jueves, abril 30, 2009

El «cuoteo»: un criterio normal . Alfredo Joignant.


Las recientes declaraciones del ministro Vidal no debiesen llamar la atención, ni menos suscitar el escándalo. En Chile, como en tantas otras partes, un partido o coalición procede a nombrar en las más altas posiciones gubernamentales a personas en quienes se deposita su confianza política; un modo partidario de distribución que puede incluso abarcar a los sectores internos de los partidos (y, como en Inglaterra, de un solo partido). Nada más normal entonces, lo que debiese descartar la euforia o la histeria, como si éstas fuesen las únicas alternativas de juicio, emulando groseramente el espíritu dionisíaco descrito por Nietzsche.

En Chile, en febrero de 2009, existían 785 cargos de primer y segundo nivel en proceso de selección en el marco del Sistema de Alta Dirección Pública, una cifra considerable que restringe cada vez más el volumen de posiciones disponibles para los partidos gobernantes. Lo sorprendente es que nadie saca conclusiones sobre esta tendencia histórica, ni menos acerca del elogio de instituciones extranjeras (“La administración pública chilena es una de las más profesionales en el continente”, CESOP, 2004; “Brasil y Chile son los países mejor puntuados en el conjunto de los índices”, BID, 2006).

Lo que sobresale en esta polémica es una peligrosa crítica a los partidos, cuya necesidad desaparece por completo, aumentando su desprestigio. A menudo se opone el ideal de Tantauco, de una aristocracia de los talentos, como sustituto necesario de la democracia de partidos, como si éstos fuesen escollos para un gobierno poblado de Phds. o MBAs. Si bien no parece discutible la necesidad de garantizar el principio de eficiencia en la conducción estatal, ello no puede pagarse al precio de la crítica destemplada a los partidos. Estos siguen siendo los carriles principales, aunque no exclusivos, de intereses y visiones de mundo que se confrontan en el espacio público y se dirimen en el secreto del voto. Como en todos los asuntos de una comunidad democrática, la solución de las disputas reside en el juicio prudente, y la decisión en la soberanía popular: precisamente, en aquel mundo profano que carece de credenciales tan propias del espíritu elitista.

En cuanto a que tal o cual candidato, de ser electo, nombraría a personas de una coalición ajena a modo de antídoto contra el “virus” del cuoteo, no parece aventurado sostener que ello sería más bien la excepción que la regla o, si se quiere, un simulacro de vacuna para protegerse de una enfermedad inexistente.

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