Carta abierta a un Obispo al cual admiro. Juan Claudio Reyes
Estimado Monseñor Goic:
Al igual que millones de personas, en todo el mundo, he observado con mucho dolor los últimos acontecimientos que afectan a la Iglesia Católica, “mi” Iglesia, desde siempre.
Permítame que ligue dos temas aparentemente inconexos. La conducta de la Iglesia chilena después del terremoto y la de la Iglesia mundial acerca de los tantos casos de pedofilia que ahora se denuncian y que siempre se conocieron.
Después de la tragedia del 27 de febrero no ocurrió lo que era tradicional en circunstancias similares anteriores; es decir, no estuvieron nuestras parroquias llenas de programas de ayuda a los damnificados, como fue en buena parte de nuestra historia, en el país.
Seguramente hubo muchas muestras de ello y, también, nuevas expresiones de lo mismo. Pero una acción orientada, desde nuestra jerarquía, con conductas prácticas, que movilizaran “a los católicos y hombres de buena voluntad”, como se solía decir, no se vio.
Y lo que si se vio, con mucho dolor, fue una preocupación de la Iglesia por los templos destruidos y los costos para la reparación de estos......Que gran oportunidad desperdiciada.
Tal vez hubiera bastado con decir algo como: “La Iglesia Católica no iniciará ningún proceso de búsqueda de recursos ni reparación de sus templos, hasta que no quede ningún chileno sin techo y abrigo, como consecuencia del terremoto”
Que gran gesto hubiera sido. Entre tanto desencanto, muchos nos habríamos podido sentir reconfortados, por la conducta consecuente de nuestra Iglesia, con las enseñanzas del Evangelio.
Total, “donde dos se reúnan en mi nombre, allí estaré yo”, o algo similar, se nos enseñaba en la catequesis. Así esperábamos la presencia de Dios.
Esto me hizo recordar la manera en que mis padres y muchos, en la Villa Olímpica, de principios de los años 60, trabajaron, durante años, para la construcción de la Parroquia Santa Catalina, mientras en paralelo hacían lo mismo para dotar a nuestro barrio de un supermercado Unicoop.
Mientras tanto, la misa se hacía al aire libre, bajo el techo luego y, después de mucho, en un templo.
Pero allí estaba el, incluso antes de la primera pared.
En relación a la conducta de la Iglesia universal respecto a la pedolfilia de tantos de sus miembros y a las miles, tal vez millones de víctimas inocentes, hemos conversado en familia, con los hijos menores, de 17, 13 y 11 años.
No ha sido fácil.
Ante el cúmulo de información al respecto, era imperioso orientar a los niños, todos creyentes, especialmente a Tomás, que este año recibe la Primera Comunión.
Y no hubo alternativa. Nada puede hoy ligar la fe a la institución de la Iglesia
Católica. Si así fuera, entonces deberíamos no solo perder a nuestra Iglesia, sino también nuestra fe. Y ella nos es imprescindible, no así la Iglesia.
Y ello es muy duro.
Durante los duros años que vivió nuestro país, una de las inspiraciones para trabajar a favor de la democracia, era la presencia de la Iglesia Católica, con su lucha a favor del respeto a los derechos humanos. Y en paralelo, ocurrían estas aberraciones, que ayer se ocultaban y que hoy afloran por todos lados.
¿Cómo explicarle a los niños que un Obispo chileno, en vez de ser despojado de su condición sacerdotal y llevado a la justicia, luego de estar involucrado en atentados a la dignidad de otros niños, sea enviado a otro país?
¿Cómo explicarles que el bien superior para el actual Pontífice haya sido la protección del secretismo en la Iglesia y no hacerle la mínima justicia a decenas de niños sordomudos violados por un sacerdote?
Créame Monseñor, no soy capaz de inventar argumentos falaces para explicar lo inexplicable. Y por supuesto no quiero hacerlo.
No me es posible conciliar el respeto a valores como la vida o la integridad de las persona con el encubrimiento, sistemático, durante tanto tiempo, de quienes abusaron de menores, miles de los cuales en las condiciones del a peor indefensión.
Y sobre esto, el señor Cardenal Errázuriz es capaz de decir que estos hechos atroces, cometidos por sacerdotes, en Chile, “gracias a Dios son poquitos”.
¿Dónde se pone el límite Monseñor?
En la protección de décadas a las atrocidades cometidas por Maciel, mientras todos los que sabían de sus barbaridades ocultaban la verdad, dejando crecer un movimiento, solo por el hecho que eran buenos patrocinadores de las acciones de la Iglesia.
¿Dónde se pone el límite Monseñor?
No me siento débil por reconocer que a mi esto me superó.
No puedo hoy sentir respeto por una institución que no tiene absolutamente nada que ver con el Evangelio que enseña, sobre todo en la incapacidad para reconocer la verdad y dejar que ella fluya, incluso al costo de tener que sentir vergüenza. Y probablemente deber asistir a su peor decadencia.
Gracias a Dios pude hablar con mis hijos asumiendo toda la verdad.
Y seguramente usted, al igual que tantos, sabe que esta es una sola: Si esta es la Iglesia fundada por Jesucristo, seguro que el estará arrepentido.
