viernes, enero 11, 2008

La Democracia Cristiana: ¿En riesgo de perder vigencia? Héctor Casanueva Vicerrector Académico de la Universidad Miguel de Cervantes. Vicepresidente

(El Comité editorial considera de interés, dado el momento que vive el PDC, ofrecer on line este artículo, que fuera publicado en la versión impresa de PyE del primer semestre de 2006)
INTRODUCCIÓNUn malestar explícito y palpable se ha instalado en la militancia de la Democracia Cristiana. Luego de las elecciones presidencial y parlamentaria ha cristalizado una sensación que venía de hace tiempo, que nos lleva a preguntarnos por el sentido de nuestra acción política. Hay también una sensación de pérdida del patrimonio afectivo del que nos enorgullecíamos y que considerábamos una de las cualidades diferenciadoras respecto de los demás partidos. Recuerdo que el tema del sentido, y el de la convivencia, eran una constante preocupación del maestro Castillo, empeñado en que nunca la DC perdiera ni la claridad, ni el rumbo, ni la cohesión, tanto en la época del intenso debate ideológico con el capitalismo y el marxismo, como ahora en que el neoliberalismo se enseñorea por el mundo a caballo de la globalización.Los resultados cuantitativos siguen situando al PDC como el primer partido de la Concertación y prácticamente el primero del país junto con la UDI. Pero con menos votos y menos representación parlamentaria, los resultados cualitativos nos dicen que hay un llamado de atención en cuanto al fondo, en el que debemos fijarnos. Al mismo tiempo, nos marcan un desafío en cuanto a la forma de hacer política en la era de la hipercomunicación. Muchos y buenos candidatos de la DC fueron desplazados por nuestros socios por el hecho de ser más jóvenes, ser más mediáticos, tener propuestas concretas y más cercanas a la gente, o por haberse dedicado a tareas distintas a las legislativas pero más populares.
Entonces, con resultados relativamente buenos en votos, pero relativamente malos en posicionamiento, cabe preguntarnos si está la DC agotada, superada o extraviada. O las tres cosas a la vez.¿El problema radica en un agotamiento del partido mismo –o sea en la forma en que este instrumento explicita la acción política– o su ideología está superada, o, por último, en su acción política ha extraviado el rumbo? En suma, vamos a la cuestión central, que es la pregunta por la vigencia del Partido Demócrata Cristiano.LA CUESTIÓN DEL SENTIDOQue la lucha entre los dos sistemas se haya resuelto a favor del capitalismo, y que el neoliberalismo vaya copando los espacios culturales no hace desaparecer la pregunta. Resuelta esa dicotomía recíprocamente excluyente, para la DC la cuestión del sentido se reaviva, porque la preeminencia de un nuevo capitalismo global amparado en un neoliberalismo político-cultural no conduce al desarrollo integral e inclusivo de toda la humanidad. Más bien subsiste con más dramatismo y urgencia, puesto que la lucha fundacional radicó siempre en preservar el valor de la persona y de la comunidad frente a dos sistemas que la negaban, ya sea por el énfasis en el individuo por encima de la comunidad, ya sea por el énfasis del colectivo por sobre la persona.Pero no obstante ello, la DC ha ido sufriendo un descenso sistemático en la votación popular, pese a los esfuerzos estabilizadores del último tiempo. Para ir al fondo, señalaría por mi parte tres razones que lo explican. La primera razón es consecuencia de lo que el maestro Jaime Castillo pronosticaba ya a inicios de los setenta como “la convergencia de los humanismos”, es decir, la amplia aceptación de un corpus de valores, principios y lineamientos políticos para la vida en sociedad, al que progresivamente se ha arribado desde todas las manifestaciones del humanismo, sea este laico o cristiano, sea liberal, socialista o comunitario. Lo que hace tan solo medio siglo era fuente de diferencias y enfrentamientos –por ejemplo la democracia representativa, el mercado, los derechos humanos,
la sociedad civil, la apertura comercial– hoy son parte de una misma base deconvivencia, en que son sólo los matices y grados de profundidad los que generan diferenciaciones. Para la DC, en Chile y en el mundo, esta convergencia ha tenido un doble impacto. Por una parte, muchas de sus tesis han terminado imponiéndose y fueron asimiladas por los demás partidos, y eso es de por sí un triunfo que la justifica históricamente. Pero al mismo tiempo esas banderas ya no son exclusivas, no la diferencian y por lo mismo la adhesión básica de las personas a un conjunto de ideas que todos comparten no las lleva necesariamente a votar por el partido o corriente de pensamiento que las generó, porque además la gente emite cada vez más su voto en función de expectativas y menos para agradecer lo realizado.La segunda razón, al hilo de lo anterior, es lo que ya es un lugar común en el análisis político: el corrimiento hacia el centro. La derecha quiere ser “centroderecha” y la izquierda quiere ser “centroizquierda”, y en ese proceso, los partidos que históricamente han ocupado el centro van perdiendo espacio, porque ese desplazamiento significa que los demás adoptan e internalizan posturas y un discurso ad hoc basado en lo que es característico de este espacio: la gobernabilidad, los consensos, la moderación, el cambio progresivo, la preocupación por la clase media, etc., todas ellas posiciones muy clásicas de la DC chilena, que tan solo treinta años atrás no eran compartidas por los demás, e incluso, como se recordará, eran estigmatizadas como retrógradas.
