Gobernar en tiempos de minoría . Alfredo Joignant
Durante años se especuló en Chile acerca de los problemas, y sobre todo los riesgos, que enfrentaría un Presidente de la República colocado en situación de minoría en ambas cámaras del Congreso. Este escenario, clásico en los Estados Unidos, en donde se le conoce como “gobierno dividido”, posee características particulares en los regímenes presidenciales, puesto que un presidente no requiere de mayorías en escaños en el Congreso para permanecer en el poder. Muy distinto es lo que sucede en regímenes parlamentarios, puesto que situaciones de esta naturaleza suelen concluir (aunque no necesariamente, según los trabajos de Cheibub y Limongi) en llamados anticipados a elecciones legislativas, con el fin de generar una nueva mayoría.En América Latina, este escenario ha sido estudiado bajo el rótulo de presidencialismo de minoría, en el que la combinación entre multipartidismo y régimen presidencial ha tendido a traducirse en severas crisis políticas. En Chile, la Concertación siempre dispuso de mayoría en la Cámara de Diputados y, al comenzar la administración Bachelet, la coalición gobernante pudo incluso exhibir —por muy poco tiempo— el control de ambas cámaras. Como es sabido, este control se perdió al cabo de un par de escisiones partidarias y un protagonismo cada vez más marcado de los parlamentarios “díscolos”, lo que se tradujo en que la Presidenta Bachelet haya gobernado durante la mayor parte de su mandato sin disponer de mayoría en ninguna de las dos cámaras.
El balance de los últimos cuatro años muestra que un Presidente puede, pese a todo, gobernar en un régimen de presidencialismo reforzado, y además hacerlo bien. Todo indica que la próxima contienda presidencial y parlamentaria arrojará dos tipos de mayorías: una mayoría presidencial que no tiene correlato en el Congreso, en cuyo seno se apreciarán otras formas de mayoría parlamentaria, políticamente más confusas y tal vez con comportamientos más obstruccionistas.
La gran diferencia entre lo que ha sido un gobierno de minoría entre el período 2006-2010 y lo que debería producirse a partir del próximo mes de marzo es que la coalición que saldrá derrotada de la elección presidencial experimentará algo parecido a lo que se puede ver en el último filme de Emmerich (“2012”): una debacle de características eventualmente cataclísmicas. El símil fílmico es útil para atraer la atención hacia partidos cuya derrota presidencial los obligará a retrotraerse durante un tiempo hacia aspectos básicos de la existencia política, esto es, la identidad propia, en desmedro de lógicas de alianzas claras y en rechazo a políticas cooperativas con el nuevo gobierno. Este diagnóstico es válido para cualquiera de los dos principales bloques en Chile, dado que ninguno de ellos dispondrá de mayorías nítidas en ninguna de las dos cámaras, con algunos pocos agentes “descolgados” de los partidos que saldrán electos, a quienes se sumarán diputados comunistas. Dicho de otro modo, si ya en el mundo de los partidos establecidos el comportamiento “díscolo” terminó siendo atractivo, es esperable que no pocos agentes adopten formas de veto players, o jugadores con poder de veto, obligando al gobierno a formar mayorías ad hoc.
Como es fácil suponer, el desgaste que implica este trabajo de construcción de mayorías ad hoc arriesga ser sumamente devastador, aun cuando no parece totalmente descartable que en el nuevo juego político que está pronto a iniciarse tras el cataclismo de los derrotados emerjan agentes disponibles para vender muy caro su apoyo.La Segunda [+/-] Seguir Leyendo...
El balance de los últimos cuatro años muestra que un Presidente puede, pese a todo, gobernar en un régimen de presidencialismo reforzado, y además hacerlo bien. Todo indica que la próxima contienda presidencial y parlamentaria arrojará dos tipos de mayorías: una mayoría presidencial que no tiene correlato en el Congreso, en cuyo seno se apreciarán otras formas de mayoría parlamentaria, políticamente más confusas y tal vez con comportamientos más obstruccionistas.
La gran diferencia entre lo que ha sido un gobierno de minoría entre el período 2006-2010 y lo que debería producirse a partir del próximo mes de marzo es que la coalición que saldrá derrotada de la elección presidencial experimentará algo parecido a lo que se puede ver en el último filme de Emmerich (“2012”): una debacle de características eventualmente cataclísmicas. El símil fílmico es útil para atraer la atención hacia partidos cuya derrota presidencial los obligará a retrotraerse durante un tiempo hacia aspectos básicos de la existencia política, esto es, la identidad propia, en desmedro de lógicas de alianzas claras y en rechazo a políticas cooperativas con el nuevo gobierno. Este diagnóstico es válido para cualquiera de los dos principales bloques en Chile, dado que ninguno de ellos dispondrá de mayorías nítidas en ninguna de las dos cámaras, con algunos pocos agentes “descolgados” de los partidos que saldrán electos, a quienes se sumarán diputados comunistas. Dicho de otro modo, si ya en el mundo de los partidos establecidos el comportamiento “díscolo” terminó siendo atractivo, es esperable que no pocos agentes adopten formas de veto players, o jugadores con poder de veto, obligando al gobierno a formar mayorías ad hoc.
Como es fácil suponer, el desgaste que implica este trabajo de construcción de mayorías ad hoc arriesga ser sumamente devastador, aun cuando no parece totalmente descartable que en el nuevo juego político que está pronto a iniciarse tras el cataclismo de los derrotados emerjan agentes disponibles para vender muy caro su apoyo.La Segunda [+/-] Seguir Leyendo...
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