Malo el debate . Carlos Peña
El miércoles se habló, o se aparentó hablar, de todo o casi todo.
De vivienda, de educación, de delincuencia, de familia, de protección social, de desigualdad, de minorías. De esto, de lo otro. Los candidatos -Piñera con sus tics de boxeador cansado, Arrate con su escrupulosa facha de profesor de liceo, Enríquez-Ominami con aspecto de escolar de primer día, y Frei, bueno, Frei con cara de Frei- guardaron cuidadoso silencio acerca de la agenda valórica.
Así, el único tema que divide las posiciones y traza una línea clara entre los que están a favor de la autonomía de las personas y los que están en contra, entre los que piensan que en las decisiones finales hemos de tener tutores y aquellos que creen que es mejor que no, brilló por su ausencia.Carlos Peña
Domingo 27 de Septiembre de 2009
Malo el debate
El miércoles se habló, o se aparentó hablar, de todo o casi todo.
De vivienda, de educación, de delincuencia, de familia, de protección social, de desigualdad, de minorías. De esto, de lo otro. Los candidatos -Piñera con sus tics de boxeador cansado, Arrate con su escrupulosa facha de profesor de liceo, Enríquez-Ominami con aspecto de escolar de primer día, y Frei, bueno, Frei con cara de Frei- guardaron cuidadoso silencio acerca de la agenda valórica.
Así, el único tema que divide las posiciones y traza una línea clara entre los que están a favor de la autonomía de las personas y los que están en contra, entre los que piensan que en las decisiones finales hemos de tener tutores y aquellos que creen que es mejor que no, brilló por su ausencia.
Uno de los temas más importantes -cuánto de la vida de cada uno pertenecerá a cada uno- estuvo ausente del debate. A nadie se le ocurrió preguntar nada de eso. Como si el asunto -que ha ajizado la agenda pública dos o tres veces- no existiera.
Y ello a pesar de que dos días antes se había producido un asunto de veras dramático: una niña violada no había encontrado la píldora del día después gracias al empeño de un puñado de diputados ¿Era eso razonable para los candidatos? ¿Estaban dispuestos a defender la distribución pública de la píldora en esas circunstancias o, en cambio, a impedirla con el argumento de que una vida inocente podría estar en camino? ¿Qué podía decir Piñera de los parlamentarios que abogaron por impedir la distribución de la píldora? ¿Y Frei de la vieja cultura de la Decé que piensa lo mismo?
Es difícil explicar que un asunto tan importante -tamaña injerencia de la política en la vida personal- haya estado ausente del debate.
Una de las explicaciones es que en vez de preguntas directas y claras -¿qué opina usted de tal o cual cosa?- se optó por las disquisiciones, llamémoslas así, sociológicas. Largas introducciones más o menos inductivas que favorecían el lugar común. Preguntas generales -a veces precedidas de verdaderos ensayos aleccionadores- favorecieron respuestas más o menos predecibles.
Así, en ocasiones, el debate pareció una conversación de constructores civiles o de contadores pretenciosos.
No de candidatos presidenciales.
No se trata, por supuesto, de negar la importancia de los temas que se discutieron. El detalle es que, en casi todos, los candidatos estaban más o menos de acuerdo y las diferencias eran, por así decirlo, marginales. ¿Qué diferenciaba, digamos, a Frei, a Piñera o a Enríquez- Ominami en materia de educación, vivienda o protección social salvo la retórica? El único disonante fue Arrate, pero no porque dijera algo distinto, sino porque en rigor, salvo las declaraciones de principios, no decía nada.
En cambio, lo probable es que en una sociedad como la nuestra las verdaderas diferencias estén en los temas valóricos -cuáles son los límites de la vida humana; quién, en la hora final, tendrá la última palabra; cuánto de la vida de cada uno podrá gestionar cada uno- y no en los asuntos, digámoslo así, cuantitativos. A la hora de discutir cuál es el tamaño deseable de la vivienda, cuánta rigurosidad habrá que poner en la persecución de la delincuencia o con qué premura habrá que atender a los enfermos, es poco probable que existan discrepancias de veras.
Y si las hay, son técnicas. O sea, no son verdaderas discrepancias. Cuando dos personas aparentan estar en desacuerdo en un asunto técnico, no están en desacuerdo: lo que ocurre es que uno es más ignorante que el otro.
Pero cuando dos personas discrepan de una cuestión valórica, suelen estar en un desacuerdo verdadero: tienen posiciones distintas frente a las preguntas finales. Y esto es lo que no supimos luego de este debate que, en medio de abucheos y de aplausos, no discutió nada, o casi nada importante.
Por un momento fue como para darle la razón a Schumpeter: en la democracia los pueblos escogen no entre ideas, sino entre elites [+/-] Seguir Leyendo...
