viernes, julio 10, 2009

La coherencia en política . IgnacioWalker

Lo vemos permanentemente en los medios de comunicación: díscolos, renuncias, descolgados, amenazas y acusaciones que van y que vienen. Es el pan de todos los días. Es el nuevo paisaje de la política chilena. “Soy candidato, sí o sí, por dentro o por fuera”, ha dicho uno que va por fuera. “Renuncio por razones de principios”, ha dicho otro que, según informa la prensa, busca algún distrito por dónde ir, bajo un alero distinto al que lo cobijaba hasta la semana pasada. ¿Cómo extrañarse entonces del “cabreamiento” de la gente —si se me permite la expresión— con la política y los políticos? Por cierto que todas estas expresiones se formulan en aras de los verdaderos principios... encarnados en uno mismo, se entiende.
Esto va más allá de las derechas y las izquierdas, de liberales y conservadores, del gobierno y la oposición —aunque hay que reconocer que el problema es mucho mayor al interior de la Concertación que de la Alianza. Es una enfermedad que empieza a extenderse como una verdadera metástasis que tiende a comprometer la salud del cuerpo político.

Y es que en política, como en la vida misma, existen —o debieran existir— ciertas lealtades básicas, una cierta coherencia en el actuar (y en el decir).

Por supuesto que hay una cierta crisis de la política, de sus formas tradicionales, las que están agotadas, agravado todo ello por un sistema binominal que tiende a congelar y empatar la política, y que debilita la competencia político-electoral, la savia misma de la democracia. Claro que hay cansancio, desgaste, acumulación de fatigas y frustraciones, pero, entonces, quienes se sientan depositarios de estos sentimientos, que se hagan a un lado, que respiren profundo, tomen aire —un nuevo aire, se entiende—, se tomen una beca de estudios, o de idiomas, o un baño de cultura, o de lo que fuere, o se den un tiempo para estar más con la familia, pero que no jodan, que dejen hacer y que no sientan que no hay salvación fuera de ellos.

De hecho, la hay. La circulación de las élites dirigentes, el cambio generacional, los límites a la reelección en materia de cargos de representación popular, las estructuras de incentivos o desincentivos institucionales, son cuestiones que apuntan a una nueva forma de hacer política, que no reniega de las instituciones en favor de aventuras personalistas.

Hay dos formas de renovar la política: por fuera o por dentro. En el primer caso uno se va, renuncia, se descuelga, asume la crítica de todo lo que está dentro del sistema, con excepción, claro, de uno mismo, aunque esté inmerso y enquistado en el mismo sistema del que reniega. La otra forma es por dentro. ¿A alguien le cabe alguna duda que Barack Obama representa uno de los procesos más notables y profundos de renovación de la política? Para ello no renegó de nada, asumió frontalmente la crítica contra las formas tradicionales de la política, contra los intereses creados, enquistados en el establishment de Washington, pero sin renunciar a su militancia partidaria, a su condición de senador. Se trata, en fin, de un fuerte liderazgo renovador, de esos que hacen tanta falta entre nosotros, pero que navega y se desenvuelve al interior de las instituciones. Para fortalecerlas, no para debilitarlas; para renovar, no para renegar.

En definitiva, tiendo a pensar que los candidatos presidenciales y parlamentarios que saldrán victoriosos en diciembre (o enero) próximo serán aquellos capaces de exhibir los mayores niveles de coherencia entre su vida privada y pública, entre lo que dicen y lo que hacen, en los equipos que conforman y las propuestas que formulan. La gente está desencantada, pero no es tonta. Sabrá castigar a los que anteponen su propio proyecto personal por sobre el proyecto colectivo, que es, y debe ser, la política, ese arte noble y difícil que vive días complejos.

El acento debiera estar en el surgimiento de un nuevo tipo de liderazgo que sea funcional, y no disfuncional, a las instituciones; un tipo de liderazgo que asuma una cierta dosis de humildad, al margen de todo mesianismo, comprometido con las exigencias del bien común (¿se acuerda de ese concepto?), teniendo como norte el interés de Chile, motivado por un auténtico espíritu de servicio público (¿se acuerda de ese otro concepto?).
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