Peña, Halpern y Humberto Maturana. Osvaldo Torres
Cuando el biólogo Humberto Maturana experimentó en los 70' con el ojo de la rana y afirmó que cada uno ve lo que puede ver y no ve lo que no puede ver, agregaba que ni siquiera se da cuenta que no ve lo que no puede ver.
Esto es lo que ocurre con Carlos Peña y Pablo Halpern. El columnista de El Mercurio afirma que Marco pasó el reciente fin de semana solo, huérfano y aferrado a 63 mil firmas, mientras los otros dos candidatos presidenciales eran formalmente proclamados por los partidos que los apoyan. Peña, como buen abogado, no ve en esas firmas más que un bulto de voluntades que tiene la consecuencia jurídico política que permite a Enríquez-Ominami aparecer en la papeleta electoral. No valora el hecho que esos ciudadanos, se han transformado en nuevos miembros de la comunidad política y que muchos de ellos debieron renunciar a sus partidos para hacer posible la candidatura.
Es que no puede ver que la candidatura de Enríquez-Ominami es parte de un proceso mayor, de las coléricas transformaciones culturales y ahora políticas del país del Bicentenario. Su candidatura no es en contra de los partidos ni del sistema político. Su crítica se ha centrado en: a) la actual dirigencia política poco democrática e insensible a las aspiraciones de sectores importantes de chilenos y chilenas; b) la falta de capacidad de aquella para distinguir entre Estado, Gobierno y Partido, situando a éstos como meros instrumentos funcionales al gobierno y su administración y no, también, como instrumentos de la representación popular y de expresión de proyectos políticos transformadores y c) la elitización de los cargos y de las decisiones. En definitiva, lo que no ve es que en Chile se está transformando el mapa político, producto de los errores de los dirigentes políticos y la voluntad de la gente.
Pero hay más. El rector afirma que el intento de Enríquez-Ominami por alcanzar la presidencia lo equipara a Ibáñez del Campo, quien habría gobernado sin y contra los partidos. Francamente, no puede ver que Ibáñez gobernó con los liberales, falangistas y socialistas: en su gabinete estuvieron Frei Montalva, Almeyda y Altamirano, entre otros, y no digamos que fue un buen gobierno. Afirmar que Enríquez-Ominami no tiene equipo de gobierno y por ello se parece a Ibáñez, es simplemente ubicarse en un punto de vista que provoca una cierta ceguera que no permite ver que aquel gobernará con viejos y nuevos políticos y técnicos, que quieran seguir transformando -y no sólo administrando- el país.
Por otra parte, Halpern ha afirmado que los partidos son una carga para el Comando de Frei y por tanto -imagino- para su futuro gobierno. Claro, desde la perspectiva de un comunicador político, que diagnostica bien la baja credibilidad de los partidos ante la opinión pública, sólo puede ver que una foto del candidato con ellos son cuatro pasos atrás (Latorre, Gómez, Auth y Escalona), y no podía darse cuenta que, aunque no le gusten, sin los partidos no se ganan las elecciones. Pero si uno evalúa la relación que Frei Ruíz-Tagle construyó con los partidos políticos en su gobierno, se podría afirmar que parte de su declinación partió en esa época, cuando destituyó a Germán Correa y se rodeó de su círculo de amigos más íntimos.
Esta paradoja, que implica que dos críticos a la candidatura de Enríquez-Ominami se contradigan entre sí el mismo día, habla claramente de la incapacidad de ver que una parte importante de la ciudadanía quiere gobernabilidad, estabilidad y seguridad pero sin excluir la promesa de cambios en la anquilosada institucionalidad política, ponga mayor urgencia en disminuir la desigualdad y de nuevas oportunidades a las generaciones jóvenes.El Mostrador.cl
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Esto es lo que ocurre con Carlos Peña y Pablo Halpern. El columnista de El Mercurio afirma que Marco pasó el reciente fin de semana solo, huérfano y aferrado a 63 mil firmas, mientras los otros dos candidatos presidenciales eran formalmente proclamados por los partidos que los apoyan. Peña, como buen abogado, no ve en esas firmas más que un bulto de voluntades que tiene la consecuencia jurídico política que permite a Enríquez-Ominami aparecer en la papeleta electoral. No valora el hecho que esos ciudadanos, se han transformado en nuevos miembros de la comunidad política y que muchos de ellos debieron renunciar a sus partidos para hacer posible la candidatura.
Es que no puede ver que la candidatura de Enríquez-Ominami es parte de un proceso mayor, de las coléricas transformaciones culturales y ahora políticas del país del Bicentenario. Su candidatura no es en contra de los partidos ni del sistema político. Su crítica se ha centrado en: a) la actual dirigencia política poco democrática e insensible a las aspiraciones de sectores importantes de chilenos y chilenas; b) la falta de capacidad de aquella para distinguir entre Estado, Gobierno y Partido, situando a éstos como meros instrumentos funcionales al gobierno y su administración y no, también, como instrumentos de la representación popular y de expresión de proyectos políticos transformadores y c) la elitización de los cargos y de las decisiones. En definitiva, lo que no ve es que en Chile se está transformando el mapa político, producto de los errores de los dirigentes políticos y la voluntad de la gente.
Pero hay más. El rector afirma que el intento de Enríquez-Ominami por alcanzar la presidencia lo equipara a Ibáñez del Campo, quien habría gobernado sin y contra los partidos. Francamente, no puede ver que Ibáñez gobernó con los liberales, falangistas y socialistas: en su gabinete estuvieron Frei Montalva, Almeyda y Altamirano, entre otros, y no digamos que fue un buen gobierno. Afirmar que Enríquez-Ominami no tiene equipo de gobierno y por ello se parece a Ibáñez, es simplemente ubicarse en un punto de vista que provoca una cierta ceguera que no permite ver que aquel gobernará con viejos y nuevos políticos y técnicos, que quieran seguir transformando -y no sólo administrando- el país.
Por otra parte, Halpern ha afirmado que los partidos son una carga para el Comando de Frei y por tanto -imagino- para su futuro gobierno. Claro, desde la perspectiva de un comunicador político, que diagnostica bien la baja credibilidad de los partidos ante la opinión pública, sólo puede ver que una foto del candidato con ellos son cuatro pasos atrás (Latorre, Gómez, Auth y Escalona), y no podía darse cuenta que, aunque no le gusten, sin los partidos no se ganan las elecciones. Pero si uno evalúa la relación que Frei Ruíz-Tagle construyó con los partidos políticos en su gobierno, se podría afirmar que parte de su declinación partió en esa época, cuando destituyó a Germán Correa y se rodeó de su círculo de amigos más íntimos.
Esta paradoja, que implica que dos críticos a la candidatura de Enríquez-Ominami se contradigan entre sí el mismo día, habla claramente de la incapacidad de ver que una parte importante de la ciudadanía quiere gobernabilidad, estabilidad y seguridad pero sin excluir la promesa de cambios en la anquilosada institucionalidad política, ponga mayor urgencia en disminuir la desigualdad y de nuevas oportunidades a las generaciones jóvenes.El Mostrador.cl
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