Esperanzas y tristezas .John Biehl del Río
Hay algo con nuestro país que tanto los hechos de la naturaleza como aquellos impulsados por el hombre tienen —con frecuencia— la fuerza para dar la vuelta al mundo como sucesos singulares, primeros o únicos en su género.
Fuimos “revolución en libertad”; “el camino chileno al socialismo”; el más brutal golpe de Estado, con Pinochet; la mejor transición a la democracia; el terremoto más grande jamás registrado en la historia humana (9 ,5 en la escala de Richter en 1960), y tenemos otros más entre los top ten. Por cierto, traicioneros tsunamis han acompañado las respectivas tragedias.
Difícil será, al mirar nuestra historia, saber si más daño han causado los fenómenos naturales o aquellos inducidos por nosotros mismos. Ahora somos protagonistas de otro hecho sin precedentes: hemos juntado eventos políticos históricos con un terremoto de proporciones gigantescas y un tsunami secreto.....Coincide con la catástrofe natural el cambio de gobierno en que gana la presidencia Sebastián Piñera. Hecho significativo, por representar el retorno de “la derecha” al poder por la vía electoral, luego de más de cinco décadas. Esta coincidencia produce múltiples retos que nunca antes tuvimos que afrontar. Se trata además de una situación totalmente imprevista, pero que genera consecuencias profundas en todos los ámbitos. Más allá de la economía, debería también generarlas en las conductas políticas.
En este contexto de desafío extremo, el cambio de gobierno se realiza con austeridad dentro de un impecable comportamiento democrático. El hecho de que el Presidente Sebastián Piñera no hubiese podido celebrar —nacional e internacionalmente— de manera grandiosa y señalando los ribetes históricos que buscaba imprimir en una nueva forma de gobernar es la menor de las consecuencias que se descuelgan de sismo tan siniestro.
El programa que se había propuesto el Gobierno deberá cambiarse dramáticamente ante la nueva realidad. La maciza reconstrucción que es preciso emprender no debería ser como tantas veces ocurre en catástrofes alrededor del mundo, cuando millones se invierten en grandes empresas que dan trabajo temporal, para luego dejar a las personas en la misma desolación que sufrían antes de la tragedia. Debería ser posible un enfoque de reconstrucción humanista, cuyo centro sea dar a las personas y familias oportunidades de desarrollo de las que no disfrutaron hasta ahora.
Ese reto debería ser posible afrontarlo como una política de Estado. Es necesario luchar porque aquella vivienda provisoria construida al calor de la emergencia no se transforme en definitiva. Es necesario hacer que la reconstrucción no se mida sólo por el puente levantado o el campanario de la iglesia que vuelve a sonar. La reconstrucción debe comprender inversiones que den trabajo seguro y estable. Debe integrar a miles de postergados al desarrollo.
Hasta ahora, aun cuando se han escuchado voces en un sentido constructivo, lo único que no parece haber cambiado en ninguno de los bandos políticos —tanto del Gobierno como de la oposición— es el preferir la discusión pequeña y el ataque personal. Prevalece el miedo a hacer política grande, como si el inmenso remezón que recibió el país nada significara. Es posible pensar que una política de reconstrucción sea consensuada y que los esfuerzos para su ejecución sean compartidos.
Sería triste tener que repetir aquí las peleas políticas que han ocupado la mayoría de las noticias. Sería también absurdo pensar que será fácil romper la inercia de la mezquindad y el oportunismo tan arraigados en ambos bandos. ¡Si algunos hasta protestan porque se busca una posición nacional frente a toda violación de derechos humanos!
Cualquier sea el grado de dificultad, vale la pena luchar por ello. El país se lo merece y quizás se pueda tener una discusión seria sobre la manera en que los chilenos y las chilenas queremos superar nuestras desgracias. También de la forma en que hemos de corregir errores, pues no es posible que, con las fortunas que gastamos en Defensa, no tengamos hospitales de emergencia suficientes, ni teléfonos satelitales ni un sistema para detectar los tsunamis, aunque sea en nombre de localizar a un submarino enemigo.
