Cuando hay que saber llegar.Victor Maldonado
Si fuera por dinero, la Concertación nunca habría tenido un Presidente. Pero quienes adhieren a la Concertación pueden entrar a las casas y conversar sobre la protección que se tiene y antes no.
Lo que diferencia a una buena campaña de una que no lo es, es la forma como enfrenta los conflictos internos y externos. Es imposible que una candidatura le apunte a todo en todo momento. Es improbable que su desarrollo sea un continuo movimiento ascendente sin altos ni bajos. Lo que importa es no perder el norte, no tentarse en discusiones laterales y superar roces entre personas en pos del objetivo superior. Si no se define un rumbo, hay otro que lo impone.
Nadie puede hacerse una idea cabal de cómo actuará un Presidente únicamente por la campaña. Muchas pruebas a las que se verá enfrentado si es elegido, ni siquiera se asoman. No por necesidad un buen candidato es un buen Mandatario. Tampoco hay nada a priori que impida que sea ambas cosas a la vez. No hay que orientarse por prejuicios, sino reconocer que subsistirá una incógnita hasta el momento en que el intérprete tome la guitarra. Pero si bien no sabemos hasta dónde puede llegar alguien, sí podemos saber qué es lo que no puede hacer. Mantener la cohesión de un grupo con mucho en común, pero que no deja de tener diferencias, es una prueba en un espacio acotado de lo que podemos esperar cuando un líder se proyecte en un espacio amplificado.
Cada campaña tiene distintos biorritmos. No todas demoran lo mismo en adquirir madurez. Mientras más elementos haya que combinar, más difícil será llegar a un funcionamiento aceptable. Una campaña pequeña, con gran sensibilidad mediática, puede iniciar una competencia con bastante agilidad y alcanzar notoriedad pública. Una con fuertes medios y recursos puede sostenerse sin problemas, aun cuando sus méritos no sean excesivos. Por uno u otro motivo, cada cual puede tener por seguro que dispondrá de una temporada de gloria, fama y fortuna. Pero en una carrera de fondo, lo que importa es la capacidad de sostener un esfuerzo regular, constante, sobre todo en el tramo final. Eso no es fácil de conseguir a menos que se sostenga sobre bases más sólidas que el entusiasmo inicial y tenga más argumentos que el poder del dinero.
Todo en su punto
A primera vista, la contienda es entre individuos que aspiran a la Presidencia. Pero en la práctica, los equipos también compiten, porque nadie llega solo a La Moneda. El comando que ha tardado más en adquirir su conformación más definitiva ha sido el de la Concertación. Esto no ha dejado de presentar un costo en las encuestas, pero, como sea, la conformación ya se ha producido. Desde ahora se terminan las posibilidades de tantear terreno, experimentar, intentar combinaciones novedosas "por si acaso" o dejar las coordinaciones indispensables para después. Importan los movimientos de precisión, las acciones colectivas guiadas por una visión estratégica y la capacidad de cohesionar a los integrantes tras propósitos comunes.
Se puede decir en términos negativos. Hay que evitar las acciones precipitadas, la tentación de enredarse en debates secundarios y en el espejismo de pensar que se avanza más rápido si se asumen públicamente iniciativas sin haberlas concordado en las instancias internas. Un comando puede no parecer muy grande ante ojos inexpertos, pero demanda un uso intensivo de amplia capacidad acumulada de experiencia, sentido de realidad, autoridad y efectividad operativa. Nada que puedan desarrollar aficionados o personas con dificultades para aprender con la velocidad necesaria.
Si usted duda, haría bien en consultar a quienes tengan experiencia en dirigir campañas de envergadura. Sin diferencia según su ubicación en el espectro, todos a quienes consulte podrán informar que nadie gana exclusivamente por el apoyo externo que se pueda recibir, del tipo que sea. Ganan los equipos que se muestran capaces de absorber el apoyo recibido, el entusiasmo despertado, las ideas entregadas y los recursos movilizados. En un contexto como el chileno, donde no cualquier conducta está permitida y no faltan las normas que todos han de respetar, no hay quien pueda pretender ganar mediante una guerra sucia. Se pueden denunciar conductas que parezcan reprochables y poner el acento en errores, caídas y omisiones. Pero no por mucho. Quien es atacado en demasía termina despertando una amplia solidaridad y el agresor termina por cansar a la mayoría. En otras palabras, nada puede reemplazar a los méritos propios. Se gana alimentando esperanzas, no resquemores.
Imponiendo el ritmo
Está claro que la mejor campaña es la que logra imponer sus términos, pone en sintonía a su abanderado y atrae la atención sobre su proyecto de gobierno y de país. En el caso de la campaña de Eduardo Frei, está muy claro lo que se necesita que ocurra para tomar la delantera: ofrecer un personaje real y entusiasmado con el desafío que le toca requiere que se centre la atención en su programa como cambio visionario y posible para Chile, y que la campaña llegue a las casas así como la derecha llegará a copar la vía pública.
