miércoles, mayo 19, 2010

Un país diferente. Patricio Navia

En los últimos diez años, Chile cambió. Pero había cambiado más en la década precedente. Hay otros países en América latina que ahora se modernizan más rápido y, si seguimos así, pronto nos alcanzarán. La falta de renovación en los liderazgos políticos bien puede explicar el problema.
Hace 9 años, en septiembre de 1999, comencé a escribir columnas en Capital. Mi debut fue comentando un libro de Camilo Escalona, entonces presidente del PS. En mi segunda columna, abordé los círculos de poder de Ricardo Lagos. En mi tercera columna, comenté el libro La travesía del desierto, de Andrés Allamand
........A fines de ese año, Ricardo Lagos y Joaquín Lavín disputaron la elección presidencial. En la Alianza, Sebastián Piñera y Allamand optaron por declinar a favor de Lavín. En la Concertación, los DC Andrés Zaldívar (derrotado en primarias por Lagos) y Gabriel Valdés (favorecido en encuestas) tampoco lograron convertirse en candidatos. Los que creían que la DC debía renovarse proponían a la entonces ministra de Justicia, Soledad Alvear, como líder del recambio. En el gobierno saliente de Frei, José Miguel Insulza oficiaba de primer ministro de facto. Pinochet estaba preso en Londres y Chile vivía su primera recesión en 15 años.

Una década después, muchas cosas han cambiado. Desde mi columna en Capital, he sido testigo privilegiado de esos cambios. Pinochet murió sin condena, los derechos humanos están cada día más lejos de las páginas políticas. Las protestas callejeras son contra las promesas incumplidas de los gobiernos concertacionistas y no contra el complejo legado de la dictadura. Chile se ha mantenido en la senda del crecimiento, pero con índices menos espectaculares que antes. Aunque más lentamente, la pobreza sigue cayendo. Las promesas de reformas se centran en la red de protección social. Ya casi nadie demanda cobertura en los servicios de salud o educación, las quejas se centran en la calidad.

Aunque mucho ha cambiado, los principales actores políticos no se han renovado. Los aspirantes presidenciales para 2009 pertenecen al mismo grupo que lideraba la clase política entonces. Inevitablemente, su perspectiva está influida por el Chile que se fue más que por el que viene. Para ellos, los recuerdos divisivos del pasado dictatorial y de la exitosa transición pesan más que los desafíos de inclusión y oportunidades para pokemones y pelolais que enfrentará Chile en la próxima década. Las glorias y los fantasmas pasados a menudo obstruyen su capacidad de ver y entender este nuevo Chile que ellos mismos ayudaron a construir.

Afortunadamente, la sociedad está más consciente de la necesidad de renovación. Antes de las presidenciales de 2005, la opinión pública forzó a la elite concertacionista a proclamar a Michelle Bachelet como su candidata. Con una campaña que se basó en la gente portando bandas presidenciales, Bachelet llegó a La Moneda. Aunque prometió recambio y caras nuevas, no udo cumplir. Respecto a las expectativas, el suyo ha sido un gobierno decepcionante. En tanto resultados concretos, ha sido una administración discreta. Si bien ha habido reformas de modernización, pensiones y educacional, la “protesta pingüina” y el Transantiago lideran los legados de este gobierno. Pero el poco éxito de Bachelet no significa que la demanda por renovación haya desaparecido.

La incapacidad de Bachelet para potenciar rostros y liderazgos de recambio obliga a la Concertación a buscar entre sus líderes probados a un abanderado presidencial. Por primera vez desde el retorno de la democracia, ningún ministro de Estado en ejercicio es presidenciable. En la Alianza, la falta de plataformas para potenciar nuevos liderazgos obliga a confiar en candidatos presidenciales ya derrotados antes. Piñera iniciará su cuarto intento por llegar a la presidencia. Lavín, en cambio, pese a su determinación a no buscar La Moneda, sigue siendo el más popular de todos los presidenciables de la UDI.

Porque Chile cambió más que su clase dirigente, el gran desafío de la clase política hoy es la reinvención. Ya que es improbable que en el futuro inmediato aparezcan caras nuevas, los viejos líderes deben potenciar discursos nuevos que se hagan cargos de los desafíos y realidades de hoy. De lo contrario, el nuestro será un país que crecientemente mirará con nostalgia un pasado notable y exitoso. Porque la sociedad quiere cambio y renovación, la clase política debiera asumir ese desafío. De lo contrario, la opinión pública depositará su confianza en nuevos referentes y líderes que hablen y proyecten una imagen de futuro y no parezcan anclados en el pasado, por más exitoso que éste haya sido. R. Capital
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