martes, diciembre 29, 2009

Fenicios y Fariseos. Rafael Luís Gumucio Rivas

Los fariseos se convierten en personajes principales de las películas propias de estas fechas. Se me ocurre que los chilenos son los fariseos modernos: creen al pie de la letra en la palabra escrita en el Talmud. El escritor colombiano, Gabriel García Márquez, observaba acertadamente que sólo en Chile los kioscos están decorados de folletos, de distintos colores, con textos de leyes tan disímiles como la ley del Iva, la del Arrendamiento, la de la Herencia, la de la “ley del menor esfuerzo”, la del “Talión”, la de la “Oferta y la Demanda”, y otras tantas por el estilo de las anteriores.
Cualquiera creería que el ochenta por ciento de la población chilena pertenece a la abogacía -algo así como si todos los chilenos fueran unos “Sansones Carrasco”-. Recuerdo que los franceses, en la época del exilio chileno, estaban convencidos de que nuestros connacionales eran sociólogos, pues muchos de ellos afirmaban saber más que Alain Touraine sobre el fin de la Unidad Popular, por el solo hecho de haberlo vivido - alegando, además, que sus títulos habían sido quemados por los esbirros de la dictadura de Pinochet.
Como para los fariseos la solución de todos los problemas está en la lectura de las leyes dictadas por Jehová, para los chilenos basta con una ley para que cualquier problema sea resuelto. La educación chilena es un excrescencia, pero sólo se solucionará, como por encanto, cuando se dicte una ley, ojalá acordada entre derecha e izquierda unidas. Si los hospitales, públicos y privados, no comunican los resultados del VIH basta con una ley para solucionar el problema. Si las Farmacias se coluden para subir abusivamente los precios a los medicamentos, no queda más que recurrir al Tribunal de la Libre Competencia. En Chile todos los conflictos se resuelven en los tribunales, incluso los amorosos, de la farándula.

Chile es un país de archiveros de voluminosos códigos, que los actuarios van cosiendo cual costureras. No en vano, en Chile nació José Toribio Medina quien, pacientemente, recopiló miles de páginas repletas de latinajos, pertenecientes al Tribunal de la Inquisición de Lima. Es posible que la mayoría de nuestros conciudadanos no comprenda lo que lee - incluso confunde la especulación bursátil con la probidad – pero sabe de memoria los artículos e incisos de las leyes que le incumbe. Ocurre algo similar con los reos que terminan siendo grandes abogados.
Si uno recorre la historia del senado y de la cámara de diputados podrá probar que el setenta y cinco por ciento de sus miembros, en más de un siglo de historia, ha sido y es abogado, salvo el caso de algunos dueños de fundo y, posteriormente médicos, como Salvador Allende, y algunos obreros y obreras, en los años 70. Durante el siglo XIX y comienzos del XX nadie se extrañaba que los diputados y senadores fueran, a su vez, abogados de los grandes monopolios ingleses del salitre y de otras empresas.

El matrimonio entre la política y los negocios era algo evidente y defendido corporativamente desde el seno del Congreso; algunas veces explotaban escándalos, como el préstamo del Estado a la Casa Granja, realizado por el ministro del Interior, Rafael Sotomayor; la “execrable camarilla” durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma; o el robo de los dineros destinado a los albergues, en la crisis salitrera. Hoy, con el gobierno de castas, subsiste la misma moral corporativa, que muchas veces impide denunciar los abusos.
El gobierno acaba de enviar un proyecto de Fideicomiso Ciego creyendo, como el constitucionalista, que las leyes sirven para moralizar las costumbres - vanamente perciben que una ley sobre el Lobby podría terminar con el acceso directo y fácil de las empresas de Correa y Tironi, que pertenecen a las misma casta de quienes hoy detentan el poder- pero veremos con el la ley del Fideicomiso Ciego va a ocurrir algo similar, pues en Chile dominan muy pocas familias y grupos que, por lógica, se protegen tanto en lo económico, político, de poder y familiar entre ellos; en el fondo son como parientes mutuamente; unos pocos caballeros en un mar de rotos, salvo algunos incorporados, como el poblador Camilo Escalona quien, como todo mayordomo, le pega más fuerte a los de su clase y defiende mejor a su patrón. Un tal Eduardo