Le saluda con dolor
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Al igual que millones de personas, en todo el mundo, he observado con mucho dolor los últimos acontecimientos que afectan a la Iglesia Católica, “mi” Iglesia, desde siempre.
Permítame que ligue dos temas aparentemente inconexos. La conducta de la Iglesia chilena después del terremoto y la de la Iglesia mundial acerca de los tantos casos de pedofilia que ahora se denuncian y que siempre se conocieron.
Después de la tragedia del 27 de febrero no ocurrió lo que era tradicional en circunstancias similares anteriores; es decir, no estuvieron nuestras parroquias llenas de programas de ayuda a los damnificados, como fue en buena parte de nuestra historia, en el país.
Seguramente hubo muchas muestras de ello y, también, nuevas expresiones de lo mismo. Pero una acción orientada, desde nuestra jerarquía, con conductas prácticas, que movilizaran “a los católicos y hombres de buena voluntad”, como se solía decir, no se vio.
Y lo que si se vio, con mucho dolor, fue una preocupación de la Iglesia por los templos destruidos y los costos para la reparación de estos......Que gran oportunidad desperdiciada.
Tal vez hubiera bastado con decir algo como: “La Iglesia Católica no iniciará ningún proceso de búsqueda de recursos ni reparación de sus templos, hasta que no quede ningún chileno sin techo y abrigo, como consecuencia del terremoto”
Que gran gesto hubiera sido. Entre tanto desencanto, muchos nos habríamos podido sentir reconfortados, por la conducta consecuente de nuestra Iglesia, con las enseñanzas del Evangelio.
Total, “donde dos se reúnan en mi nombre, allí estaré yo”, o algo similar, se nos enseñaba en la catequesis. Así esperábamos la presencia de Dios.
Esto me hizo recordar la manera en que mis padres y muchos, en la Villa Olímpica, de principios de los años 60, trabajaron, durante años, para la construcción de la Parroquia Santa Catalina, mientras en paralelo hacían lo mismo para dotar a nuestro barrio de un supermercado Unicoop.
Mientras tanto, la misa se hacía al aire libre, bajo el techo luego y, después de mucho, en un templo.
Pero allí estaba el, incluso antes de la primera pared.
En relación a la conducta de la Iglesia universal respecto a la pedolfilia de tantos de sus miembros y a las miles, tal vez millones de víctimas inocentes, hemos conversado en familia, con los hijos menores, de 17, 13 y 11 años.
No ha sido fácil.
Ante el cúmulo de información al respecto, era imperioso orientar a los niños, todos creyentes, especialmente a Tomás, que este año recibe la Primera Comunión.
Y no hubo alternativa. Nada puede hoy ligar la fe a la institución de la Iglesia
Católica. Si así fuera, entonces deberíamos no solo perder a nuestra Iglesia, sino también nuestra fe. Y ella nos es imprescindible, no así la Iglesia.
Y ello es muy duro.
Durante los duros años que vivió nuestro país, una de las inspiraciones para trabajar a favor de la democracia, era la presencia de la Iglesia Católica, con su lucha a favor del respeto a los derechos humanos. Y en paralelo, ocurrían estas aberraciones, que ayer se ocultaban y que hoy afloran por todos lados.
¿Cómo explicarle a los niños que un Obispo chileno, en vez de ser despojado de su condición sacerdotal y llevado a la justicia, luego de estar involucrado en atentados a la dignidad de otros niños, sea enviado a otro país?
¿Cómo explicarles que el bien superior para el actual Pontífice haya sido la protección del secretismo en la Iglesia y no hacerle la mínima justicia a decenas de niños sordomudos violados por un sacerdote?
Créame Monseñor, no soy capaz de inventar argumentos falaces para explicar lo inexplicable. Y por supuesto no quiero hacerlo.
No me es posible conciliar el respeto a valores como la vida o la integridad de las persona con el encubrimiento, sistemático, durante tanto tiempo, de quienes abusaron de menores, miles de los cuales en las condiciones del a peor indefensión.
Y sobre esto, el señor Cardenal Errázuriz es capaz de decir que estos hechos atroces, cometidos por sacerdotes, en Chile, “gracias a Dios son poquitos”.
¿Dónde se pone el límite Monseñor?
En la protección de décadas a las atrocidades cometidas por Maciel, mientras todos los que sabían de sus barbaridades ocultaban la verdad, dejando crecer un movimiento, solo por el hecho que eran buenos patrocinadores de las acciones de la Iglesia.
¿Dónde se pone el límite Monseñor?
No me siento débil por reconocer que a mi esto me superó.
No puedo hoy sentir respeto por una institución que no tiene absolutamente nada que ver con el Evangelio que enseña, sobre todo en la incapacidad para reconocer la verdad y dejar que ella fluya, incluso al costo de tener que sentir vergüenza. Y probablemente deber asistir a su peor decadencia.
Gracias a Dios pude hablar con mis hijos asumiendo toda la verdad.
Y seguramente usted, al igual que tantos, sabe que esta es una sola: Si esta es la Iglesia fundada por Jesucristo, seguro que el estará arrepentido.
Le saluda con dolor
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