El Padre, el Hijo y la DC. Ricardo Solari.
La DC debe acostumbrarse a un Frei Ruiz-Tagle cambiado, desprendido del peso de su padre y resuelto a avanzar más rápido.
El padre. En 1964, en plena guerra fría, con EE.UU. y la URRSS sumergidos en una batalla geopolítica, espacial e ideológica y con una Cuba revolucionaria inquietando al continente, Eduardo Frei Montalva asume como presidente con un histórico 56,32% de aprobación, pero con el duro desafío de realizar importantes reformas sociales y mantener la estabilidad del país.
Las armas del nuevo presidente eran amplias y reconocidas hasta hoy. Poseía un gran carisma, cultura, oratoria, un pasado político que avalaba su estatura moral y convicciones claras y seductoras para un pueblo ansioso de materializar cambios largamente acariciados. A su favor también jugaron su origen político al alero de la Iglesia Católica, específicamente de su doctrina social, y sus actuaciones de coherencia ética en los gobiernos de Arturo Alesandri, Juan Antonio Ríos (al cual renuncia siendo ministro en protesta por actos de represión) y Gabriel González Videla.
Los éxitos de su administración –un impresionante descenso del analfabetismo y una reforma educacional de gran envergadura y en el ámbito laboral, con la creación del seguro de accidentes del trabajo y la ley de sindicalización campesina–, sólo compiten con la ambición de sus “vigas maestras”: la Reforma Agraria y la chilenización del cobre, que -aunque con resultados muy dispares- marcarían el futuro gobierno de Salvador Allende.
El duro tono de su discrepancia activa hacia la UP permite entender por qué visualizó el golpe como una especie de castigo a la fractura del país. Quizás haya sido su visión catastrófica respecto a lo ineludible de la dictadura lo que demoró su reacción crítica, a pesar del rechazo que el mundo entero mostraba hacia el bando golpista. Sólo en años posteriores comenzó a demostrar su oposición y sus cuestionamientos se fueron acentuando.
Para 1980, en plena discusión sobre la aprobación de una nueva Constitución, Frei Montalva participó en el único acto opositor masivo que había sido autorizado y llamó desde ahí explícitamente al retorno a la democracia. Dos años más tarde, su muerte provocada en circunstancias no aclaradas, interrumpió una producción de textos llenos de mensajes para un Chile posterior a la dictadura.
El hijo. Eduardo Frei Ruiz-Tagle, estuvo destinado, desde su nombre, a seguir la senda del otro Frei. Estudió en el mismo colegio católico progresista, el Luis Campino, y desde los 16 años militó en el recientemente fundado Partido Demócrata Cristiano. Poco más tarde, a sus 22 años, se vio envuelto en la campaña que condujo a su padre a la presidencia.
Tras su egreso de la universidad, vivió un prolongado alejamiento de la vida política para volcarse de lleno a su carrera profesional en el mundo privado. Esta opción, que reflejaba su simpatía por el mundo de los negocios, los números y el desarrollo industrial por sobre el servicio público, constituye uno de los pocos períodos biográficos en los que se distancia de la actividad que ha marcado tan claramente a su familia. La muerte de Frei Montalva lo pone de vuelta en lo público, participando en la fundación creada en honor de su padre en 1982.
Sin embargo, el episodio decisivo que marca el regreso de Frei a la política fue su incorporación al Comité por las Elecciones Libres, CEL, que buscaba reformar la Constitución y conseguir más garantías para el plebiscito de 1988, invitado por Sergio Molina, compañero de partido y amigo de la familia. Frei hijo enfrentaba, por primera vez, la tarea de hablar a las masas, de convencer y actuar públicamente. Aunque escueto de palabras y tímido en un principio, Frei Ruiz-Tagle debe haberse convencido en esa campaña, a punta de ovaciones y fervores populares, que el peso de su nombre lo destinaba a la vida política.
Con el paso del tiempo es cada vez más evidente que su herencia no se limita al parecido físico o a su apellido, sino también a una forma de ver la política, asociada a la promoción de ideas y reformas y al ejercicio del poder en función del servicio al país. El padre y el hijo repudian, en la misma medida, los populismos baratos y los personalismos vacíos.
