Renovación: entre la promesa y la coartada .María de los Angeles Fernández-Ramil
La foto netamente masculina que ilustra el reportaje «Renovación en jaque», publicado en La Segunda el 14 de abril pasado, revela las aristas de la renovación partidaria. Más allá del episodio Tohá-Rossi, la renovación entendida como un simple recambio de rostros en clave generacional, trasluce la impermeabilidad al cambio cultural en curso en la sociedad chilena. Nos referimos a la presencia creciente de mujeres en la esfera pública. ¿No resulta, acaso, un contrasentido que dos de los partidos de la coalición que sustentó el gobierno de Michelle Bachelet no logren incorporar mujeres para integrar sus directivas, con excepción de Tohá? Frente al déficit de presencia femenina en política, el gobierno pudo, como con los impuestos, dar un golpe a la cátedra. Pero no. Se optó por pocas ministras y, para más remate, eclipsadas por el hiperactivismo del Presidente.....Sin renovación partidaria, mal puede hablarse de renovación de la política. El resultado insatisfactorio de las elecciones municipales de 2008 abrió la oportunidad para plantear en la Concertación una demanda latente, pero insuficiente: la circulación del poder en el seno de las estructuras partidarias. La irrupción de la candidatura de M-EO, desafiando la toma de decisiones cupular, fue la válvula de escape para dicha demanda.
Sin un análisis integral de las causas de la derrota electoral, resulta difícil identificar respuestas. Las que se observan son reactivas, atarantadas y digitadas por los líderes partidarios de siempre. Se corre, con ello, el riesgo de incurrir en un cierto gatopardismo, profundizando la distancia entre ciudadanos y partidos. Decir que los políticos más jóvenes no saben cooperar no resulta creíble en una sociedad marcada por la competencia y el individualismo. ¿Por qué ellos podrían ser distintos?
Por tanto, resulta de interés proveer de elementos que inyecten densidad y responsabilidad al discurso de la renovación. Los partidos son los intermediarios entre la sociedad y el Estado, y su función esencial es la representación política. De acuerdo con la literatura, ésta puede expresarse en tres dimensiones que permiten establecer conexiones básicas entre ciudadanos y políticos: receptividad, rendición de cuentas e inclusividad. De este marco, se desprenden algunas líneas para realizar un test a los candidatos en las internas partidarias: ¿qué medidas se adoptan para incorporar a los grupos excluidos de la actividad política, principalmente las mujeres?; si hay cuotas, ¿por qué no se cumplen?; ¿cómo y quién realiza el control sobre la actuación de los cargos públicos?; ¿cómo y por qué se modifican los estatutos?; ¿hay espacio para el disenso y para las minorías críticas?; ¿qué rol tienen la ciudadanía y las organizaciones sociales a la hora de suministrar ideas, especialmente en los programas electorales?; ¿qué mecanismos se utilizan para seleccionar a los candidatos?; ¿cuál es el origen y uso del financiamiento partidario?
Sólo así dispondremos de elementos para juzgar si la renovación es un intento sincero de adaptación a los retos del entorno o si se trata, solamente, de una coartada.
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Sin un análisis integral de las causas de la derrota electoral, resulta difícil identificar respuestas. Las que se observan son reactivas, atarantadas y digitadas por los líderes partidarios de siempre. Se corre, con ello, el riesgo de incurrir en un cierto gatopardismo, profundizando la distancia entre ciudadanos y partidos. Decir que los políticos más jóvenes no saben cooperar no resulta creíble en una sociedad marcada por la competencia y el individualismo. ¿Por qué ellos podrían ser distintos?
Por tanto, resulta de interés proveer de elementos que inyecten densidad y responsabilidad al discurso de la renovación. Los partidos son los intermediarios entre la sociedad y el Estado, y su función esencial es la representación política. De acuerdo con la literatura, ésta puede expresarse en tres dimensiones que permiten establecer conexiones básicas entre ciudadanos y políticos: receptividad, rendición de cuentas e inclusividad. De este marco, se desprenden algunas líneas para realizar un test a los candidatos en las internas partidarias: ¿qué medidas se adoptan para incorporar a los grupos excluidos de la actividad política, principalmente las mujeres?; si hay cuotas, ¿por qué no se cumplen?; ¿cómo y quién realiza el control sobre la actuación de los cargos públicos?; ¿cómo y por qué se modifican los estatutos?; ¿hay espacio para el disenso y para las minorías críticas?; ¿qué rol tienen la ciudadanía y las organizaciones sociales a la hora de suministrar ideas, especialmente en los programas electorales?; ¿qué mecanismos se utilizan para seleccionar a los candidatos?; ¿cuál es el origen y uso del financiamiento partidario?
Sólo así dispondremos de elementos para juzgar si la renovación es un intento sincero de adaptación a los retos del entorno o si se trata, solamente, de una coartada.
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