Quiénes y cómo somos hoy los chilenos.Joignant, Alfredo
En la actualidad, las ciencias sociales chilenas se enfrentan a una situación de relativa perplejidad y confusión frente al rendimiento de sus categorías habituales de clasificación y estratificación. Esto se explica por la amplitud y velocidad de los cambios sociales, culturales y económicos experimentados en las últimas décadas. En tal sentido, clasificaciones y categorías que fueron tan evidentes como la pobreza, la o las clases medias, los jóvenes, adultos y adultos mayores, los hombres y las mujeres o los grupos de ingreso dejan de hacer sentido entre los cientistas sociales.
El desdibujamiento de estas categorías se explica por diversas razones. Una es la creciente diversidad y complejidad de los estilos de vida, que ya no se pueden ordenar según estratos económicos y tampoco en función del eje liberal-conservador, siendo imposible e irrealista construir correlaciones razonables entre estilos de vida, orientaciones políticas y consumos culturales.
Chile, y en primer lugar el Estado, dispone hoy de muchísima información sobre sus habitantes, lo que no significa que “sepamos” exactamente qué quiere decir ser de clase media, joven, viejo o mujer. Se podrá argumentar que tal o cual categoría significa “algo” dependiendo del método de construcción o técnica de medición. Es cierto, pero es también verdad que este eclecticismo metodológico trae consigo un considerable relativismo, que dificulta la identificación del destinatario de una política pública, el target de una estrategia de marketing político o comercial y, ciertamente, el diálogo entre una y otra acerca de las poblaciones involucradas.
Dada la velocidad y magnitud de los cambios sociales, y considerando que tras cualquier esfuerzo de clasificación subyacen metas e intereses, el decidor político, el periodista y el investigador debiesen ser precavidos ante la certeza que procura tal o cual categoría, a menudo acompañada por preferencias económicas y orientaciones electorales. En tiempos de elecciones, conviene sospechar cuando una agencia publicitaria o de marketing afirma que el 70% de un determinado estrato (pongamos por caso el C3) se inclina por uno y otro candidato, suponiendo que sepamos exactamente en qué consiste dicho estrato y de cuántos hogares o personas estamos hablando. Parece poco razonable que las magnitudes de esta clase de grupos se hayan mantenido prácticamente estables durante más de dos décadas, como si Chile no hubiese experimentado mutaciones.
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El desdibujamiento de estas categorías se explica por diversas razones. Una es la creciente diversidad y complejidad de los estilos de vida, que ya no se pueden ordenar según estratos económicos y tampoco en función del eje liberal-conservador, siendo imposible e irrealista construir correlaciones razonables entre estilos de vida, orientaciones políticas y consumos culturales.
Chile, y en primer lugar el Estado, dispone hoy de muchísima información sobre sus habitantes, lo que no significa que “sepamos” exactamente qué quiere decir ser de clase media, joven, viejo o mujer. Se podrá argumentar que tal o cual categoría significa “algo” dependiendo del método de construcción o técnica de medición. Es cierto, pero es también verdad que este eclecticismo metodológico trae consigo un considerable relativismo, que dificulta la identificación del destinatario de una política pública, el target de una estrategia de marketing político o comercial y, ciertamente, el diálogo entre una y otra acerca de las poblaciones involucradas.
Dada la velocidad y magnitud de los cambios sociales, y considerando que tras cualquier esfuerzo de clasificación subyacen metas e intereses, el decidor político, el periodista y el investigador debiesen ser precavidos ante la certeza que procura tal o cual categoría, a menudo acompañada por preferencias económicas y orientaciones electorales. En tiempos de elecciones, conviene sospechar cuando una agencia publicitaria o de marketing afirma que el 70% de un determinado estrato (pongamos por caso el C3) se inclina por uno y otro candidato, suponiendo que sepamos exactamente en qué consiste dicho estrato y de cuántos hogares o personas estamos hablando. Parece poco razonable que las magnitudes de esta clase de grupos se hayan mantenido prácticamente estables durante más de dos décadas, como si Chile no hubiese experimentado mutaciones.
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