Debate sobre el aborto. Miguel Kottow
El individuo propone y las circunstancias disponen. El silencio aquí prometido en torno al tema del aborto ha de ser roto, porque la algarabía no puede quedar sin comentario. Lamentablemente, lo que tenemos es una disputa y no un debate, es decir, en vez de argumentos que se enfrentan respetuosamente y buscan validarse con razonamientos, se nos inunda con posturas herméticas, convencidas de estar en la verdad y de que esas verdades han de ser universalmente aceptadas.
La ética ha tiempo que no reconoce la existencia de verdades apodícticas – que no admiten discusión-. Que las hay, sí, pero solo valen para quienes comparten un mismo pensamiento o creencia. Es por eso que el mundo cívico, cuyas normas debemos todos aceptar, se diferencia del mundo religioso, donde cada uno decide obediencia y lealtad a su credo, sin importunar a los demás.
Un debate productivo requiere ciertos acuerdos semánticos. ¿Qué es un aborto terapéutico? Nada, se nos dice, por cuanto no existe sino que se trata de un aborto indirecto (neologismo para la doctrina del doble efecto). Otros piensan en situaciones en que la madre está en riesgo de muerte y el niño presenta malformaciones, mientras que la interpretación más amplia contempla como indicación de aborto toda situación orgánica, psíquica o social que a la mujer le provoca sufrimientos difíciles de tolerar.
Algunos detractores más esclarecidos del aborto intentan circunscribir la autorización a situaciones puntuales: patologías, violencia sexual, malformaciones no viables del embrión/feto. En cambio, quienes proponen liberalizar las indicaciones del aborto procurado y poner la decisión en manos de la mujer, se dejan tentar por estas magras permisiones donde la voluntad de la mujer es subalterna a una indicación excepcional, con lo cual la batalla pro-decisión estaría perdida, por cuanto en la interrupción del embarazo por razones médicas dependerá del consentimiento, pero no de la decisión autónoma de la mujer. Poco habrá ganado la postura liberal, pues las indicaciones acotadas tienen el riesgo de ser en todo momento revertidas a la prohibición absoluta, como ha sucedido en Chile y, recientemente, en Nicaragua.
Se ha reflotado la famosa analogía discurrida por la filósofa J.J. Thomson, del violinista famoso cuyo cuerpo es uncido al de una persona sana que, dormida, no es consultada ni informada, a fin de que durante nueve meses se produzca una diálisis renal en vivo. Este complejo modelo explica por qué un embarazo por violencia sexual puede ser legítimamente interrumpido, pero no adelanta gran cosa en la discusión del aborto por decisión autónoma de la mujer. La analogía cojea, además, por sostener que si es legítimo expulsar al violinista, también lo será abortar al embrión, pero la posición “pro choice” se fundamenta en gran medida en que el embrión aún no es un ser humano con plenos derechos; es, como lo denominó el bioeticistsa jesuita R.
McCormick, un pre-embrión, cuya disposición –lo que se puede hacer con él- no necesita ampararse en violinistas enfermos del riñón.
Un político habría accedido a discutir el tema porque “aquí se matan 200.000 personas” al año. Esa frase no abre sino que clausura el debate, porque se habla de matar y de personas, cuando hay robustos argumentos que insisten que, aunque por creencia se le asignase humanidad al embrión, no por ello puede asume el complejo estatus de persona. Todas las definiciones de persona, desde Boecio, hasta Kant pasando por santo Tomás y otros, definen persona como un ser racional, además de dotarlo de otros atributos. Destruir una célula embrionaria es destruir una célula embrionaria, no matar a una persona.
Se cuestiona que la cifra tradicionalmente reconocida de 150.000 a 200.000 abortos clandestinos al año es excesiva porque los egresos hospitalarios por abortos complicados llegan a 34.000. Esa cifra es alta, porque desde hace varios decenios se mantiene inalterada, salvo ocasionales repuntes (56.000 en 1965). Así y todo, lo que llega al hospital nada dice sobre la cantidad de procedimientos abortivos que ocurren sin acudir a servicios médicos. Como todo estimado de prácticas clandestinas, es una cifra gris, pero minimizarla no la hace más presentable, indicando insensibilidad ante el hecho que cada caso es un drama existencial en sí, multiplicado por una estadística que lo convierte en problema de salud pública.
Es favorable que la discusión se esté oxigenando, siendo preciso que los interlocutores vigilen la solidez de sus argumentos. El recurso a relatos personales, así como la presentación de encuestas insuficientemente transparentadas, muestran precisamente lo que intentan ocultar: hay decisiones que son personales y no subalternas a principios, y los así llamado “temas valóricos” son producto de la reflexión existencial de cada cual, por lo que es indispensable respetar y ser tolerante con los pluralismos bien fundados.
Miguel Kottow , es Médico de la U. de Chile, especializado en Oftalmología.
Doctor en Medicina Universidad de Bonn, Alemania; Médico Cirujano Estado de Illinois, USA; y Magíster en Sociología Universidad de Hagen, Alemania. [+/-] Seguir Leyendo...
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