En el mundo de las grandes empresas que cotizan en la Bolsa, las castas son aún más restringidas: sus dueños son mucho menos que el número de senadores y diputados, aún en menor cantidad que los ministros de Estado; son algunos accionistas mayoritarios, de grandes carteles de familias –monopolios, bipolios, tripolios…-. Para el inversionista Sebastián Piñera es muy difícil diversificar sus acciones, pues las empresas que se cotizan en la Bolsa son muy pocas, razón por la cual tiene a su haber, farmacéuticas, las dos monopólicas eléctricas y la única de agua; seguramente, las principales del retail. Es lógico que tal diversificación lo coloque, siempre, en conflictos de interés, y si además agregamos Lan y Chilevisión, el problema adquiere aún mayores proporciones.
Al parecer, Sebastián Piñera no está muy seguro de ganar la elección presidencial, pues si llegara a La Moneda podría, rápidamente, recuperar aquello que perdió en la venta de sus acciones para evitar el conflicto de intereses. Por lo demás, el “botín” del Estado está cada día más jugoso –con los millones de dólares que se han economizado por concepto del alto precio del cobre. Si fuera menos egoísta y actuara, por ejemplo, como Leonardo Farkas, podría regalar algunas de las devaluadas acciones de Fasa a los pobres ancianos de la tercera edad, estafados por esta cadena de farmacias. Por lo demás, si imitara al legionario y millonario Lúculo entendería que hay que repartir el botín con sus soldados, a fin de evitar que lo traicionen. El siútico senador Romero, de RN, ya se siente Canciller. Ojalá Dios pille confesados, pues vamos a pelear con todos nuestros vecinos.

Esto del fideicomiso ciego es una fiel copia de las leyes de los países anglosajones. Como todas las copias que Chile ha realizado, en su historia, se han convertido en una monstruosidad, recto al original: véase sólo la Constitución de 1833, que copió el parlamentarismo, la del 25, que copió el presidencialismo. El fideicomiso ciego supone que una tercera persona administre los activos de aquel millonario que, durante un tiempo, ocupe un cargo público. Entre el fideicomisario y el personaje que ocupa un puesto del Estado no puede haber ninguna comunicación durante ese lapso. Se imaginan que en Chile, el país de castas, donde los agentes económicos se solazan buscando artilugios legales, no va a haber ninguna comunicación entre el personaje público y quien le administra sus bienes.
Por lo demás, si de Piñera se trata, el puede saber muy bien el precio de sus acciones, mientras trascurra su eventual mandato y, como es muy dotado para los negocios, entiende muy bien que, en la actualidad, sería una estupidez vender sus acciones, que están a precio de huevo. Nada mejor que la administre su fideicomisario.

Es completamente estúpido, por decir lo menos, colocar un límite tan alto como los 20 millones de dólares para ser obligado a acogerse a la ley de fideicomiso ciego. Parece que el único que tiene esa cantidad es Sebastián Piñera - que ha amasado su fortuna con el sudor de su frente y con sus propias manos -. Si realmente se quiere separar la política de los negocios debiera prohibirse a todos los altos funcionarios públicos poseer acciones o fondos mutuos, y someter al fideicomiso ciego a todo aquel que tenga más de un millón de dólares.
En el Chile de castas, corrupto, con partidos políticos constituidos en mafia, que se reparten los cargos parlamentarios y de gobierno, la mayoría de ellos casi vitalicios, con la soberanía popular raptada por los presidentes de los partidos políticos donde – como dice Marco Enríquez-Ominami – “hay que elegir entre el mal menor… y se elige con promesas y se gobierna con explicaciones” hay que elegir entre dos hijos de demócrata cristiano, ambos empresarios, cuya única diferencia radica en la cantidad de millones que Sebastián Piñera posee. No se puede pretender que no exista una colusión entre los negocios y la política, al final, la segunda se constituye en el camino para hacerse rico de la noche a la mañana.

Es cierto que en el Chile republicano se conocieron muchos políticos honestos – solo basta recordar a los viejos falangistas como Bernardo Leighton, Ignacio Palma, Jaime Castillo, Rafael Agustín Gumucio, y tantos otros, que vivían la política como un servicio a los más necesitados; lo mismo ocurría con los diputados comunistas, que daban todo su sueldo al partido, siendo remunerados por éste como obreros calificados, y los socialistas no eran los mafiosos de ahora, que muy adecuadamente, el pueblo llama “los socios listos”. Hoy la política es el arte de quién se apropia más rápidamente del botín y cuál de ellos juega mejor a las sillas musicales. Rafael Luís Gumucio Rivas
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