lunes, noviembre 16, 2009

Los herederos de Pinochet . Carlos Peña

“Piñera está rodeado de herederos de Pinochet”. Esa fue la declaración que el ex Presidente Lagos —es fácil imaginar su tono de desdén— hizo al diario El País de España.
El senador Novoa —si hay alguien que en esta materia podría reclamar el título de heredero es él— reaccionó con indignación:
“La estrategia de anclarse en el pasado —dijo— cuando Chile está mirando el Bicentenario es una fórmula desesperada con olor a campaña del terror”.

¿Quién tiene la razón de su lado? ¿Lagos o Novoa?

Desde luego —no hay para qué echarse tierra a los ojos—, es obvio que Piñera está abrigado por quienes hicieron parte de su carrera profesional y política a la sombra de Pinochet. De eso no cabe duda. Es cosa de dar un vistazo a los currículos. El senador Novoa, actual presidente del Senado, fue subsecretario del Interior de la dictadura y aunque hoy día, en un lapsus inexplicable, llame “campaña del terror” al hecho que se lo recuerden, la verdad es que él, hasta hace poco, solía sentirse orgulloso de la experiencia. Y tampoco hay que hacer grandes esfuerzos para recordar al senador Coloma abrigado con gamulán en Chacarillas o formando parte del Consejo de Estado que, en una de sus innumerables imitaciones de Franco, se le ocurrió alguna vez a Pinochet. Y así. Por aquí y por allá hay diputados y senadores que hicieron sus primeras armas públicas en la administración de la dictadura.

Ninguno debiera ofenderse porque se lo recuerden. Nunca es triste la verdad.
Lo que no tiene es remedio.

Pero sí es obvio que muchos de quienes hoy aplauden a Piñera (están en todo su derecho, de eso no cabe duda) se ganaron la vida trabajando en la administración de la dictadura, lo que no es igualmente obvio, todo hay que decirlo, es que ese solo hecho los convierta en “herederos de Pinochet”, como lo sugirió el ex Presidente Lagos.

Para ser “herederos de Pinochet” deberían seguir creyendo las cosas que entonces creyeron: que el golpe fue el ejercicio del derecho natural de rebelión; que las violaciones a los derechos humanos no existieron; que la democracia debía ser protegida y el pluralismo limitado; que los senadores designados moderaban los excesos de la voluntad del pueblo; que las Fuerzas Armadas eran el árbitro último de la institucionalidad; que las víctimas exageraban; que Pinochet era un genio político incomprendido, sobrio y no rapaz.

Y lo más seguro es que hoy día cada uno de ellos se avergüence de esas cosas que alguna vez creyó. Y no cabe duda de que ninguno, o casi ninguno, se atrevería a repetirlas.

Y si alguien les recuerda esos viejos vínculos —como lo demuestra el lapsus magnífico del senador Novoa—, sienten algo parecido al horror.

Así que el ex Presidente Lagos se equivoca. No son herederos. Repudiaron la herencia. Bien por ellos y por todos nosotros.

Por eso —todos lo sabemos— la visita que Piñera hizo esta semana a ese puñado de militares tuvo más patetismo que entusiasmo, más demagogia que intento genuino de impunidad, más histrionismo que verdad. Su visita —que, sintiéndola vergonzante, intentó mantener en reserva— tuvo un objetivo puramente simbólico: asegurarse la lealtad de los verdaderos creyentes. Ese puñado de militares en retiro que representan, después de todo, lo único que queda de un régimen del que hoy todos reniegan y del que nadie, ni siquiera los que medraron a su sombra, quiere ni siquiera el recuerdo.

Salvo, claro, esos militares que se ensuciaron las manos y cometieron crímenes imperdonables, mientras estos otros que acaban de repudiar su herencia, escribían discursos en la oficina, redactaban decretos, daban charlas y sostenían la antorcha en Chacarillas.


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