De vivienda, de educación, de delincuencia, de familia, de protección social, de desigualdad, de minorías. De esto, de lo otro. Los candidatos -Piñera con sus tics de boxeador cansado, Arrate con su escrupulosa facha de profesor de liceo, Enríquez-Ominami con aspecto de escolar de primer día, y Frei, bueno, Frei con cara de Frei- guardaron cuidadoso silencio acerca de la agenda valórica.
Así, el único tema que divide las posiciones y traza una línea clara entre los que están a favor de la autonomía de las personas y los que están en contra, entre los que piensan que en las decisiones finales hemos de tener tutores y aquellos que creen que es mejor que no, brilló por su ausencia.Carlos Peña
Domingo 27 de Septiembre de 2009
Malo el debate
El miércoles se habló, o se aparentó hablar, de todo o casi todo.
De vivienda, de educación, de delincuencia, de familia, de protección social, de desigualdad, de minorías. De esto, de lo otro. Los candidatos -Piñera con sus tics de boxeador cansado, Arrate con su escrupulosa facha de profesor de liceo, Enríquez-Ominami con aspecto de escolar de primer día, y Frei, bueno, Frei con cara de Frei- guardaron cuidadoso silencio acerca de la agenda valórica.
Así, el único tema que divide las posiciones y traza una línea clara entre los que están a favor de la autonomía de las personas y los que están en contra, entre los que piensan que en las decisiones finales hemos de tener tutores y aquellos que creen que es mejor que no, brilló por su ausencia.
Uno de los temas más importantes -cuánto de la vida de cada uno pertenecerá a cada uno- estuvo ausente del debate. A nadie se le ocurrió preguntar nada de eso. Como si el asunto -que ha ajizado la agenda pública dos o tres veces- no existiera.
Y ello a pesar de que dos días antes se había producido un asunto de veras dramático: una niña violada no había encontrado la píldora del día después gracias al empeño de un puñado de diputados ¿Era eso razonable para los candidatos? ¿Estaban dispuestos a defender la distribución pública de la píldora en esas circunstancias o, en cambio, a impedirla con el argumento de que una vida inocente podría estar en camino? ¿Qué podía decir Piñera de los parlamentarios que abogaron por impedir la distribución de la píldora? ¿Y Frei de la vieja cultura de la Decé que piensa lo mismo?
Es difícil explicar que un asunto tan importante -tamaña injerencia de la política en la vida personal- haya estado ausente del debate.
Una de las explicaciones es que en vez de preguntas directas y claras -¿qué opina usted de tal o cual cosa?- se optó por las disquisiciones, llamémoslas así, sociológicas. Largas introducciones más o menos inductivas que favorecían el lugar común. Preguntas generales -a veces precedidas de verdaderos ensayos aleccionadores- favorecieron respuestas más o menos predecibles.
Así, en ocasiones, el debate pareció una conversación de constructores civiles o de contadores pretenciosos.
No de candidatos presidenciales.
No se trata, por supuesto, de negar la importancia de los temas que se discutieron. El detalle es que, en casi todos, los candidatos estaban más o menos de acuerdo y las diferencias eran, por así decirlo, marginales. ¿Qué diferenciaba, digamos, a Frei, a Piñera o a Enríquez- Ominami en materia de educación, vivienda o protección social salvo la retórica? El único disonante fue Arrate, pero no porque dijera algo distinto, sino porque en rigor, salvo las declaraciones de principios, no decía nada.
En cambio, lo probable es que en una sociedad como la nuestra las verdaderas diferencias estén en los temas valóricos -cuáles son los límites de la vida humana; quién, en la hora final, tendrá la última palabra; cuánto de la vida de cada uno podrá gestionar cada uno- y no en los asuntos, digámoslo así, cuantitativos. A la hora de discutir cuál es el tamaño deseable de la vivienda, cuánta rigurosidad habrá que poner en la persecución de la delincuencia o con qué premura habrá que atender a los enfermos, es poco probable que existan discrepancias de veras.
Y si las hay, son técnicas. O sea, no son verdaderas discrepancias. Cuando dos personas aparentan estar en desacuerdo en un asunto técnico, no están en desacuerdo: lo que ocurre es que uno es más ignorante que el otro.
Pero cuando dos personas discrepan de una cuestión valórica, suelen estar en un desacuerdo verdadero: tienen posiciones distintas frente a las preguntas finales. Y esto es lo que no supimos luego de este debate que, en medio de abucheos y de aplausos, no discutió nada, o casi nada importante.
Por un momento fue como para darle la razón a Schumpeter: en la democracia los pueblos escogen no entre ideas, sino entre elites [+/-] Seguir Leyendo...
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