lunes, mayo 11, 2009

La Alianza de Flores. Carlos Peña


El lanzamiento de la Coalición por el Cambio tuvo algo levemente patético. Algunos de sus integrantes no son más que una firma y un timbre. Es el caso de Norte Grande (parece nombre radical) y de los Humanistas Cristianos (con esa denominación arriesga confundirse con un grupo de catequesis o con los suscriptores del Eco de Lourdes).

Así, entonces, la verdad sea dicha, la Coalición por el Cambio se reduce al apoyo de Fernando Flores a Piñera.

Y esto justifica que sea la actitud de Flores lo que debe ser analizado.

Por supuesto, nadie discute el derecho del senador Flores a aliarse con la derecha, darse palmotazos con algunos de los viejos cuadros de la dictadura, asimilarse, como si fuera un anhelo inconsciente y viejo, con los sectores sociales a los que antes se opuso, adorar lo que antes quemó y quemar ahora, con esmero, lo que apenas ayer adoró.

Todo eso es parte de la libertad de cada uno, y nadie debiera condenarlo por eso.

Lo que no resulta razonable es que ese palmoteo con algunos de los viejos cuadros de la dictadura —a cambio, además, de dos o tres diputaciones— sea presentado por el senador como el cambio que Chile necesita o como la superación moral de las viejas fracturas que dividen al país.

Eso sí que es demasiado.

Y es que una cosa es hacer lo que a uno le plazca, y otra distinta es convencer a los demás de que lo que uno hizo posee dignidad moral o histórica.
Una cosa tiene dignidad —enseña Kant— cuando no tiene precio; es decir, cuando no es objeto ni de intercambio ni de negociación. En otras palabras, cuando está más allá del cálculo de utilidades. Justo lo contrario de lo que hizo Flores con su adhesión a Piñera, que, todos lo sabemos, regateó y negoció a más no poder, hasta erigirse en el orador central del acto de esta semana: apenas una medida compensatoria para sus sueños de liderazgo.

Fernando Flores no se incorporó entonces a esa coalición por convicción moral —algo así habría sido incondicional, y él sabe y todos sabemos que su acto no lo fue—, sino por cálculo.

Claro. Actuar por cálculo no tiene nada de malo. Lo malo es la impostura con que en este caso se lo presenta. Tampoco la incorporación de Flores puede ser presentada como un definitivo signo de reconciliación entre las víctimas y los victimarios. Como si por fin unos y otros lograran, detrás de Piñera, confundirse en un abrazo.

Todos sabemos que la reconciliación no puede hacerse de espaldas al pasado, saltando fuera de la sombra de la memoria, sin que nadie efectúe reconocimiento alguno, por la vía de pactos electorales y, lo que es peor, timando a miles de ciudadanos que no pudieron imaginar que cuando escogían a Flores estaban, en verdad, escogiendo a alguien que poco tiempo después acabaría proclamando (no simplemente apoyando, lo que no tiene, cabría insistir, nada de malo, sino que proclamando en medio de palmotazos y de fotos familiares) al candidato de la derecha. La reconciliación —lo sabe bien Flores, especialista en actos lingüísticos— exige el reconocimiento de lo que se hizo y la promesa de que no se hará más. Nada de eso ha ocurrido hasta ahora, salvo que en medio de los palmoteos y de los abrazos y de las negociaciones y las fotografías, sus nuevos aliados le hubieran cuchicheado al senador algo que todavía no sabemos.

Por eso, más que dignidad moral o histórica, el acto de Fernando Flores fue simplemente el pálido reflejo de sus sueños estatuarios, el fruto escaso de un anhelo de reconocimiento que ya nunca se verá satisfecho, el último acto de un político menguante, el fruto del despecho.

No es raro que eso pueda ocurrir incluso en un hombre inteligente: es que la razón es a veces esclava de las pasiones.

Tampoco hubo en su acto nada sacrificial. “Esta decisión involucra un dolor”, dijo, como si, al modo de un héroe incomprendido, hubiera adoptado su decisión contra sí mismo.

Pero de heroísmo, nada.

Y es que en política hay héroes del triunfo (como De Gaulle), héroes del fracaso (como Allende), héroes de la retirada (como Adolfo Suárez).

Lo que no hay en ninguna parte son héroes del transformismo.
[+/-] Seguir Leyendo...