La tercera razón, tiene que ver con el cambio cultural ocurrido en Chile y el mundo producto de la globalización liberal, con negativa repercusión en los valores políticos, y de la globalización capitalista con fuerte impacto nocivo en los paradigmas económicos. En efecto, como es de fácil comprobación, la lógica del individualismo y la competencia han permeado nuestras sociedades a tal punto que han conducido a lo que Maritain llamaba “la racionalización técnica de la política”, que la transforma en un instrumento de poder por el poder. Las propuestas son un producto que se ofrece al elector-consumidor de la manera más atractiva y digerible que sea posible, en competencia con otros “productos” políticos a los que hay que vencer en las preferencias del público. Se sustituye de este modo la “racionalización ética” de la política (Maritain), en que partidos doctrinarios, ideológicos (palabra injustamente estigmatizada hoy en día) representan pero también lideran al electorado hacia metas superiores y más complejas de desarrollo integral, más allá de la coyuntura y en el marco de una ética de la acción política que le pone límites a los instrumentos –o sea, una relación ética de fines y medios– y por lo tanto no todo vale ni todo está permitido en la lucha por las preferencias de los electores. Pero como estamos siendo invadidos por el facilismo, por la lógica individualista y la competencia a todo evento, tienden a surgir partidos instrumentales o liderazgos populistas no tradicionales que se inscriben en la lógica de la racionalización técnica, siempre más fácil, siempre más rentable en lo inmediato. En esa confrontación pierden en el corto plazo los partidos doctrinarios, porque deben sujetarse a unos principios y decirle al electorado las cosas como son, mostrarle caminos que son más difíciles, mantener las lealtades con las promesas y con la gobernabilidad, plantear y defender ideas y normas que van contra el pragmatismo, el relativismo y el acomodo.
El socialcristianismo tiene en el siglo XXI, en Chile y en el mundo, muchos desafíos, pero probablemente el más grande de todos y el más difícil sea mantenerse fiel a los principios. Esto significa perseverar en la transformación de la sociedad, sin acomodarse al modelo único vigente –excluyente y suicida–, sino corregirlo y trascenderlo para crear sociedades integradas. Humanizar la globalización, globalizar la tolerancia sin aplastar la identidad, la sensibilidad y el pensamiento de quienes creen en la libertad con responsabilidad, es, como Maritain lo señala muy bien: “ tarea ardua, paradójica y heroica: porque no hay humanismo de la tibieza”.LA CUESTIÓN DE SU ACCIÓN POLÍTICASe dice que la DC se ha quedado atrás en la modernidad, e incluso se ha dicho que lo doctrinario es contrario a lo moderno, que lo moderno es ser relativo. Veamos: la DC aporta en nuestra sociedad –pese a imperfecciones, fallos y desviaciones ocasionales que sería absurdo no admitir– una visión humanista cristiana que tiene valores permanentes intransables, aunque haya gente que pida otra cosa y aunque otros partidos se acomoden al sistema. La matriz de su propuesta política sigue las fuentes originarias: la doctrina social de la Iglesia, las ideas de los filósofos cristianos y de sus líderes políticos que en el siglo XX propusieron un tipo de sociedad distinta al capitalismo, conciliando la libertad con la justicia social, comunitaria, integradora, basada en el respeto a la persona, y por eso mismo, solidaria. O sea, la construcción de una sociedad verdaderamente moderna. Estas posiciones las hemos traducido en obras que desmienten, hasta el día de hoy, las afirmaciones sobre una supuesta “impermeabilidad consuetudinaria de la DC a los cambios culturales y sociales”, como se atrevió a escribir un sociólogo de la coalición. La DC estuvo siempre contra cualquier discriminación y persecución política y dio testimonio de ello.
