El retrovisor como futuro . Roberto Ampuero
Discrepo de quienes opinan que la reciente Cumbre de las Américas inició una nueva era en las relaciones entre América Latina y Estados Unidos. Ese optimismo implica que existe una región unida en torno a temas cruciales. Sabemos, sin embargo, que está dividida entre gobiernos populistas, inspirados en el "socialismo del siglo XXI" de Hugo Chávez, por un lado, y gobiernos pragmáticos, como el de Brasil, Costa Rica o Perú, por otro, y fragmentada por fricciones fronterizas, como ocurre entre Colombia y Venezuela, o Perú y Chile. La aseveración optimista supone además que las tensiones se subsanan mediante actos protocolares, cuando en rigor obedecen a causas profundas, que no se resuelven con un apretón de manos ante las cámaras.Al carecer de una plataforma común, en Puerto España la región esgrimió como único denominador la exigencia del regreso de Cuba a la OEA y el fin del embargo a la isla. Arduo será hacer armonizar la cláusula democrática de la OEA con el sistema monopartidista cubano. Y como Fidel Castro rechaza negociar el levantamiento del embargo a cambio de libertad para los disidentes, resurgirán tensiones que pronto arrastrarán consigo a los mandatarios populistas.
Para éstos, la crítica frontal a Estados Unidos es un leitmotiv ideológico que les permite justificar el hostigamiento a opositores, denostados como "mercenarios de potencia extranjera"; proyectar un enemigo externo y eludir la responsabilidad ante los fracasos propios. Es sintomático que el gesto simbólico de la Cumbre corriese por cuenta de Chávez, que le regaló a Barack Obama "Las venas abiertas de América Latina", historia brillante y maniquea, publicada en 1971, en la que los culpables de todos nuestros males son España, Inglaterra, Estados Unidos y las clases dominantes, que se aliaron para congelarnos en el subdesarrollo. El libro revela asimismo que la Weltanschauung de Chávez se nutre de un texto redactado cuando no existía internet ni globalización ni mundo multipolar, la inversión extranjera era considerada enemiga, la vía armada y el modelo de la Cepal estaban de moda, la Guerra Fría dividía al mundo, y Fidel parecía eternamente joven y los estados comunistas, dueños del futuro.
Como no es un asunto de formas, poco cambiará tras la Cumbre. Fidel y Chávez recurrirán a la historia de intervenciones para seguir proyectando a Estados Unidos como el enemigo, presentar así a sus opositores como traidores y justificar su persecución. La sorprendente afabilidad de los líderes populistas hacia Obama se debió a que éste es un fenómeno mundial, ofrece un nuevo comienzo y es más rupturista, popular y joven que ellos. No debe confundirse con ingenuidad el estilo de Obama. Sabemos que sabe ser encantador, pero también hábil, decidido y creativo cuando no logra lo que persigue. Con los problemas que tiene, América Latina no es tampoco su principal preocupación.
Al final, la puerta a la nueva era se abrirá sólo para los países con posturas realistas. No habrá cosechas en bloque, pues éste no existe. Sí las habrá para quienes busquen el diálogo privilegiado. Brasil y México, Colombia, Costa Rica y Perú lo buscan, y de forma discreta. Chile debe entender que la puerta que ofrece Obama es demasiado estrecha para que pasen todos y extraer provecho de su singularidad como país. La región carece de autocrítica para admitir lo que ha despilfarrado en casi 200 años de independencia. Prefiere eludir responsabilidades y culpar a los demás de sus errores. Hace seis décadas exhibíamos mejores índices que Asia y parte de Europa. Hoy sólo aventajamos a África. Pero en retórica florida, utopías arcaicas y cumbres estériles somos los campeones mundiales.
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