LAS COSAS EN SU SITIO. Andres Rojo
Comienza la campaña municipal, y con ella se pasa casi de inmediato a la elección presidencial y parlamentaria de fines del próximo año, y a pesar de que el Gobierno insista en que ejercerá sus prerrogativas hasta el último día de su mandato lo concreto es que ya se está pensando en quiénes serán las próximas autoridades y se entra en una vorágine de elecciones que ralentizará el desarrollo nacional y que no fue previsto al momento de establecer un período presidencial de cuatro años.
Paralelamente, se vuelve a conceder un protagonismo desmesurado a la política, con lo que se producirá un agotamiento del público que, sin mayor interés por el tema, se verá bombardeado con informaciones que, en términos generales, se reduce a los conflictos dentro de los partidos y pactos. Una sociedad madura desde un punto de vista democrático progresa cuando el debate político se centra en los aspectos relevantes para su desarrollo, pero en Chile es poco habitual que se discuta -y se resuelva- sobre materias como la centralización, la distribución del ingreso o la reforma del modelo económico.
El público parece acostumbrado a absorber sin mayor discriminación las promesas de los candidatos, sabiendo con anticipación que la mayoría de ellas no serán cumplidas y que la ciudadanía, por culpa de su propia desorganización y apatía, no podrá exigir el cumplimiento de lo prometido.
Lo normal sería que un país maduro desde un punto de vista democrático tuviera circunscrita la discusión política a lo estrictamente necesario, pero en Chile ocurre lo contrario: A fuerza de negar la existencia de los problemas y de definiciones no resueltas, se exacerba la dimensión menos atractiva de la actividad política y al final no se toma ninguna decisión, el público confirma su percepción de que da más o menos lo mismo entre las distintas opciones y los candidatos quedan conformes cuando son electos y frustrados cuando no reciben el apoyo popular.
La ciudadanía, sin embargo, queda invariablemente frustrada por la sencilla razón de que nuestro sistema democrático -teóricamente inspirado en el modelo representativo- no permite la adecuada representación de la gente y los candidatos tampoco contribuyen a ser fieles espejos de la voluntad popular si no asumen de verdad y en forma comprometida en la tarea de representar el sentir ciudadano.
La política es importante, no hay duda, pero no se debe olvidar que su fin es contribuir a organizar la sociedad por lo que la sociedad -la gente, en definitiva- es más importante que la política. Si eso se olvida, si quienes se dedican a la política se distancian de la gente, no será la comunidad la principal perjudicada porque siempre encontrará otra forma de organizarse.
Paralelamente, se vuelve a conceder un protagonismo desmesurado a la política, con lo que se producirá un agotamiento del público que, sin mayor interés por el tema, se verá bombardeado con informaciones que, en términos generales, se reduce a los conflictos dentro de los partidos y pactos. Una sociedad madura desde un punto de vista democrático progresa cuando el debate político se centra en los aspectos relevantes para su desarrollo, pero en Chile es poco habitual que se discuta -y se resuelva- sobre materias como la centralización, la distribución del ingreso o la reforma del modelo económico.
El público parece acostumbrado a absorber sin mayor discriminación las promesas de los candidatos, sabiendo con anticipación que la mayoría de ellas no serán cumplidas y que la ciudadanía, por culpa de su propia desorganización y apatía, no podrá exigir el cumplimiento de lo prometido.
Lo normal sería que un país maduro desde un punto de vista democrático tuviera circunscrita la discusión política a lo estrictamente necesario, pero en Chile ocurre lo contrario: A fuerza de negar la existencia de los problemas y de definiciones no resueltas, se exacerba la dimensión menos atractiva de la actividad política y al final no se toma ninguna decisión, el público confirma su percepción de que da más o menos lo mismo entre las distintas opciones y los candidatos quedan conformes cuando son electos y frustrados cuando no reciben el apoyo popular.
La ciudadanía, sin embargo, queda invariablemente frustrada por la sencilla razón de que nuestro sistema democrático -teóricamente inspirado en el modelo representativo- no permite la adecuada representación de la gente y los candidatos tampoco contribuyen a ser fieles espejos de la voluntad popular si no asumen de verdad y en forma comprometida en la tarea de representar el sentir ciudadano.
La política es importante, no hay duda, pero no se debe olvidar que su fin es contribuir a organizar la sociedad por lo que la sociedad -la gente, en definitiva- es más importante que la política. Si eso se olvida, si quienes se dedican a la política se distancian de la gente, no será la comunidad la principal perjudicada porque siempre encontrará otra forma de organizarse.
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