Los adversarios de Frei se detienen siempre a mostrar las diferencias de personalidad con su apoyo más importante: la Presidenta Bachelet. Tienen razón en marcar las diferencias, no obstante, no es esto lo que más importa. Bachelet es hoy la Mandataria más popular de nuestra historia. Hasta sus detractores reconocen su carisma y, ahora, su liderazgo y efectividad. Nunca le va mejor que cuando es extrovertida y espontánea. En lo que hay que imitar a Bachelet no es en su personalidad irrepetible, sino en capacidad de aceptarse a sí misma y mostrarse tal cual es.
Tal como me dijera hace un tiempo un amigo, "este país tiene hambre de gente auténtica y con contenido". Gente transparente y con profundidad. Líderes sinceros y con algo que decir que no parezca extraído de un manual norteamericano del buen candidato. Porque todos sabemos que el que siempre dice lo correcto no está diciendo lo que piensa, sino que actúa un papel aprendido, ficticio. En este sentido, Frei sí puede parecerse a Bachelet. Eso, además de convencerse de que un personaje naturalmente serio no tiene por qué ser uno grave y sin sonrisa.
En seguida, importa mucho que el candidato de la Concertación haga gala de "la especialidad de la casa", la capacidad de proponerle al país un desafío exigente pero alcanzable, un sueño colectivo capaz de animar la construcción de la comunidad en el futuro próximo. Tengo la certeza de que ese proyecto ya está en manos de la Concertación. De que es capaz de entusiasmar y animar a muchos. Y que vale la pena cualquier esfuerzo por ponerlo al alcance de todos en un lenguaje y forma accesibles, pero que apelen a la inteligencia y al corazón de los ciudadanos.
La centroizquierda no debiera aceptar como algo natural que la derecha trasgreda la ley, adelantando el gasto de campaña, echándose al bolsillo normas vigentes que deben ser respetadas, más en tiempos de austeridad. Sobre esta base hay que decir que si fuera por dinero, la Concertación nunca habría tenido un Presidente y estaríamos gobernados por un sucesor de Pinochet. Sin embargo, quienes adhieren a la Concertación y a su candidato pueden entrar a las casas de muchos y conversar sobre la protección que se tiene y antes no, los adelantos que se ven y que antes brillaban por su ausencia, la mejor calidad de vida que antes se soñaba. Tal vez esta campaña se gane dialogando en vez de empapelando.
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Lo que diferencia a una buena campaña de una que no lo es, es la forma como enfrenta los conflictos internos y externos. Es imposible que una candidatura le apunte a todo en todo momento. Es improbable que su desarrollo sea un continuo movimiento ascendente sin altos ni bajos. Lo que importa es no perder el norte, no tentarse en discusiones laterales y superar roces entre personas en pos del objetivo superior. Si no se define un rumbo, hay otro que lo impone.
Nadie puede hacerse una idea cabal de cómo actuará un Presidente únicamente por la campaña. Muchas pruebas a las que se verá enfrentado si es elegido, ni siquiera se asoman. No por necesidad un buen candidato es un buen Mandatario. Tampoco hay nada a priori que impida que sea ambas cosas a la vez. No hay que orientarse por prejuicios, sino reconocer que subsistirá una incógnita hasta el momento en que el intérprete tome la guitarra. Pero si bien no sabemos hasta dónde puede llegar alguien, sí podemos saber qué es lo que no puede hacer. Mantener la cohesión de un grupo con mucho en común, pero que no deja de tener diferencias, es una prueba en un espacio acotado de lo que podemos esperar cuando un líder se proyecte en un espacio amplificado.
Cada campaña tiene distintos biorritmos. No todas demoran lo mismo en adquirir madurez. Mientras más elementos haya que combinar, más difícil será llegar a un funcionamiento aceptable. Una campaña pequeña, con gran sensibilidad mediática, puede iniciar una competencia con bastante agilidad y alcanzar notoriedad pública. Una con fuertes medios y recursos puede sostenerse sin problemas, aun cuando sus méritos no sean excesivos. Por uno u otro motivo, cada cual puede tener por seguro que dispondrá de una temporada de gloria, fama y fortuna. Pero en una carrera de fondo, lo que importa es la capacidad de sostener un esfuerzo regular, constante, sobre todo en el tramo final. Eso no es fácil de conseguir a menos que se sostenga sobre bases más sólidas que el entusiasmo inicial y tenga más argumentos que el poder del dinero.
