La derecha no es tonta.Asuntos Publicos.Antonio Cortés Terzi
Mientras duró el régimen militar, en las tertulias de los círculos de
izquierda era frecuente oír mofas del dictador por su supuesta falta
de inteligencia y escuchar infinidad de anécdotas que supuestamente
ilustraban su estulticia. Puesto que esa inteligencia “faltante” lo
mantuvo en el poder durante 17 años, no cabe más que deducir que
la izquierda tenía un concepto un tanto peculiar acerca de lo que es
este concepto en política o que los cuentos y anecdotarios no eran
más que ingenuos mitos, construidos para nutrir esperanzas y superar
miedos.Más en la actualidad, pero desde hace tiempo, dirigentes y adherentes
de la centro-izquierda vienen repitiendo -ahora a viva voz- que ni
la derecha ni Sebastián Piñera ofrecen -ni pueden ofrecer- un proyecto
para Chile. Impedimento que provendría de una suerte de ADN que
circularía por la socio-cultura derechista.
Pues bien, aquí estamos, otra vez, frente a un nuevo mito o, tal vez,
ante la incapacidad de comprender que los proyectos político-históricos
no tienen por qué, para ser tales, tener los mismos contenidos,
formas e imaginarios que los desarrollados por la centro-izquierda.
Mito que, merced a lo coyuntural, crece y se alimenta de discursos
e ideologismos. En efecto, ya ha derivado en una cantilena el pregonar
que la crisis actual “demostraría” el fin de la esencialidad de las ideas
de derecha y que Barack Obama vendría a ser algo así como el
“exterminador” del neoliberalismo.
La crisis mundial potencia a la derecha
En este artículo se parte desde una perspectiva analítica distinta y
muy fácil de explicar: es una perspectiva anti mítica, historicista y
“cínica”. Pero también se parte desde una “hipótesis de trabajo” que
contraría las mencionadas y que se puede sintetizar de la siguiente
manera: si se compara el cuadro político y político-intelectual que
hoy lucen tanto la Concertación como la derecha, es dable conjeturar
que esta última no sólo está en condiciones de levantar un proyectopaís
sino que, además, cuenta con facultades para elaborarlo y
ofrecerlo con más consistencia que el que finalmente enarbole la
Concertación.
Para argumentar a favor de esta hipótesis de trabajo, permítasenos
un pequeño rodeo a través de algunas excogitaciones de carácter
1. Probablemente, Chile es uno de los países latinoamericanos más estructurados bajo parámetros típicamente capitalistas y más homogenizados (social y nacionalmente) por pautas dictadas por la modernidad globalizada.
2. Ni la actual crisis mundial ni sus efectos en el país, insinúan la emergencia de interrogaciones y respuestas radicales que hagan suponer la apertura de procesos que vayan a lesionar la consistencia del tipificado capitalismo criollo. ni cambios significativos en las sólidas lógicas y dinámicas que imponen las
prácticas y contenidos de la modernidad globalizadora.
3. Sin duda que el estado de la economía internacional y sus embates sobre la realidad interna generan(o generarán) estremecimientos sistémicos lo suficientemente fuertes como para que surjan decisiones y políticas correctivas y readecuadoras del funcionamiento del estatus mundial. Sin embargo, la conducción
de tales decisiones y políticas ya ha sido férreamente asumida por los poderes hegemónicos del capitalismo globalizado y no existen atisbos de encontrar competencias alternativas y viables.
4. Resuelto el asunto de la fuerza hegemónica que se hará cargo de la crisis universalizada y que proviene del propio stablishment, los cambios que se pueden esperar estarán bajo la impronta de un mayor y mejor despliegue de las leyes esenciales del capitalismo y de reimpulsos a la modernidad globalizada.
5. Lo anterior es tanto más factible, puesto que, a diferencia de algunas opiniones que ven en la crisis vigente una suerte de anuncio de agotamiento del dinamismo capitalista, lo cierto es que éste cuenta con grandes “reservas” expansivas, entre otras cosas, merced a la acumulación de avances científicotecnológicos
que todavía no se traducen plenamente en los sistemas productivos y merced a los enormes espacios de integración dinamizadora que ofrecen países como China e India, entre otros.
