¿Continuidad, renovación, alternancia o qué? . Ricardo Solari
La campaña presidencial está tomando forma. Se habla de alternancia en el poder, se habla de continuidad para garantizar el progreso, se habla de renovación generacional. Los siete meses que restan permitirán que se hagan las necesarias precisiones.
Una pregunta: ¿Estamos haciendo un balance ajustado de la realidad que percibe la población y que otorga a la Presidenta un 65% de apoyo? Parece que en el juicio de la élite hay poco espacio para incorporar como datos las transformaciones perdurables realizadas desde 1990 a la fecha. Y también las ocurridas en el propio mandato de Michelle Bachelet.
Enumerar acciones positivas, sin embargo, sólo puede ser un preámbulo para hablar del futuro y de los cambios necesarios. Pero un mínimo de equilibrio obliga a ajustar cuentas con nuestra actualidad. ¿En qué punto estamos? En relación con nuestra propia historia, con el presente de nuestros vecinos, con la situación de los países desarrollados. Quizás porque el balance no es tan negativo, es que existe un terreno común entre las opciones que disputan la presidencial. Pero, claro, están los matices y los énfasis. Y en ese dominio, el de la capacidad y el carácter de cada cual, es donde se juzgarán las fortalezas de cada candidato para conducir al país.
Porque más allá de la retórica, de la polarización artificial, no hay entre las principales opciones la tesis de un cambio de modelo, sino contribuciones que apuntan a introducir más vigor estatal, o a enfatizar la eficiencia. Los derechos civiles y las libertades individuales se transforman ahora en un nuevo tema y ojalá pasen a ser convicciones mayoritarias de la población.
Pero esta campaña cruzará el invierno, estación donde los avances y límites en nuestro desarrollo se hacen más evidentes. Allí los efectos de la crisis, particularmente en materia de empleo, se sentirán intensamente. Entonces, los fenómenos más perdurables de la problemática social, empleo, ingresos, servicios públicos esenciales, salud, seguridad, estarán en el centro del debate. Los chilenos se preguntarán quién da más garantía de solidez para asegurar las políticas de crecimiento y protección social.
Tenemos también en esta elección otra agenda, que cuestiona el modo en que funcionan las instituciones y la política. En la Concertación y en la Alianza. No sólo lo inaceptable, como la aceptación del cuoteo, el minimizar la corrupción o justificar la incompetencia. También se reclama que los mismos se mantengan en el poder aquí y allá.
Estos son pecados agravados para el que gobierna, pero no son exclusivos de ningún sector de la vida política chilena. Por ello, es que la oposición no ha podido levantar con potencia su apuesta de alternancia, hoy anclada en personajes que han sido líderes de la derecha desde los 80 o rostros de la política de antaño.
Y entonces muchas voces promueven un cambio generacional.
Pero la meritocracia y el ascenso de los jóvenes son viejas ideas. Están los nuevos rostros que prometió Michelle Bachelet. Pero no es fácil implementarlo. “A lo imposible nadie está obligado”, dijo la Presidenta. Porque la dificultad, surgió de sus propios partidarios. Y la Alianza, perdón, la Coalición por el Cambio, en su foto fundacional, mostró una inapelable imagen añeja.
En los últimos cien años, dos grandes transformaciones fueron producidas por impulsos generacionales. En los años 20, con la presión de jóvenes civiles y militares, se aprobó una nueva Constitución y se promulgaron leyes sociales fundamentales. En los 60, el peso de la Patria Joven puso en marcha la reforma agraria, la reforma universitaria y la nacionalización del cobre.
¿Y ahora hay algo sobre la mesa? Veamos, porque la esperanza nunca ha sido el reclamo, sino el proyecto.
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