Gran servidor público, desinteresado, digno y afectuoso. Mariano Fernandez
Estimado Claudio:
Te has marchado repentinamente, con el mismo estilo de hacer las cosas durante tu paso por esta vida, sorprendiéndonos, asegurándonos que llegabas para avisarnos más tarde que sí, pero con retraso o mejor que lo hablemos por teléfono. Esta vez la sorpresa fue mayúscula. Acordamos el viernes pasado vernos, sin falta y sin demoras, tan pronto yo regresara de un breve viaje a Europa. Y aquí me tienes. Una vez más sorprendido, pero triste -como pocas veces en mi vida-, ensayando leer estas líneas que las siento como un réquiem para un hermano.
Nos conocimos hace más de 40 años, precisamente en el verano de 1967, cuando con ocasión de los trabajos de verano de la FEUC nos reuníamos con Claudio Huepe, intendente de Arauco, quien encarnaba de la mejor manera la Patria Joven ofrecida a Chile por Eduardo Frei Montalva.
Creo que nos hicimos amigos inmediatamente. Tu transparencia, sentido del humor, encanto personal, espíritu de entrega y tu generosidad sin límites, que te acompañaron de por vida, nos hicieron que te admiráramos e iniciáramos la larga marcha de la fraternidad política en el Partido Demócrata Cristiano; de la amistad personal -incluidas las confidencias de las cosas y las personas que amábamos-, de las largas conversaciones, de las luchas políticas, de los "chascones" que encabezaste por largo tiempo, de los fracasos, de los éxitos y, sobre todo, del desarrollo de la amistad. Esa entidad imperceptible que une a las personas y que les permite vivir al día con gran afabilidad, incluso cuando pasan meses sin verse o comunicarse.
A la intendencia la siguieron los estudios, la Cámara de Diputados. Luego el golpe de Estado y tu primer encarcelamiento por otro de tus valores: la dignidad. Si hubieras renunciado ligeramente a la dignidad, no habrías ido preso. Pero no fue así y ese gesto tuyo lo hemos admirado y lo seguiremos admirando y agradeciendo siempre.
Luego, el exilio y los intentos para volver a la patria. Tengo presente, como si fuera hoy, esa escena en el aeropuerto Pudahuel, contigo, Renán Fuentealba y el maestro Castillo en el avión, sin poder descender. Y nosotros al lado de tu madre, que repetía "por qué no dejan bajar a mi negrito". Pasada la ansiedad y la angustia de esos momentos, no olvidarás que a tu regreso, y durante un período, te decíamos cariñosamente "cómo estás, mi negrito".
Llegamos, después de trances diversos, a la gloria del plebiscito y la recuperación de la democracia. Ocupaste diversos cargos públicos, elegido diputado, secretario nacional de la Democracia Cristiana, subsecretario, ministro, embajador. Además, desarrollaste actividad internacional, intelectual, política y parlamentaria.
En estos 20 años se comprobaron hasta la saciedad tus virtudes humanas, de servidor público desinteresado, la generosidad y dignidad ya mencionadas. Todo ello al servicio del humanismo cristiano y de los gobiernos de la Concertación y de la democracia chilena. Tu capacidad negociadora, de voluntad de inclusión, de apoyo a los débiles y a aquellos que tienen pocas oportunidades de ser oídos pasarán a ser legendarias y marcarán indeleblemente tu tránsito por la vida pública.
Nos has tomado la delantera en la Caracas que tanto quisiste y que te acogió como exiliado, como el ingeniero que preparó el programa de ciencia y tecnología vanguardista a la Venezuela de los ‘70 y, finalmente, un embajador de tu país hasta hace sólo algunos meses.
Toda la intensa tristeza la sentí y creo que muchos la sentimos muy cercana, justamente por lo que he mencionado precedentemente.
Sin embargo, no deseo despedirte hoy sin intentar algún mensaje originado en las lecciones de tu vida. No podría evitar alguna palabra sobre el seminario de Chillán, nuestra común e inolvidable alma mater, de aquellas que imprime carácter y se mantiene como segunda piel para siempre. Tampoco es de olvidar tu risa espontánea y fácil, tu incapacidad de tener rencor; al revés, la capacidad de comprender a los demás en tu propio desmedro, la enorme intensidad de tus sentimientos, tu sincero valor de la amistad, el desprendimiento, casi excesivo, la sabiduría para enfrentar y resolver conflictos humanos. En fin, tus admirables condiciones, ofrecidas con gratuidad a todos cuantos te han rodeado.
Querido Claudio: nos has anticipado en la marcha. Tenías derecho a hacerlo, pero no estamos felices con tu viaje antes de tiempo. Sólo deseo que el Señor te acoja, junto a tus padres, te reconozca todos tus valores, que no olvides a tus amigos y que nos ayudes a hacer de la generosidad, humor, dignidad y afecto nuestros principales valores que fueron tan tuyos. Descansa en paz y ruega por nosotros.
Palabras del canciller en el funeral del ex diputado, ex ministro y ex embajador Claudio Huepe, Parque del Recuerdo, Santiago, 15 de mayo de 2009.