6. Siguiendo el orden de ideas de este último punto, cabe pronosticar que el período posterior que se inaugure con la superación de la situación crítica, estará caracterizado por una revitalización del capitalismo moderno y por una acentuación de su capacidad expansiva e integradora, que temporalmente volverá a
ocultar sus irracionalidades y sus lados más oscuros.
De lo dicho, se pueden desprender algunas conclusiones para efectos de lo que aquí interesa analizar.
En primer lugar, es falso -o al menos una exageración- deducir que la crisis económica y su devenir afectarán histórica y sustancialmente los pensamientos económicos y políticos de las derechas. Tal vez, por el contrario. Las respuestas a la situación crítica se encaminan hacia mayores liberalizaciones y potenciaciones del comercio mundial, hacia un retorno de la lógica del “crecimentismo”, hacia
perfeccionamientos del funcionamiento del capital financiero y los sistemas de crédito, hacia la introducción de “paquetes” de nuevas tecnologías, hacia reordenamientos macroeconómicos, etc. Es decir, en lo grueso, el terreno no sólo es fértil para las ideas libremercadistas y globalizadoras en términos generales, sino,
incluso, para ideas “re-reformadoras” de cuño neoliberal(2). Si las alternativas a la crisis son más tipificación capitalista, más modernidad y más globalización, no hay razón para anunciar la obsolescencia de las políticas económicas de raigambre derechista.
En segundo lugar, tampoco tiene mucho asidero el pregonar que los tiempos que vienen serán de reivindicación “natural” del papel del Estado, “devolviéndole” facultades y funciones semejantes a las quele asignaron la cultura socialdemócrata tradicional o el “desarrollismo” en América Latina.
Es cierto que la crisis dejó en evidencia las fragilidades de los sistemas e instituciones políticas para anticipar y corregir dinámicas económicas que se mueven con gran autonomía. Y no es menos cierta la creación de fuertes consensos en cuanto a la necesidad de reforzar las capacidades de las institucionalidades
políticas (y/o económico-políticas, como, por ejemplo, el FMI y el BM), para los efectos, precisamente,de evitar extremas autonomizaciones de subestructuras o procesos económicos.
Pero las tendencias que se visualizan en ese campo -y que, por lo demás, no son nuevas- poco o nada tienen que ver con las nociones subyacentes que originaron los estados de corte socialdemócrata. Seinspiran, más bien, en ciertas derivadas de la “filosofía” del Estado que ostenta el neoliberalismo y que no se reduce al concepto de “Estado subsidiario”.
La utopía libremercadista y, más aún, la neoliberal, consisten en imaginar una sociedad autorregulada por el mercado, organizada natural o espontáneamente en torno a libres e individualizadas relaciones mercantiles. De ahí sus intrínsecas reservas hacia la política y de ahí también sus reticencias hacia el Estado. El objeto de la política (“tradicional”) y del Estado son lo público y el vínculo societario. Es decir,lo opuesto al mundo ideal del mercado y, por lo mismo, perturbador de la autorregulación mercantil.
Desde hace algunos años, el neoliberalismo ha morigerado sus apreciaciones ortodoxas sobre el Estado y la política, porque ha descubierto que ambos momentos también aceptan grados de mercantilización,por supuesto, previas readecuaciones.
Ahora bien -piensa el neoliberalismo- si el Estado y la política internan lógicas mercantiles, aunque sea parcialmente, eso quiere decir que sus nexos con el mercado no tienen por qué seguir siendo de distanciamiento y conflicto, sino que pueden serlo de cooperación orgánica y hasta de complementariedad.
La hipótesis que aquí se sostiene es que las reacciones “estatistas” que ha desencadenado la crisis van a plasmarse en cambios institucionales más afines al neoliberalismo que a otras corrientes políticoculturales.
En otras palabras, en cambios que signifiquen una mayor imbricación, dentro de las instituciones,de las lógicas políticas con las lógicas mercantiles y, por lo mismo, con políticas menos independientes de las esferas e intereses que maneja la gran empresa privada.
Esta hipótesis tal vez se torne más asimilable tomando en cuenta que mucho antes que se desencadenara la actual crisis, Alvin Toffler ya aventuraba la siguiente propuesta: “Debiera reconocerse a nivel internacional que estas empresas, les gusten a uno o no, son jugadores de mucho poder en la arena global, y que si queremos tener paz o una política global de alguna clase, no se les puede ignorar. Así, a menos que
creemos una ONU que invite, integre a estas otras nuevas fuerzas, pienso que la ONU va a morir(3) .
