecha; la sola idea de que pueda parecerse a la Concertación les parece agraviante, si es que no una confirmación de sus antiguas aprensiones sobre la filiación del Presidente. Así fueron leídos, en un importante sector de la UDI, los anuncios sobre reformas políticas que introduciría el Presidente en su mensaje del 21, la mayoría de los cuales fueron banderas de la administración pasada.
En un segundo nivel, consideran también que el desplazamiento de los partidos y de la política institucional -con consulta, participación, mecanismos de debate y acuerdo- es casi una garantía de que no tendrá continuidad más allá de sí mismo. Con los partidos jibarizados no será posible una nueva campaña como la que llevó a Piñera a La Moneda. Es posible, dicen, que este sea el estilo que mejor se aviene con el Presidente. Pero es el que peor le sienta a la Alianza.
Y está todavía, un escalón más arriba, la sospecha de que el Presidente puede abrigar una tentación refundacional con la derecha, una tentación que partiendo del "piñerismo" signifique liquidar -por asfixia o por inanición- a todos los sectores y grupos que representaron a la derecha chilena en los últimos cien años.
Estas percepciones han creado un clima de desafecto en los partidos, que se ha venido expresando con creciente intensidad en la UDI. Las próximas elecciones internas han favorecido la convergencia de la defensa doctrinaria, el sentimiento de marginación y la falta de institucionalidad.
Es una paradoja que esa convergencia favorezca a los contradictores del actual presidente de la UDI, el senador Juan Antonio Coloma, que se ha esforzado por equilibrar sus reproches al gobierno con el constante recuerdo de que contribuyeron a su elección. El caso es que los reclamos de Coloma no han sido todo lo exitosos que parte de la UDI quisiera.
Y por eso a sus espaldas se ha comenzado a levantar la sombra de Pablo Longueira, cuyo silencio era ya muy elocuente. Lo más probable es que Longueira no sea candidato a dirigir su partido si Coloma se presenta a la reelección; pero si éste no lo hace, el senador más fuerte de la UDI podría tomar el mando. Y eso ya no sería para intercambiar gentilezas con el gobierno.
Es obvio que el Presidente no ignora estos riesgos. Fiel a su estilo, juega en los bordes. El estrés a que están sometidos los ministros y los altos funcionarios tiene aquí su explicación. Es una carrera contra el reloj: no el de la oposición, sino el de la Alianza. Lo que el Jefe de Estado espera es que los resultados exitosos, la recuperación acelerada y el subsecuente beneficio de las encuestas le permitan enfrentar la presión de los partidos. De otro modo, tendrá que modificar el estilo del gobierno que tanto le costó alcanzar. Otra apuesta en los bordes.[+/-] Seguir Leyendo...
No llegaron a constituir un proyecto "alternativo" al del gobierno, como se quiso en un primer momento, y terminaron en uno "complementario". Esa concesión es una buena expresión del poder de La Moneda, aunque también hay en ella una cierta advertencia acerca de cómo se puede complicar la vida legislativa de la Alianza.
Büchi no es sólo el líder de Libertad y Desarrollo, sino de todas las generaciones de economistas y empresarios que confían en la sabiduría del mercado desde fines de los 90. No es un economista más: es el guardián de la ortodoxia, el depositario de la doctrina. Visto desde su óptica, el pragmatismo del gobierno -la necesidad de contar con votos de la Concertación para aprobar el proyecto- es un error político, junto con una desviación doctrinaria.
Hace 20 años, en el páramo dejado por la derrota plebiscitaria del general Pinochet, la ocurrencia de un aficionado convirtió a Büchi en el candidato presidencial de la derecha, una audacia sólo comparable con la de Marco Enríquez-Ominami. En esa carrera lo acompañaron, con un entusiasmo incluso excesivo, tres hombres: Sebastián Piñera, Andrés Allamand y Cristián Larroulet.
Como la política es sarcástica, ahora uno es el Presidente Piñera, otro es el ministro Larroulet y los dos restantes, el economista y el senador, están entre los más ácidos críticos de sus socios de antaño. No es que vayan a pasar a la oposición, como se ha dicho con humor negro: es que quieren que el Presidente cambie, como hace dos décadas quería Piñera que cambiara el candidato.
No está en juego sólo la doctrina. Más estructuralmente, lo que Büchi y la UDI (y Allamand dentro de RN) representan es también el esfuerzo por interponer los principales contrapesos institucionales -los partidos y los centros de estudio (recordar el papel del CEP en la presión para la venta de Chilevisión)- como barrera de contención contra el "personalismo".
Para esos sectores críticos, el exceso de pragmatismo del gobierno, que es una de las caras de su "eficientismo", amenaza con torcer en forma irreversible lo que debiera ser un proyecto de derecha; la sola idea de que pueda parecerse a la Concertación les parece agraviante, si es que no una confirmación de sus antiguas aprensiones sobre la filiación del Presidente. Así fueron leídos, en un importante sector de la UDI, los anuncios sobre reformas políticas que introduciría el Presidente en su mensaje del 21, la mayoría de los cuales fueron banderas de la administración pasada.
En un segundo nivel, consideran también que el desplazamiento de los partidos y de la política institucional -con consulta, participación, mecanismos de debate y acuerdo- es casi una garantía de que no tendrá continuidad más allá de sí mismo. Con los partidos jibarizados no será posible una nueva campaña como la que llevó a Piñera a La Moneda. Es posible, dicen, que este sea el estilo que mejor se aviene con el Presidente. Pero es el que peor le sienta a la Alianza.
Y está todavía, un escalón más arriba, la sospecha de que el Presidente puede abrigar una tentación refundacional con la derecha, una tentación que partiendo del "piñerismo" signifique liquidar -por asfixia o por inanición- a todos los sectores y grupos que representaron a la derecha chilena en los últimos cien años.
Estas percepciones han creado un clima de desafecto en los partidos, que se ha venido expresando con creciente intensidad en la UDI. Las próximas elecciones internas han favorecido la convergencia de la defensa doctrinaria, el sentimiento de marginación y la falta de institucionalidad.
Es una paradoja que esa convergencia favorezca a los contradictores del actual presidente de la UDI, el senador Juan Antonio Coloma, que se ha esforzado por equilibrar sus reproches al gobierno con el constante recuerdo de que contribuyeron a su elección. El caso es que los reclamos de Coloma no han sido todo lo exitosos que parte de la UDI quisiera.
Y por eso a sus espaldas se ha comenzado a levantar la sombra de Pablo Longueira, cuyo silencio era ya muy elocuente. Lo más probable es que Longueira no sea candidato a dirigir su partido si Coloma se presenta a la reelección; pero si éste no lo hace, el senador más fuerte de la UDI podría tomar el mando. Y eso ya no sería para intercambiar gentilezas con el gobierno.
Es obvio que el Presidente no ignora estos riesgos. Fiel a su estilo, juega en los bordes. El estrés a que están sometidos los ministros y los altos funcionarios tiene aquí su explicación. Es una carrera contra el reloj: no el de la oposición, sino el de la Alianza. Lo que el Jefe de Estado espera es que los resultados exitosos, la recuperación acelerada y el subsecuente beneficio de las encuestas le permitan enfrentar la presión de los partidos. De otro modo, tendrá que modificar el estilo del gobierno que tanto le costó alcanzar. Otra apuesta en los bordes.[+/-] Seguir Leyendo...
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