Fútbol, dinero y política. Sergio Micco
En la sociedad de hoy, el fútbol, guste o no, constituye una fuente de cohesión social y orgullo cívico. Un estadio lleno es un enorme lugar de encuentro real de hombres y mujeres, ricos y pobres, católicos y agnósticos, evangélicos y ateos, socialistas y capitalistas, comunitarios y liberales, conservadores y progresistas, blancos y negros, mestizos e indígenas. Espacio intensamente inclusivo en que pareciera ser que se cumple aquello de la fiesta de Joan Manuel Serrat: “Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. Se trata de una fiesta comunitaria que une a todos los chilenos. Por un momento todos nos sentimos iguales y estamos reunidos en la pertenencia a una misma comunidad geográfica. Prueba al canto es este año. ¿Qué acontecimientos unieron a todos los chilenos? Pues el terremoto del 27 de febrero, nuestra selección jugando en Sudáfrica y el rescate de los treinta y tres mineros de Atacama.
De ahí que sea grave que esta dimensión comunitaria y cívica del fútbol sea completamente subsumida por su otra faceta: la comercial. Porque es cierto que el deporte no sólo debe ser financiado sino que además genera jugosas ganancias. Ingenuo sería desconocerlo. Los jugadores de fútbol se venden “en verde”. Marea el carnaval de millones y millones en un país en que aún hay dos y medio de pobres. Los futbolistas jóvenes exhiben su gloria y fortuna a través de costosos autos y más bellas mujeres. Los equipos de fútbol se transforman en sociedades anónimas y sus líderes en empresarios.
Los estadios se segregan con palcos especiales. Los goles se privatizan en un canal de fútbol que es para los que lo pagan. Las leyes del mercado gobiernan en gloria y majestad.
A tanto ha llegado esto que en Estados Unidos los dueños de los grandes clubes declaran que hacen lo que quieren con ellos. Michael Sandel, a quien seguimos en estas reflexiones, señalaba en el año 2005 que “en los últimos años, ocho equipos de grandes ligas profesionales han abandonado las ciudades que los acogían para aprovechar acuerdos económicos más favorables; por su parte, otra veintena de ciudades han cedido al chantaje de sus clubes y les han construido un estadio nuevo o les han restaurado el ya existente. Y otros muchos clubes exigen actualmente subvenciones como condición indispensable para no moverse de dónde están”. Cada equipo se vende al mejor postor y cada estado debe competir en una muy poco deportiva subasta. En vez de financiar escuelas públicas, el dinero va a los estadios. La lealtad y orgullo cívico de las comunidades locales, que repletan semanalmente los estadios, generan menos fidelidad entre sus líderes deportivos que las ofertas de cientos de millones de dólares pues “poderoso caballero es don dinero“.
Y ya que estamos hablando de estadios deportivos pasemos a reseñar otra inquietante realidad: la relación del deporte con la política. Lema groseramente inmortal: “Pan y circo”. En la Roma Imperial de Cómodo de calculan en 190 los días dedicados a la diversión, ¡¡ más de la mitad del año !! Toda Roma baila, grita y vocifera en torno a la música que le ponen gladiadores, carreras de carros y groseras festividades. El Coliseo
tendrá 50.000 asientos, el Campo de Marte 30.000, el Circo Máximo 255.000, y los tres teatros de Roma (de Pompeyo, de Balbo y de Marcelo) se construirán para albergar a 60.000 personas. Juvenal lanza su invectiva contra “la multitud degenerada de los hijos de Remo” (…) (…) “pueblo venido a menos que perdió el derecho a elegir a sus gobernantes”. Ya nadie quería ser ciudadano. Cambiaron sus derechos políticos por el ocio y abastecimiento gratuito dispensados por el Estado dirigido por corruptos patricios.
Hoy sabemos que todo terminó muy mal para el pueblo de Cicerón. Que los deportes son objeto de manipulación política es un triste legado romano que ha llegado hasta nosotros.
La Guerra Fría fue un escenario estelar para ello. Cuba, URSS, Estados Unidos y Alemania oriental peleando palmo a palmo las preseas olímpicas. Los más viejos lo recordamos.
Volvamos a Chile. La semana pasada y con grosería se recordó a la comunidad nacional y a las hinchadas locales que “nosotros los dueños somos los que aquí decidimos y ustedes no cuentan”. La ya triste sensación se agrio aún más viendo al Presidente de la República, principal accionista de un importante equipo de fútbol, anunciar subsidios a una actividad que con tanta prepotencia se nos había informado que era privada y lucrativa. Un viento de decadencia y manipulación sopló entre nosotros. Al parecer el Presidente ha escuchado a sus críticos y señala que ahora sí venderá sus acciones deportivas. Bien por Chile, por el deporte y por él. El Canal del Fútbol y la ANFP son objeto de escrutinio público y esperamos que se abran a aquello de “es bueno escuchar al pueblo”. Sin embargo, se requiere de cirugía mayor. Para que nuestros parlamentarios lo piensen. Michael Sandel señala que los legisladores norteamericanos intentan reaccionar.
Mal que mal las concesiones televisivas son públicas, al igual que las franquicias tributarias y las subvenciones para construir, reparar o ampliar estadios. Así surgió un proyecto de ley “Give Fans a Chance Act”. Algo así como “démosle una oportunidad a nuestros aficionados” para que puedan participar en la compra de sus equipos o para que se quede en su ciudad. Otros han propuesto que cualquier subvención estatal debe ir acompañada de una participación pública en la propiedad del equipo beneficiado. ¿Sociedades mixtas, público, comunitarias y privadas? ¿Por qué no? Esta semana hemos recordado que el fútbol es algo demasiado serio.
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