El pluralismo según Maritain . Horacio Moavro .Diario La Nación (Arg.)
El problema fundamental que debe resolver el pluralismo es la presencia de diversas ideologías en la sociedad. En particular, las relaciones entre cristianos y no cristianos, y entre creyentes y no creyentes, en el seno de esa sociedad, cuyos miembros participan del mismo bien común temporal.
La división religiosa entre los hombres es un hecho que existe y, por consiguiente, ciudadanos que pertenecen a diferentes familias religiosas, o a ninguna, deben convivir y concurrir al bien común temporal.
Por eso el gran filósofo católico Jacques Maritain (1882—1973) decía que toda tentativa de resucitar un Estado cristiano por medio de constreñimientos externos y con discriminación social o política en favor de la Iglesia estaba condenada al fracaso.
La respuesta pluralista que propone Jacques Maritain consiste en que el Estado puede ser cristiano en virtud del espíritu que lo anima, pero como el objeto de la sociedad es el bien común humano, y no la vida divina, no debe requerir de sus miembros un credo religioso común ni poner en situación de inferioridad a quienes no profesan la religión mayoritaria.
Es decir que junto con el pluralismo existe un principio de unidad, que es el bien común, al cual tiende la sociedad temporal.
De este modo, se entiende que la unidad de la sociedad pluralista no es constituida por una misma fe —como ocurría, por ejemplo, en la Edad Media—, sino que es orientada por ella.
Esta orientación, en la concepción de Maritain, ha de ser cristiana, en cuanto el mensaje evangélico coincide con las aspiraciones más profundas de nuestra civilización. Entre esas aspiraciones se cuentan la unidad del género humano, la igualdad natural de todos los hombres, la plena vigencia de los derechos humanos, la dignidad del trabajo y de los pobres, la inviolabilidad de las conciencias, la obligación de los que mandan de mandar y administrar con justicia y equidad, al respetar con sosiego las diferencias de ciudadanos y sectores de la sociedad, y la ley del amor cívico a amigos y adversarios.
Tal mensaje se halla inscripto en la conciencia profana de la humanidad y en los ideales a los cuales ha aspirado a lo largo de la historia. Es bajo esta inspiración evangélica que las sociedades modernas buscan el sentido de su libertad y de su dignidad, la dignidad de la persona humana, la justicia social, la emancipación política y económica de la persona, la lucha contra la pobreza y la exclusión, y la plena vigencia de los derechos humanos. Al mismo tiempo, estos constituyen los contenidos básicos de una auténtica democracia, como lo expresa Maritain en Cristianismo y democracia .
Por eso esta obra común tiene un sentido cristiano, a pesar de que pueda estar trabada por errores e ilusiones. Así, la sociedad pluralista tiene orientación cristiana: la convicción de que la obra política por excelencia es la de hacer la vida común mejor y más fraternal, un mundo en el que ningún sector sea agredido por los que mandan, y en el que se trabaje incansablemente para hacer de la arquitectura de las instituciones, leyes y costumbres de la vida común una casa para hermanos.
La tarea consistente y sin desmayos para el logro de grados crecientes de libertad, contra la pobreza y la exclusión y por el trabajo decente constituyen pilares de la verdadera lucha en la que deberían estar comprometidas las religiones monoteístas y la sociedad de nuestro país en su conjunto.
También debería ser el empeño de los que mandan, con discreción y sin histrionismo, estridencias ni mentiras.
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