Todo en su punto
A primera vista, la contienda es entre individuos que aspiran a la Presidencia. Pero en la práctica, los equipos también compiten, porque nadie llega solo a La Moneda. El comando que ha tardado más en adquirir su conformación más definitiva ha sido el de la Concertación. Esto no ha dejado de presentar un costo en las encuestas, pero, como sea, la conformación ya se ha producido. Desde ahora se terminan las posibilidades de tantear terreno, experimentar, intentar combinaciones novedosas "por si acaso" o dejar las coordinaciones indispensables para después. Importan los movimientos de precisión, las acciones colectivas guiadas por una visión estratégica y la capacidad de cohesionar a los integrantes tras propósitos comunes.
Se puede decir en términos negativos. Hay que evitar las acciones precipitadas, la tentación de enredarse en debates secundarios y en el espejismo de pensar que se avanza más rápido si se asumen públicamente iniciativas sin haberlas concordado en las instancias internas. Un comando puede no parecer muy grande ante ojos inexpertos, pero demanda un uso intensivo de amplia capacidad acumulada de experiencia, sentido de realidad, autoridad y efectividad operativa. Nada que puedan desarrollar aficionados o personas con dificultades para aprender con la velocidad necesaria.
Si usted duda, haría bien en consultar a quienes tengan experiencia en dirigir campañas de envergadura. Sin diferencia según su ubicación en el espectro, todos a quienes consulte podrán informar que nadie gana exclusivamente por el apoyo externo que se pueda recibir, del tipo que sea. Ganan los equipos que se muestran capaces de absorber el apoyo recibido, el entusiasmo despertado, las ideas entregadas y los recursos movilizados. En un contexto como el chileno, donde no cualquier conducta está permitida y no faltan las normas que todos han de respetar, no hay quien pueda pretender ganar mediante una guerra sucia. Se pueden denunciar conductas que parezcan reprochables y poner el acento en errores, caídas y omisiones. Pero no por mucho. Quien es atacado en demasía termina despertando una amplia solidaridad y el agresor termina por cansar a la mayoría. En otras palabras, nada puede reemplazar a los méritos propios. Se gana alimentando esperanzas, no resquemores.
Imponiendo el ritmo
Está claro que la mejor campaña es la que logra imponer sus términos, pone en sintonía a su abanderado y atrae la atención sobre su proyecto de gobierno y de país. En el caso de la campaña de Eduardo Frei, está muy claro lo que se necesita que ocurra para tomar la delantera: ofrecer un personaje real y entusiasmado con el desafío que le toca requiere que se centre la atención en su programa como cambio visionario y posible para Chile, y que la campaña llegue a las casas así como la derecha llegará a copar la vía pública.
Los adversarios de Frei se detienen siempre a mostrar las diferencias de personalidad con su apoyo más importante: la Presidenta Bachelet. Tienen razón en marcar las diferencias, no obstante, no es esto lo que más importa. Bachelet es hoy la Mandataria más popular de nuestra historia. Hasta sus detractores reconocen su carisma y, ahora, su liderazgo y efectividad. Nunca le va mejor que cuando es extrovertida y espontánea. En lo que hay que imitar a Bachelet no es en su personalidad irrepetible, sino en capacidad de aceptarse a sí misma y mostrarse tal cual es.
Tal como me dijera hace un tiempo un amigo, "este país tiene hambre de gente auténtica y con contenido". Gente transparente y con profundidad. Líderes sinceros y con algo que decir que no parezca extraído de un manual norteamericano del buen candidato. Porque todos sabemos que el que siempre dice lo correcto no está diciendo lo que piensa, sino que actúa un papel aprendido, ficticio. En este sentido, Frei sí puede parecerse a Bachelet. Eso, además de convencerse de que un personaje naturalmente serio no tiene por qué ser uno grave y sin sonrisa.
En seguida, importa mucho que el candidato de la Concertación haga gala de "la especialidad de la casa", la capacidad de proponerle al país un desafío exigente pero alcanzable, un sueño colectivo capaz de animar la construcción de la comunidad en el futuro próximo. Tengo la certeza de que ese proyecto ya está en manos de la Concertación. De que es capaz de entusiasmar y animar a muchos. Y que vale la pena cualquier esfuerzo por ponerlo al alcance de todos en un lenguaje y forma accesibles, pero que apelen a la inteligencia y al corazón de los ciudadanos.
La centroizquierda no debiera aceptar como algo natural que la derecha trasgreda la ley, adelantando el gasto de campaña, echándose al bolsillo normas vigentes que deben ser respetadas, más en tiempos de austeridad. Sobre esta base hay que decir que si fuera por dinero, la Concertación nunca habría tenido un Presidente y estaríamos gobernados por un sucesor de Pinochet. Sin embargo, quienes adhieren a la Concertación y a su candidato pueden entrar a las casas de muchos y conversar sobre la protección que se tiene y antes no, los adelantos que se ven y que antes brillaban por su ausencia, la mejor calidad de vida que antes se soñaba. Tal vez esta campaña se gane dialogando en vez de empapelando.
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