Caso Felipe Cruzat: Que la excepción no sea ejemplo. Miguel Kottow
Por intermedio de los medios de comunicación el público ha participado, con compasión y admiración, de la tenacidad con que los padres del niño requirente de un trasplante de corazón hicieron más de lo posible por mantener a su hijo con vida. Con profunda y sincera desazón se recibió la noticia de su muerte. Tanto valor y la inconmensurable pena de los más cercanos a esta tragedia, llaman a un homenaje de silencio y de gestos, no al exceso de palabras.
El caso de Felipe es excepcional y corresponde hacer todo lo posible para que siga siéndolo. Nadie puede querer que se convierta en rutina la necesidad de un padre de desatender sus actividades laborales y dedicar gran parte de su tiempo a obtener recursos para el cuidado médico de su hijo y a mantenerse en permanente y desgastante alerta por si aparece una posible donación del urgentemente necesitado órgano. El sistema médico del país no puede confiar en la importación de sofisticados aparatos que temporalmente suplan la falta de donantes.
Si la excepción delata las falencias de la rutina, ésta deberá ser reforzada hasta hacer innecesarias las excepciones. En el caso de los trasplantes, hay tres caminos a emprender en conjunto, porque cada uno por separado no llegará a puerto. En primer término, es menester ampliar el universo de donantes, lo cual requiere una ley de consentimiento presunto, donde todo ciudadano es donante potencial a menos que expresamente se niegue a serlo. La decisión de cada uno es vinculante, de modo que parece éticamente sospechoso si los familiares pueden contravenir las disposiciones del deudo fallecido.
El respeto a indicaciones póstumas –disposiciones funerarias y testamentarias, cumplimiento de promesas- es de probidad reconocida y robustece la idea que la autonomía personal no se extingue con la muerte. Lo que vale para un testamento, ha de valer para la decisión de ser donante.
En segundo término, se requiere una infraestructura de procura del todo eficiente, desde la confección de bases de datos, la localización del donante, la obtención y el traslado del órgano, hasta la asignación, la implantación y los cuidados terapéuticos posteriores. En nuestro país contamos con la excelencia técnica de quienes realizan las intervenciones quirúrgicas, pero la red encargada de la procura de órganos necesita ser depurada y reforzada.
Menos usual es recordar el tercer elemento de un programa exitoso de trasplantes. Los pacientes en espera de órganos están gravemente enfermos, muchos llevan años de padecimientos y de tratamientos invasivos y onerosos como es la diálisis renal. Cuando 7 pacientes (renales) quedan postergados por cada uno que recibe un riñón, será imperativo que la selección se haga según criterios ecuánimes y transparentes. El órgano cadavérico es anónimo y pasa a ser un bien terapéutico que, a igualdad de criterios de selección, debe ser adjudicado en forma ecuánime.
Algo sobre dinero. Con excepción de la donación, el resto de la cadena involucrada en el trasplante de órganos cobra por su servicios al punto que el receptor o la institución que le da cobertura, terminan con una abultada cuenta que se continúa con el oneroso tratamiento posterior. Es un fariseísmo difícil de entender que la gratuidad sea requerimiento moral sólo al donante. No está claro si la noticia es fidedigna, pero se informó que un órgano no pudo ser por de pronto donado porque al deudo se le exigía una pago que no podía solventar. Por otro lado, se rumorea con frecuencia que existiría un mercado negro de órganos. Todo esto es mucho más intolerable que aceptar una compensación, acotada y oficialmente sancionada, por un órgano donado. Esta compensación, en aras de la equidad, debiera ser solventada por el Estado cuando el afectado es insolvente.
Es de esperar que los medios de comunicación cumplan su cometido de vigilar por la trasparencia de la medicina del trasplante y que se abstengan de identificar a dadores y receptores, porque el anonimato es más que el solo respeto de la privacidad, es un factor importante para ayudar al receptor a asimilar la vivencia de portar un órgano ajeno, producto muchas veces de una muerte trágica y prematura.
El caso de Felipe es un testimonio, no un ejemplo. Testimonio de entrega, de amor, de compromiso existencial, de humanidad desafiante de lo material. El mejor homenaje que se le puede hacer es tomar consciencia que estos valores existen y que hay personas que tienen la grandeza de vivirlos. Pero que no sea un ejemplo, pues esas situaciones extremas no deberían repetirse, sobre todo que está en manos de nuestras autoridades corregir las prácticas involucradas en la medicina de trasplante, para implementar una normativa que, bien llevada, no requiera entregas heroicas y excepcionales.
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