TOZUDEZ. Andres Rojo.
Ya es prácticamente un dogma de la política nacional de los últimos que si la Concertación llega a perder no será por mérito de la Alianza por Chile, sino por los propios errores de un sector de dirigentes del conglomerado de Gobierno, acusados por otros del mismo pacto de arrogancia y porfía.
La tozudez es un concepto que engloba los dos anteriores porque implica mantenerse en el error sólo por no reconocerlo, por orgullo, y cuando los dirigentes políticos llegan a ese punto es porque han perdido la noción necesaria de realidad para poder interpretar las necesidades de la mayoría de la ciudadanía.
Se puede tener la razón, pero haberla tenido en el pasado no es garantía de que siempre se esté en lo correcto, así como el haber tenido mayoría en las elecciones no implica que siempre se gozará de ese privilegio, y no reconocerlo es una actitud tozuda.
Hay tozudez, por ejemplo, cuando no se reconoce que las mayorías parlamentarios no se pueden imponer por un simple acto de voluntad. Es efectivo que en la última elección la Concertación logró el control de ambas ramas del Congreso, pero a estas alturas ya es un hecho de la causa que se perdió ese dominio por la incapacidad de incorporar a la política oficialista los disensos al interior del propio pacto y, en lugar de sumar nuevos matices a una alianza que se identificaba con el arco iris, se opta por borrar las tonalidades que hacen más difícil el ejercicio del poder.
Pero es también tozudez no reconocer que los expulsados y renunciados sí representan parte de la voluntad popular y que, mientras no se hagan nuevas elecciones, pueden legítimamente asumir como propia la votación conseguida en los últimos comicios porque el argumento de que fueron electos en su condición de concertacionistas no tiene pruebas hasta que no sean sometidos a la voluntad popular.
En este sentido, incluso si todos ellos pierden sus cupos en la próxima elección, la rigidez del sistema electoral y partidista que la Concertación no ha sabido o querido reformar impedirá afirmar que un determinado pacto tiene la mayoría del respaldo ciudadano porque la imposibilidad de que los matices se expresen hace imposible ese tipo de aseveraciones.
Lo concreto, lo que indican las matemáticas, es que ni la Concertación ni la Alianza tienen la mayoría en ninguna de las cámaras del Parlamento, y que los renunciados y expulsados tienen todo el derecho -hasta la próxima elección- de hacer los negocios políticos que estimen pertinentes. Si se equivocan, perderán sus cargos; si aciertan, tendrán acceso a la reelección y, eventualmente, a un aumento de su cuota de poder, exigua pero determinante.
Del mismo modo, es tozudez insistir en no reconocer que la conducción de la economía no ha sido la más acertada y suponer que los equilibrios estadísticos protegerán al país de cualquier vaivén. Lo concreto, nuevamente lo que indican las matemáticas, es que el país está bien, pero podría estar mucho mejor porque no se han aprovechado las oportunidades dadas por la bonanza del cobre para mejorar la competitividad, diversificar la estructura productiva y avanzar en una real equidad para todos los sectores de la sociedad.
Sin ser economista, en agosto del año pasado advertí, bajo el título "La solidez de una economía egoísta", sobre los riesgos de la apertura de la economía nacional al mercado global, precisando que aunque en un momento los beneficios pueden ser superiores a las desventajas, esa situación puede invertirse con la misma facilidad, dada la pequeñez de nuestra economía dentro del mundo.
La tozudez es un concepto que engloba los dos anteriores porque implica mantenerse en el error sólo por no reconocerlo, por orgullo, y cuando los dirigentes políticos llegan a ese punto es porque han perdido la noción necesaria de realidad para poder interpretar las necesidades de la mayoría de la ciudadanía.
Se puede tener la razón, pero haberla tenido en el pasado no es garantía de que siempre se esté en lo correcto, así como el haber tenido mayoría en las elecciones no implica que siempre se gozará de ese privilegio, y no reconocerlo es una actitud tozuda.
Hay tozudez, por ejemplo, cuando no se reconoce que las mayorías parlamentarios no se pueden imponer por un simple acto de voluntad. Es efectivo que en la última elección la Concertación logró el control de ambas ramas del Congreso, pero a estas alturas ya es un hecho de la causa que se perdió ese dominio por la incapacidad de incorporar a la política oficialista los disensos al interior del propio pacto y, en lugar de sumar nuevos matices a una alianza que se identificaba con el arco iris, se opta por borrar las tonalidades que hacen más difícil el ejercicio del poder.
Pero es también tozudez no reconocer que los expulsados y renunciados sí representan parte de la voluntad popular y que, mientras no se hagan nuevas elecciones, pueden legítimamente asumir como propia la votación conseguida en los últimos comicios porque el argumento de que fueron electos en su condición de concertacionistas no tiene pruebas hasta que no sean sometidos a la voluntad popular.
En este sentido, incluso si todos ellos pierden sus cupos en la próxima elección, la rigidez del sistema electoral y partidista que la Concertación no ha sabido o querido reformar impedirá afirmar que un determinado pacto tiene la mayoría del respaldo ciudadano porque la imposibilidad de que los matices se expresen hace imposible ese tipo de aseveraciones.
Lo concreto, lo que indican las matemáticas, es que ni la Concertación ni la Alianza tienen la mayoría en ninguna de las cámaras del Parlamento, y que los renunciados y expulsados tienen todo el derecho -hasta la próxima elección- de hacer los negocios políticos que estimen pertinentes. Si se equivocan, perderán sus cargos; si aciertan, tendrán acceso a la reelección y, eventualmente, a un aumento de su cuota de poder, exigua pero determinante.
Del mismo modo, es tozudez insistir en no reconocer que la conducción de la economía no ha sido la más acertada y suponer que los equilibrios estadísticos protegerán al país de cualquier vaivén. Lo concreto, nuevamente lo que indican las matemáticas, es que el país está bien, pero podría estar mucho mejor porque no se han aprovechado las oportunidades dadas por la bonanza del cobre para mejorar la competitividad, diversificar la estructura productiva y avanzar en una real equidad para todos los sectores de la sociedad.
Sin ser economista, en agosto del año pasado advertí, bajo el título "La solidez de una economía egoísta", sobre los riesgos de la apertura de la economía nacional al mercado global, precisando que aunque en un momento los beneficios pueden ser superiores a las desventajas, esa situación puede invertirse con la misma facilidad, dada la pequeñez de nuestra economía dentro del mundo.
Si los recursos disponibles se hubieran utilizado con más audacia que mantenerlos en depósitos en el extranjero, el país estaría mejor preparado para lo que todo parece indicar que será una nueva recesión internacional. El período de vacas flacas que sucede al de vacas gordas es inminente, y el simple sentido común señalaba que era imprescindible prevenir estos cambios.
Por último, también hay tozudez cuando se niega la existencia de conflictos y se anuncia que no se tolerará el desorden público, lo que en nuestro país –y eso es sabido- equivale a no permitir la expresión del descontento ciudadano.
Por último, también hay tozudez cuando se niega la existencia de conflictos y se anuncia que no se tolerará el desorden público, lo que en nuestro país –y eso es sabido- equivale a no permitir la expresión del descontento ciudadano.
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