Más allá de las consideraciones que se tengan de las apreciaciones de Toffler, la preocupación que refleja su “insólita” propuesta es enteramente válida, pues no hace otra cosa que constatar el poderío fáctico alcanzado por el mercado en las sociedades modernas y el decreciente poder que lucen las instituciones
políticas. Precisamente, merced a estos desequilibrios, es dable presumir que la salida a la crisis difícilmente tendrá una marcada orientación progresista.
Facilidades para un programa de derecha De todo lo anterior -retomando el propósito principal de este Informe- se desprende que el escenario internacional de crisis -y, previsiblemente, de post crisis-, lejos de contradecir u obstaculizar las posibilidades de un programa derechista creíble de gobierno, lo facilita, al menos en algunos de sus ejes sustantivos.
Y tanto más lo facilita puesto que esos ejes sustantivos estaban en las cabezas programáticas de la derecha antes de que apareciera la crisis económica mundial.
Los diagnósticos sobre la realidad chilena, previos a la crisis, nos hablaban, consensuadamente, de una pérdida de dinamismo del crecimiento económico y de las modernizaciones. Antes del destape de la situación crítica ya había coincidencia en la necesidad de abrir una nueva etapa de desarrollo. El propio gobierno de la Presidenta Bachelet tuvo entre sus emblemas inaugurales la oferta de transitar hacia un “nuevo ciclo”.
Por razones que no es el caso analizar aquí, ese “nuevo ciclo”, en el gobierno actual, se concentró en sus aspectos sociales, quedando en deuda en materias de dinamización económica y modernizadora.
En otras palabras, si la crisis mundial y sus consecuencias en Chile se van a constituir en factotum orientador de programas de gobierno, ello no sólo no perturbará los atisbos programáticos preexistentes en la derecha. A la inversa, le darán más consistencia y vigencia puesto que se insertan natural y fluidamente en los planes que se venían fraguando para la instauración de una “nueva etapa”.
Planteado aún más categóricamente: el momento crítico internacional y nacional y la legitimada idea de que Chile necesita poner el acento en políticas de crecimiento y modernizaciones, crea un contexto casi óptimo para un programa gubernamental de derecha. De un lado, porque son tópicos o áreas en los que la derecha se mueve con más holgura y con muchísimas menos conflictividades que las que le despiertan
al progresismo. Y segundo, porque las circunstancias críticas favorecen políticas y discursos justificatorios de proyectos o medidas socialmente ingratas que, en otras circunstancias, encontrarían más dificultades y oposiciones.
Siguiendo la lógica de lo aquí analizado, es dable conjeturar que el Programa de Sebastián Piñera –que no es un neoliberal “ortodoxo”- tendrá tres líneas matrices: subir las tasas de crecimiento económico, reimpulsar modernizaciones y reformar la Administración Pública tras la finalidad de una mejor y más ágil gestión.
Ahora bien, en esos tres campos, la derecha posee ventajas comparativas respecto de la Concertación.
En los dos primeros planos, o sea en el del crecimiento y en el de las modernizaciones, sus ventajas se encuentran en dos aspectos claves.
En primer lugar, a diferencia del progresismo, la derecha tiene una comprensión cabal y una aceptación total de las leyes que rigen el desarrollo en una sociedad capitalista. Ergo,el definir políticas de crecimiento no le acarrea problemas ideológicos ni menos pudores éticos. En tal sentido, puede elaborar y aplicar estrategias de crecimiento de relativo largo aliento sin temor a frenazos
por discrepancias internas de peso.
Y, en segundo lugar, por socio-cultura la derecha tiene una aproximación orgánica e inmediatacon los fenómenos y procesos nuevos, especialmente productivos, que entrañan las céleres dinámicas transformadoras y modernizadoras que acompañan al capitalismo moderno. Por lo mismo, le es posible leer en la realidad tangible, y no en los textos o coloquios internacionales,los cambios económico-estructurales y las tendencias de la modernidad. Dicho de otra forma, por la composición social y funcional de sus elites, la derecha cuenta con dispositivos de procesamiento
de la información que atañe a lo económico y a las modernizaciones, muchos más fluidos, rápidosy eficaces que los mecanismos que, por lo general, dispone el progresismo para los mismos efectos. En consecuencia, posee allí una nutriente formidable para los fines programáticos.
