Su declinación a ser candidato finalmente le permitirá a Lagos asumir la condición de ex Presidente que debió haber asumido hace tres años. Su tardío anuncio de retiro de la política electoral es un menoscabo para la Concertación, pero también es costoso para el propio Lagos. Como presidenciable, nunca pudo defenderse adecuadamente de las acusaciones de ineficiencia, incapacidad y corrupción hechas contra su gobierno. Peor aún, precisamente porque nunca anunció su retiro definitivo de la política, su legado ha sido continuamente manchado por ataques de la Alianza, que temía su retorno.
Al bajarse, Lagos confirma que siempre le importó más salvarse a si mismo que fortalecer a la Concertación. Paradójicamente, señaló estar dispuesto a trabajar en áreas que la Concertación le asigne. Pero su comportamiento desde que dejó el poder no ha sido de un irrestricto compromiso concertacionista. Como perro del hortelano que no come ni deja comer, Lagos devino en un cuello de botella para la renovación de la Concertación. Sus indecisiones limitaron sustancialmente el campo de acción gubernamental de Bachelet. Por lealtad con su predecesor y potencial sucesor, Bachelet evitó responsabilizar a Lagos por los errores de diseño del Transantiago y otros fallidos legados de su administración. La sombra de Lagos dificultó el camino para que el gobierno de Bachelet—que cometió excesivos errores propios—construyera su propia identidad. Las cavilaciones de Lagos también obstaculizaron la candidatura de Insulza, quien además ha evidenciado demasiadas dudas propias.
Ahora, Lagos necesita reconstruir su reputación de líder visionario y asumir la defensa de su legado. Siguiendo el ejemplo de Aylwin, deberá guardarse para momentos críticos. Mucho más que líder PPD o concertacionista, Lagos eventualmente deberá asumir la condición de líder nacional. Aunque al comienzo le resulte difícil, el que ya no albergue aspiraciones presidenciales le facilitará el camino. Con sus aspiraciones políticas castradas, sus enemigos ya no lo ven como amenaza. También se podrán hacer mejores evaluaciones de su legado, que objetivamente tiene muchas más luces que sombras.
Pero Lagos igual deberá pagar los costos de su indecisión. Estos tres años de ambivalencia política han roído su imagen y su legado. Si se hubiera retirado de la política en marzo de 2006, su estatura de ex presidente hoy sería similar a la de Aylwin (cuyo gobierno también cometió errores importantes). Ahora en cambio, la suya es la imagen de un político temeroso. O peor aún, derrotado antes de pelear.
Soldado que arranca sirve para otra guerra. Pero solo un ejército de insensatos vuelve a creer en un marino que, al huir por temor al adversario, amenazó con hundir a todo el barco. Al retirarse de la carrera presidencial tres años tarde, Lagos se guarda para otras batallas que difícilmente podrán ser libradas al interior de una Concertación que hoy parece desmoralizada y anímicamente derrotada.
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