LA OTRA CONCERTACIÓN. Andres Rojo
Aprovechando que han pasado veinte años desde el 5 de octubre de 1988, que marcó el punto máximo de la Concertación en cuanto a su capacidad de movilización y de generar la mística ciudadana tras un objetivo común, como lo fue la recuperación de la democracia, la Alianza ahora está dando señales de tratar de reinventar el modelo que tanto éxito le dio a la Concertación.
Una primera muestra ha sido la insistencia de algunos dirigentes de plantear a la Alianza ya no como un mero pacto electoral entre RN y la UDI, sino como una plataforma de entendimiento de todos los grupos que, casi con independencia de su doctrina, coinciden en el malestar contra la corrupción y la ineficiencia que ha venido mostrando la Concertación. Aunque este propósito choca con la poca disposición de los descolgados del actual pacto gubernamental de asociarse tan rápido con la oposición, sin duda resulta atractivo para quienes no conocen los delicados hilos que se mueven tras las grandes negociaciones políticas y sirve además para que la Alianza trate de convencer que es de verdad de Centro-Derecha y no de Derecha.
Una segunda señal la dio el propio candidato opositor Sebastián Piñera, al anunciar la intención de constituir una red de voluntarios que vele por la transparencia de las siguientes elecciones. Con ello, se da a entender que la Concertación está tan dispuesta al intervencionismo como lo estuvo el régimen militar y, en segundo término, que la honestidad y la defensa de la libre expresión del voto ciudadano son ahora propiedad de la Alianza.
Es previsible que cuando la Concertación se percate de esta estrategia ponga el grito en el cielo, cuestione la vocación democrática de la Alianza, saque a relucir su vinculación con la dictadura y, de paso, argumente la volubilidad política de Piñera, pero a veinte años del plebiscito de 1988 ya la gente no se conforma con declaraciones más o menos rimbombantes sino que quiere hechos, y en ese campo hay que decir que la Concertación ya no es la misma que fue hace dos décadas.
Aunque le duela a los dirigentes del oficialismo, la Alianza se ha ganado el derecho a poner en el debate su propio compromiso con la democracia. Pinochet ya no está, el modelo económico que proponen unos y otros no difiere a los ojos del público y las repetidas monsergas sobre un pasado oscuro de la Derecha ya no surten el mismo efecto que se producía cuando la mayoría de los votantes tenía fresco el recuerdo de lo que fue la dictadura.
El escenario es otro y es probable que la Alianza, aunque audaz, esté dando un paso correcto en la tarea de reconquistar el entusiasmo popular a su favor, poniendo el sueño de construir una Patria justa y buena -el slogan de Patricio Aylwin- tras la candidatura de Sebastián Piñera.
Una primera muestra ha sido la insistencia de algunos dirigentes de plantear a la Alianza ya no como un mero pacto electoral entre RN y la UDI, sino como una plataforma de entendimiento de todos los grupos que, casi con independencia de su doctrina, coinciden en el malestar contra la corrupción y la ineficiencia que ha venido mostrando la Concertación. Aunque este propósito choca con la poca disposición de los descolgados del actual pacto gubernamental de asociarse tan rápido con la oposición, sin duda resulta atractivo para quienes no conocen los delicados hilos que se mueven tras las grandes negociaciones políticas y sirve además para que la Alianza trate de convencer que es de verdad de Centro-Derecha y no de Derecha.
Una segunda señal la dio el propio candidato opositor Sebastián Piñera, al anunciar la intención de constituir una red de voluntarios que vele por la transparencia de las siguientes elecciones. Con ello, se da a entender que la Concertación está tan dispuesta al intervencionismo como lo estuvo el régimen militar y, en segundo término, que la honestidad y la defensa de la libre expresión del voto ciudadano son ahora propiedad de la Alianza.
Es previsible que cuando la Concertación se percate de esta estrategia ponga el grito en el cielo, cuestione la vocación democrática de la Alianza, saque a relucir su vinculación con la dictadura y, de paso, argumente la volubilidad política de Piñera, pero a veinte años del plebiscito de 1988 ya la gente no se conforma con declaraciones más o menos rimbombantes sino que quiere hechos, y en ese campo hay que decir que la Concertación ya no es la misma que fue hace dos décadas.
Aunque le duela a los dirigentes del oficialismo, la Alianza se ha ganado el derecho a poner en el debate su propio compromiso con la democracia. Pinochet ya no está, el modelo económico que proponen unos y otros no difiere a los ojos del público y las repetidas monsergas sobre un pasado oscuro de la Derecha ya no surten el mismo efecto que se producía cuando la mayoría de los votantes tenía fresco el recuerdo de lo que fue la dictadura.
El escenario es otro y es probable que la Alianza, aunque audaz, esté dando un paso correcto en la tarea de reconquistar el entusiasmo popular a su favor, poniendo el sueño de construir una Patria justa y buena -el slogan de Patricio Aylwin- tras la candidatura de Sebastián Piñera.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home