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Fuimos “revolución en libertad”; “el camino chileno al socialismo”; el más brutal golpe de Estado, con Pinochet; la mejor transición a la democracia; el terremoto más grande jamás registrado en la historia humana (9 ,5 en la escala de Richter en 1960), y tenemos otros más entre los top ten. Por cierto, traicioneros tsunamis han acompañado las respectivas tragedias.
Difícil será, al mirar nuestra historia, saber si más daño han causado los fenómenos naturales o aquellos inducidos por nosotros mismos. Ahora somos protagonistas de otro hecho sin precedentes: hemos juntado eventos políticos históricos con un terremoto de proporciones gigantescas y un tsunami secreto.....Coincide con la catástrofe natural el cambio de gobierno en que gana la presidencia Sebastián Piñera. Hecho significativo, por representar el retorno de “la derecha” al poder por la vía electoral, luego de más de cinco décadas. Esta coincidencia produce múltiples retos que nunca antes tuvimos que afrontar. Se trata además de una situación totalmente imprevista, pero que genera consecuencias profundas en todos los ámbitos. Más allá de la economía, debería también generarlas en las conductas políticas.
En este contexto de desafío extremo, el cambio de gobierno se realiza con austeridad dentro de un impecable comportamiento democrático. El hecho de que el Presidente Sebastián Piñera no hubiese podido celebrar —nacional e internacionalmente— de manera grandiosa y señalando los ribetes históricos que buscaba imprimir en una nueva forma de gobernar es la menor de las consecuencias que se descuelgan de sismo tan siniestro.
El programa que se había propuesto el Gobierno deberá cambiarse dramáticamente ante la nueva realidad. La maciza reconstrucción que es preciso emprender no debería ser como tantas veces ocurre en catástrofes alrededor del mundo, cuando millones se invierten en grandes empresas que dan trabajo temporal, para luego dejar a las personas en la misma desolación que sufrían antes de la tragedia. Debería ser posible un enfoque de reconstrucción humanista, cuyo centro sea dar a las personas y familias oportunidades de desarrollo de las que no disfrutaron hasta ahora.
Ese reto debería ser posible afrontarlo como una política de Estado. Es necesario luchar porque aquella vivienda provisoria construida al calor de la emergencia no se transforme en definitiva. Es necesario hacer que la reconstrucción no se mida sólo por el puente levantado o el campanario de la iglesia que vuelve a sonar. La reconstrucción debe comprender inversiones que den trabajo seguro y estable. Debe integrar a miles de postergados al desarrollo.
Hasta ahora, aun cuando se han escuchado voces en un sentido constructivo, lo único que no parece haber cambiado en ninguno de los bandos políticos —tanto del Gobierno como de la oposición— es el preferir la discusión pequeña y el ataque personal. Prevalece el miedo a hacer política grande, como si el inmenso remezón que recibió el país nada significara. Es posible pensar que una política de reconstrucción sea consensuada y que los esfuerzos para su ejecución sean compartidos.
Sería triste tener que repetir aquí las peleas políticas que han ocupado la mayoría de las noticias. Sería también absurdo pensar que será fácil romper la inercia de la mezquindad y el oportunismo tan arraigados en ambos bandos. ¡Si algunos hasta protestan porque se busca una posición nacional frente a toda violación de derechos humanos!
Cualquier sea el grado de dificultad, vale la pena luchar por ello. El país se lo merece y quizás se pueda tener una discusión seria sobre la manera en que los chilenos y las chilenas queremos superar nuestras desgracias. También de la forma en que hemos de corregir errores, pues no es posible que, con las fortunas que gastamos en Defensa, no tengamos hospitales de emergencia suficientes, ni teléfonos satelitales ni un sistema para detectar los tsunamis, aunque sea en nombre de localizar a un submarino enemigo.
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