Esculpir en el tiempo. Cristián Warnken
Alguien en la calle me sugiere comentar la actualidad nacional. ¡La encuentro tan predecible y plana, sojuzgada por la lógica farandulesca y la crónica policial! Adonde vuelvo los ojos, veo el espectáculo de una clase política narcisista, sin sueños, burdamente aferrada al poder. No hay visiones en el horizonte, sólo personalismos autistas, o díscolos que no trabajan para el país, sino para sí mismos. No esplende nada todavía que pueda compensar el vacío de un Chile que se acerca a las puertas del bicentenario sólo con eslóganes, fuegos de artificio y vagas "ideas país". Nos faltan estadistas como Vicuña Mackenna o Andrés Bello o Portales, y artistas como Violeta Parra o Vicente Huidobro. Nos faltan gigantes. ¿Es que ya no tenemos derecho a la grandeza? Muchos jóvenes con sensibilidad y anhelo de belleza perciben esto, incluso sin poder expresarlo verbalmente. Y su sensación de desamparo de referentes la calman en la anestesia magnífica que les proveen la tecnología en boga y el carrete. Dopados por el Facebook y la piscola, son la carne de cañón del consumismo y la búsqueda desesperada de adrenalina. Ahora está de moda, además, que los use un marketing político sin verdad.
A punto de dejarme arrastrar por la desesperanza y escribir una columna panfletaria contra estos tiempos, llega a mis manos un libro deslumbrante, que no me suelta, de la historiadora Isabel Cruz: "Rebeca Matte y su época". Pocas veces el oficio de historiador ha alcanzado en las últimas décadas cimas como ésta, en que lo estético no es sólo visitado desde afuera, sino asumido como clave fundamental para entender profundamente una época. Qué sincronía: hoy, jueves, día en que publico habitualmente mis columnas, hace 80 años, el 14 de mayo de 1929, moría a los 53 años Rebeca Matte, la escultora genial, que imprimió en el mármol y la piedra sus propios desgarros y tensiones interiores.
Era un tiempo difícil para las mujeres, cuando la rebeldía no se hacía discurso feminista, sino que se traducía en resistencia estética. Su profundo mensaje cobra relieve en sus esculturas: "Horacio", "El Eco" y sobre todo en "Desesperanza", esa figura de mujer replegada sobre sí misma, en la roca, su propia "Piedad" esculpida antes del dolor que ella misma iba a vivir años después. La artista, que perdiera muy temprano a su madre en la lejanía y después a su hija víctima de la tuberculosis, transforma con delicadeza el grito desgarrador que sale de las entrañas de una madre doliente en un íntimo y premonitorio poema de mármol.
Rebeca Matte respondió a las limitaciones de su época estrecha, al autoritarismo patriarcal, a los dolores físicos y morales, no con resentimiento, sino con belleza. ¡Qué lección para nosotros, en estos tiempos en que el resentimiento se impone como estado de ánimo dominante! Y el resentimiento no puede esculpir ángeles en la materia. Rebeca Matte hizo ese milagro. Vuelvo al Museo de Bellas Artes a ver de nuevo sus esculturas. Me detengo en una que siempre me ha impresionado: la del frontis, la de los dos ángeles "unidos en la gloria y en la muerte". Ahí está Ícaro, el hijo caído, atraído por un sol ciego. Lo siento como un símbolo poderoso de todos los jóvenes que son devorados por el sinsentido, "altazores" del aburrimiento y el cinismo posmodernos.
Rebeca Matte, la muchacha dotada, que fue llevada a París en los tiempos del centenario de Chile, casi como una secuestrada por su propio talento, transformó su angustia en vuelo cincelado; su desgarradura, en lucha de artista con la materia que se resiste a ser forma. En su obra esplende el testimonio de una mujer muy frágil y muy fuerte que esculpió en el tiempo con lo único que a estas alturas nos puede salvar: belleza, belleza, belleza...
[+/-] Seguir Leyendo...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home