El peor de los escenarios . Max Colodro
Sebastián Piñera ha entregado la señal pública hasta ahora más sólida y contundente de lo que es y seguirá siendo su estrategia presidencial: avanzar con todo sobre el centro político y dejar a la Concertación sin contenidos propios. Sueldo ético familiar, eliminación del 7% de los jubilados, inscripción automática, etc. Temas y propuestas que muestran la audacia de un presidente acostumbrado al riesgo, y que intuye con claridad que en el debilitamiento de la frontera entre la Alianza y la Concertación está la llave de su éxito político........ Con una ingenuidad que ya no sorprende, sectores de la actual oposición celebran que el Mandatario se vea «condenado a la continuidad», como si no fuera precisamente el haberse apegado a esa «continuidad» la clave que le permitió a Piñera y a la Coalición por el Cambio ganar las recientes elecciones.
Con todo, el escenario para el Gobierno no ha sido fácil: las encuestas confirman que la luna de miel duró poco y que un segmento de votantes equivalente a la suma de Frei y Arrate ya se ubica en una clara desaprobación al Ejecutivo (35%). En ese cuadro, y con un duro invierno todavía por delante, Piñera optó simplemente por cerrar el flanco con la UDI, una tensión a todas luces innecesaria, que sólo evidenciaba cierta ansiedad y precipitación. En una entrevista del fin de semana el Mandatario reconoce que “las coaliciones evolucionan y que es bueno que así sea”, pero el conflicto con el principal partido de gobierno no aportaba nada en un período de instalación de por sí complejo, marcado además por las urgencias de la catástrofe. De este modo, era preferible abocarse a la instalación de la agenda y dejar que ella vaya haciendo su trabajo de aquilatar el posicionamiento futuro de los actores. El resurgimiento del senador Coloma como opción presidencial en su partido deja en evidencia que la UDI entendió el mensaje o, al menos, que se ha neutralizado por ahora a los sectores internos que empezaban a mirar al Gobierno con una creciente desafección. La tentativa de reinstalar una agenda valórica que divide al oficialismo ha quedado entonces y también para otro momento.
La Concertación, por su parte, se va viendo progresivamente sin banderas, salvo la expectativa de fiscalizar en el mediano plazo el cumplimiento de las metas gubernamentales. Es poco o casi nada para una coalición cruzada por el desafío de reinventarse, que debe volver a ganar la confianza del electorado, y donde todos los fuegos de la autoridad apuntan a disputarle su agenda y su legado. Quizás ello explique el enervamiento de un Camilo Escalona frente al mensaje presidencial; síntoma innegable de la pérdida de control sobre proyectos emblemáticos, lo que obligará a la izquierda a radicalizar su discurso; es decir, exactamente lo que busca el Gobierno: ahondar las diferencias entre dicho sector y el centro político.
Piñera parece haber comprendido que, por ahora, no necesita nada más: una agenda audazmente transversal y empezar a reforzar la gestión en aras de su cumplimiento. El resto vendrá por añadidura con el tiempo y como corolario de sus propios resultados. El cambio de énfasis que subyace a este esfuerzo posee el sello de un país donde las diferencias políticas están también en vías de reconstrucción. Es cierto: el sistema binominal atenta contra todo empeño por desarmar la lógica de dos grandes bloques hegemónicos, pero nada impide que sobre esa base pueda reconfigurarse el perfil de las nuevas coaliciones. Y ésa parece ser la apuesta del Presidente: que al cabo de cuatro años de gestión se haya terminado por barrer con dicotomías propias de la Guerra Fría. [+/-] Seguir Leyendo...
Con todo, el escenario para el Gobierno no ha sido fácil: las encuestas confirman que la luna de miel duró poco y que un segmento de votantes equivalente a la suma de Frei y Arrate ya se ubica en una clara desaprobación al Ejecutivo (35%). En ese cuadro, y con un duro invierno todavía por delante, Piñera optó simplemente por cerrar el flanco con la UDI, una tensión a todas luces innecesaria, que sólo evidenciaba cierta ansiedad y precipitación. En una entrevista del fin de semana el Mandatario reconoce que “las coaliciones evolucionan y que es bueno que así sea”, pero el conflicto con el principal partido de gobierno no aportaba nada en un período de instalación de por sí complejo, marcado además por las urgencias de la catástrofe. De este modo, era preferible abocarse a la instalación de la agenda y dejar que ella vaya haciendo su trabajo de aquilatar el posicionamiento futuro de los actores. El resurgimiento del senador Coloma como opción presidencial en su partido deja en evidencia que la UDI entendió el mensaje o, al menos, que se ha neutralizado por ahora a los sectores internos que empezaban a mirar al Gobierno con una creciente desafección. La tentativa de reinstalar una agenda valórica que divide al oficialismo ha quedado entonces y también para otro momento.
La Concertación, por su parte, se va viendo progresivamente sin banderas, salvo la expectativa de fiscalizar en el mediano plazo el cumplimiento de las metas gubernamentales. Es poco o casi nada para una coalición cruzada por el desafío de reinventarse, que debe volver a ganar la confianza del electorado, y donde todos los fuegos de la autoridad apuntan a disputarle su agenda y su legado. Quizás ello explique el enervamiento de un Camilo Escalona frente al mensaje presidencial; síntoma innegable de la pérdida de control sobre proyectos emblemáticos, lo que obligará a la izquierda a radicalizar su discurso; es decir, exactamente lo que busca el Gobierno: ahondar las diferencias entre dicho sector y el centro político.
Piñera parece haber comprendido que, por ahora, no necesita nada más: una agenda audazmente transversal y empezar a reforzar la gestión en aras de su cumplimiento. El resto vendrá por añadidura con el tiempo y como corolario de sus propios resultados. El cambio de énfasis que subyace a este esfuerzo posee el sello de un país donde las diferencias políticas están también en vías de reconstrucción. Es cierto: el sistema binominal atenta contra todo empeño por desarmar la lógica de dos grandes bloques hegemónicos, pero nada impide que sobre esa base pueda reconfigurarse el perfil de las nuevas coaliciones. Y ésa parece ser la apuesta del Presidente: que al cabo de cuatro años de gestión se haya terminado por barrer con dicotomías propias de la Guerra Fría. [+/-] Seguir Leyendo...
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