En el área de la reforma de la Administración Pública también se pueden contabilizar dos ventajas.
De un lado, su visión del Estado, del poder y de la política le permite concebirla como una subestructura básicamente “despolitizada” y “técnica”, virtualmente sustraída de los circuitos de toma de decisiones políticas. En consecuencia, sus proyectos reformadores se simplifican política y técnicamente y se restringen a fórmulas inspiradas en modelos y experiencias modernas de gestión.
En el progresismo, en cambio, conviven conceptualizaciones distintas del Estado, de sus alcances y roles, cada una de las cuales aprecia, a su vez, de manera diferente la organización y función de la Administración Pública.
Por otra parte, es innegable que la Concertación tiene fuertes vínculos político-corporativos con la Administración Pública, que intervienen negativamente en la elaboración e implementación de proyectos modernizadores. Situación que explica, en gran medida, por qué, en el curso de casi veinte años de gobierno, la modernización de la Administración Pública sigue siendo un problema abordado con timidez y parcialmente.
Un eventual gobierno de derecha, virtualmente no tendría compromisos corporativos. Por lo mismo, está más facultado para postular medidas reformistas en ese campo y no sin cuotas importantes de audacia y de aceptación social.
En suma, en el orden de la elaboración programática la derecha cuenta con contextos y antecedentes que tienden a otorgarle superioridad en cuanto a la calidad de los programas que se pondrán en competencia. Máxime si se agregan a los análisis otro par de elementos que le son favorables.
Uno tiene que ver con las políticas sociales. La verdad es que ahí la Concertación ya le hizo el trabajo a un hipotético gobierno de Sebastian Piñera. Con sólo mantener, en lo grueso, lo ya existente en ese ámbito, más algunas rectificaciones y perfeccionamientos, la derecha dispondría de líneas programáticas que le acomodan, especialmente si, además, no plantean problemas de financiamiento.
El otro tema alude a las intelligentzias programáticas, a los cuerpos intelectuales y técnico-políticos encargados de diseñar, innovar, argumentar, comunicar, etc., los programas. Y aquí las ventajas de la derecha son enormes, resumidamente por tres razones:
- Por la formidable red de recursos humanos y materiales que controla en el ámbito de la intelectualidad y de la tecno-política y que se distribuyen entre potentes Think Tank y universidades.
- Por el reclutamiento que ha hecho Piñera de un gran contingente de profesionales jóvenes y tecnopolíticos que trabajan desde fuera de la política y sus contingencias.
- Por el agotamiento y anquilosamiento mental que pesa sobre los tecno-políticos concertacionistas y que les dificulta enormemente pensar más allá de lo que ya han pensado programáticamente en el pasado.
Para finalizar, cabe una última reflexión. El mundo progresista tiende a suponer, prejuiciosamente, que la popularidad y respaldo a programas y gobierno depende casi exclusivamente de los beneficios sociales y corporativos que ofrecen a los distintos estamentos de la sociedad. Ese prejuicio conduce a falsas o simplistas expectativas, pues de él se deduce que los programas derechistas -salvo los populistasestarían
siempre por detrás de las opciones programáticas progresistas, hipotéticamente más sensibles a lo social.
Por supuesto que la “cuestión social” gravita contundentemente en las popularidades y respaldos masivos a las alternativas de gobierno en juego. Pero en las sociedades modernas gravita también, y competitivamente, un imaginario de país que le asigna al crecimiento económico y a las modernizaciones más tangibles
una valoración relevante y colectivamente compartida. Que el país se enriquezca y se modernice es una oferta altamente atractiva para el ciudadano-consumidor, aunque no tenga garantías de acceso a esos avances. Aun sin dinero, el ciudadano-consumidor disfruta visitando el mall.
En otras palabras, un proyecto-programa derechista que acentúe en crecimiento y modernidad encuentra (o puede encontrar) ecos masivos, pues sintoniza con cambios culturales modernos que se expresan en valores y conductas masificadas. Sebastián Piñera y su previsible programa va a simbolizar y catalizar esos cambios de alcances sociales significativos. [+/-] Seguir Leyendo...
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