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Te has marchado repentinamente, con el mismo estilo de hacer las cosas durante tu paso por esta vida, sorprendiéndonos, asegurándonos que llegabas para avisarnos más tarde que sí, pero con retraso o mejor que lo hablemos por teléfono. Esta vez la sorpresa fue mayúscula. Acordamos el viernes pasado vernos, sin falta y sin demoras, tan pronto yo regresara de un breve viaje a Europa. Y aquí me tienes. Una vez más sorprendido, pero triste -como pocas veces en mi vida-, ensayando leer estas líneas que las siento como un réquiem para un hermano.
Nos conocimos hace más de 40 años, precisamente en el verano de 1967, cuando con ocasión de los trabajos de verano de la FEUC nos reuníamos con Claudio Huepe, intendente de Arauco, quien encarnaba de la mejor manera la Patria Joven ofrecida a Chile por Eduardo Frei Montalva.
Creo que nos hicimos amigos inmediatamente. Tu transparencia, sentido del humor, encanto personal, espíritu de entrega y tu generosidad sin límites, que te acompañaron de por vida, nos hicieron que te admiráramos e iniciáramos la larga marcha de la fraternidad política en el Partido Demócrata Cristiano; de la amistad personal -incluidas las confidencias de las cosas y las personas que amábamos-, de las largas conversaciones, de las luchas políticas, de los "chascones" que encabezaste por largo tiempo, de los fracasos, de los éxitos y, sobre todo, del desarrollo de la amistad. Esa entidad imperceptible que une a las personas y que les permite vivir al día con gran afabilidad, incluso cuando pasan meses sin verse o comunicarse.
A la intendencia la siguieron los estudios, la Cámara de Diputados. Luego el golpe de Estado y tu primer encarcelamiento por otro de tus valores: la dignidad. Si hubieras renunciado ligeramente a la dignidad, no habrías ido preso. Pero no fue así y ese gesto tuyo lo hemos admirado y lo seguiremos admirando y agradeciendo siempre.
Luego, el exilio y los intentos para volver a la patria. Tengo presente, como si fuera hoy, esa escena en el aeropuerto Pudahuel, contigo, Renán Fuentealba y el maestro Castillo en el avión, sin poder descender. Y nosotros al lado de tu madre, que repetía "por qué no dejan bajar a mi negrito". Pasada la ansiedad y la angustia de esos momentos, no olvidarás que a tu regreso, y durante un período, te decíamos cariñosamente "cómo estás, mi negrito".
Llegamos, después de trances diversos, a la gloria del plebiscito y la recuperación de la democracia. Ocupaste diversos cargos públicos, elegido diputado, secretario nacional de la Democracia Cristiana, subsecretario, ministro, embajador. Además, desarrollaste actividad internacional, intelectual, política y parlamentaria.
En estos 20 años se comprobaron hasta la saciedad tus virtudes humanas, de servidor público desinteresado, la generosidad y dignidad ya mencionadas. Todo ello al servicio del humanismo cristiano y de los gobiernos de la Concertación y de la democracia chilena. Tu capacidad negociadora, de voluntad de inclusión, de apoyo a los débiles y a aquellos que tienen pocas oportunidades de ser oídos pasarán a ser legendarias y marcarán indeleblemente tu tránsito por la vida pública.
Nos has tomado la delantera en la Caracas que tanto quisiste y que te acogió como exiliado, como el ingeniero que preparó el programa de ciencia y tecnología vanguardista a la Venezuela de los ‘70 y, finalmente, un embajador de tu país hasta hace sólo algunos meses.
Toda la intensa tristeza la sentí y creo que muchos la sentimos muy cercana, justamente por lo que he mencionado precedentemente.
Sin embargo, no deseo despedirte hoy sin intentar algún mensaje originado en las lecciones de tu vida. No podría evitar alguna palabra sobre el seminario de Chillán, nuestra común e inolvidable alma mater, de aquellas que imprime carácter y se mantiene como segunda piel para siempre. Tampoco es de olvidar tu risa espontánea y fácil, tu incapacidad de tener rencor; al revés, la capacidad de comprender a los demás en tu propio desmedro, la enorme intensidad de tus sentimientos, tu sincero valor de la amistad, el desprendimiento, casi excesivo, la sabiduría para enfrentar y resolver conflictos humanos. En fin, tus admirables condiciones, ofrecidas con gratuidad a todos cuantos te han rodeado.
Querido Claudio: nos has anticipado en la marcha. Tenías derecho a hacerlo, pero no estamos felices con tu viaje antes de tiempo. Sólo deseo que el Señor te acoja, junto a tus padres, te reconozca todos tus valores, que no olvides a tus amigos y que nos ayudes a hacer de la generosidad, humor, dignidad y afecto nuestros principales valores que fueron tan tuyos. Descansa en paz y ruega por nosotros.
Palabras del canciller en el funeral del ex diputado, ex ministro y ex embajador Claudio Huepe, Parque del Recuerdo, Santiago, 15 de mayo de 2009.
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