El hijo, a pesar de todo lo anterior, no es su padre. Ya se ha adelantado que no posee la facilidad de palabras de su progenitor, así como tampoco un carisma que le facilite la tarea. Es, por el contrario, un hombre práctico, gerencial y parco, con gesto serio, siempre en búsqueda de fórmulas concretas. Su personalidad, ligada a un ambiente de cuidado extremo de la transición, empujó al gobierno que conquistó con una impresionante votación de 57,9%, más al desarrollo económico del país que a temas valóricos que pudieran despertar susceptibilidades aún peligrosas.
La modernización de Chile y la inclusión de más personas a la prosperidad parecieron ser su gran objetivo. Para ello elaboró estrategias para hacer más eficiente un Estado que, prácticamente abandonado por la dictadura, había desarrollado gravísimos problemas de gestión. Su acento práctico también se reflejó en los avances en infraestructura, en la aprobación de la Reforma Procesal Penal y en la revitalización de las relaciones internacionales de nuestro país. Las dificultades económicas de la fase final de su gobierno, sin embargo, nublaron el juicio de un balance global de muchas más luces que sombras. El reverso de su inclinación pragmática se observa en la ausencia en Frei de las sensibilidades tradicionales de la izquierda. Los costos de esta elección se materializaron en sucesos como la construcción de Ralco y el retorno de Pinochet desde Londres, que hasta el día de hoy le son enrostrados por los sectores más duros del progresismo, pero que –desde otro ángulo– representaron para él la afirmación de su convicción respecto de que la acción gubernamental debe estar siempre respaldada por los compromisos institucionales y el cumplimiento de la ley.
La DC. La proclamación de Eduardo Frei como candidato parece ser la última esperanza de un partido que había comenzado a olvidar sus fundamentos para devorarse a sí mismo.
El reto DC en este sentido es triple y complejo. Por una parte, debe volver a recuperar identidad en un contexto de gobiernos, pactos y programas de coalición. Difícil reto que comparte con otros partidos, pero que se hace más crítico en una agrupación fundada en lo que ha perdido: fuerza de centro, ideario altamente ideológico. Pero lo más importante: debe reconquistar funcionamiento colectivo y fraternal, cuestiones tan propias de la etapa fundacional de esa institución.
También la DC debe acostumbrarse a un Frei Ruiz-Tagle cambiado, desprendido del peso de su padre y resuelto a avanzar más rápido. Frei hijo cree que en esta crisis hay una oportunidad para grandes reformas, quizás de una nuevas “vigas maestras”, en el sentido de cambios emblemáticos y profundos que permitan lograr saltos cualitativos. Así se puede entender su llamado a la reforma de la Constitución y a la estatización del sistema de transporte público. Sospecho que luego de lograr su candidatura, nos sorprenderá con otros grandes proyectos esta vez no tan destinados a ganar los públicos “progresistas”, sino más bien orientados a retomar su intrínseca vocación modernizadora y liberal.
El es un hombre por definición concertacionista y aglutinador, enemigo de las fracciones y de la personalización del poder. Pero siendo aquellas condiciones necesarias, no son suficientes en la actualidad si se quiere escapar del olor a arreglín y si se decide asumir efectivamente una estrategia de innovaciones no sólo discursivas, sino de los modos efectivos de hacer las cosas.
Para Frei la gran dificultad es entusiasmar. En ese proceso, será clave que su nominación se haga en consulta no sólo con la coalición, sino también con la ciudadanía en procesos participativos de verdad. Paradójicamente, el desgaste de la Concertación obliga hoy a que el lanzamiento de su eventual candidatura, si quiere crecer en las encuestas, requiera de mucho más legitimidad que en 1994, cuando debutaba en las grandes ligas presidenciales.
Nada de esto es fácil, pero Frei puede intentar ese camino y, desde ese centro recuperado, reconstruir una Concertación que conquiste la mayoría y se transforme así nuevamente en la mejor opción de gobierno no para unos pocos, sino para todo el país
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