La Revolución en Libertad (combatida sin piedad de lado y lado) significó precisamente uno de los mayores cambios sociales y culturales de Chile, la inclusión de amplias capas de población rural y urbana a la economía, a la vida política, a la educación, a la participación y a la dignidad como personas. Sin ella, Chile no sería lo que es ahora. Más tarde, la DC y destacados democratacristianos fueron defensores activos de los perseguidos y el partido como tal realizó una apuesta humanitaria, ética y política central para la recuperación democrática de Chile. Muchos democratacristianos, además, han encabezado en estos años trasformaciones clave para los derechos de las mujeres chilenas, para el acceso a la justicia, para la filiación de los hijos, la defensa del consumidor, la inserción internacional, la recuperación de la deuda de los bancos. La DC ha respaldado el divorcio, la planificación familiar, la no discriminación en las escuelas, el término de la censura.¿Qué es todo esto sino una real conexión con la gente en base a los problemas concretos y de acuerdo a los cambios culturales? ¿No es esto acaso unamuestra contundente de verdadera modernidad? LA CUESTIÓN DEL PODER Y LOS CARGOS PÚBLICOSSe ha instalado la idea de que los partidos políticos son fuente de corrupción y de prebendas, una forma de pagar favores a una clientela electoral y operadores que viven en torno al poder. Es un problema que en realidad nos afecta y nos posiciona mal ante la opinión pública. En el ejercicio del poder –o la búsqueda del mismo– que es de la esencia de un partido político, tener principios y ser fiel a ellos es fundamental. Para su vigencia como partido también lo es que sepa estar, y estar bien y oportunamente, donde se toman las decisiones, para poner su impronta en el trabajo legislativo, en los programas de gobierno y la gestión misma de la función pública. En este sentido, por ejemplo, levantar candidaturas “ganadoras” sin precisiones, por el solo hecho
de serlas, puede ser redituable en lo inmediato, pero a la larga no es bueno si no nace de una convicción y de un acuerdo sobre ciertas bases que representen esos principios.Porque si luego de hacerlo, el partido no queda adecuadamente inserto en las estructuras de poder, habrá inevitablemente una reversión del electorado. El electorado antes y después de votar por un partido tiene que verse representado a plenitud, en las ideas, en las propuestas, en las personas y en la gestión pública. El ciudadano no entendería que aquellos por quienes votó no ejerzan la influencia y ocupen los espacios en el poder, ya que sería una especie de traición al mandato otorgado con el voto. Por supuesto que nuestros detractores siempre tratarán de presentar esta necesaria posición de poder de manera distorsionada, y solo desde el ángulo de disputas por cargos y prebendas. Pero las responsabilidades hay que asumirlas, porque el ejercicio del poder, legítimamente, es lo que permite a un partido llevar adelante sus ideales y programas, y no debe ceder ni dar razones a las críticas de quienes creen que la política se hace sin políticos y sin responsabilidades públicas.El problema en la DC –y en realidad en todos los partidos– está en cómo instrumentar esta necesaria vocación de poder de modo que efectivamente se trate de la ocupación de espacios para llevar a cabo ideas y programas, y no para obtener prebendas personales o posiciones que reproduzcan las condiciones para cooptar la voluntad popular. O sea, la corrupción. La solución es muy simple en realidad, porque bastaría con que existiera movilidad interna para la ocupación de cargos partidarios, y que siempre los candidatos y autoridades públicas sean idóneos, seleccionados solo atendiendo a este criterio.
Difícil, sin embargo, si no se trasparentan los procedimientos y se airean las estructuras, que es lo que debe hacer urgentemente la DC. Una de las consecuencias de no tomar estas medidas, es que poco a poco los cargos públicos y los cargos internos del partido van siendo patrimonializados por quienes los ocupan, formando cofradías que se protegen y enquistan en el poder. Los casos del PSOE en España, o de la DC y el PS en Italia, o las situaciones –afortunadamente puntuales– ocurridas con militantes de la DC y otros partidos de la Concertación, son paradigmáticos de esto.LA CUESTIÓN DE LA CONVIVENCIA INTERNAEn la sociedad capitalista y neoliberal que vivimos, la competencia por los espacios laborales, por el éxito social estrechamente vinculado al éxito económico, es una constante que produce roces, peleas y aislamiento incluso hasta dentro de las propias familias. No es el tipo de sociedad que queremos los democratacristianos, opuesta a la solidaridad. Como la pérdida progresiva de lo público y comunitario va cediendo espacios en la sociedad a nuevas y sofisticadas formas de individualismo, se reafirma la urgencia de que un partido con la base doctrinaria e ideológica del PDC pueda dar ejemplo de convivencia y amistad cívica mediante la cohesión interna. Las denominadas “peleas políticas” se proyectan y amplifican en los medios de comunicación, y contribuyen a reforzar la idea del canibalismo del poder, del que los partidos son sus protagonistas.Nuestro partido tiene mucho de eso. Se ha ido perdiendo el sentido de comunidad, de pertenencia a un grupo de personas que tiene ideales comunes y formas de relacionarse especiales, fraternas, emanadas de la común adhesión a la idea-fuerza central del cristianismo aplicada a la acción política: el amor al prójimo. La competencia característica de la sociedad capitalista ha llegado al interior del partido de una manera brutal, lo que era de prever, porque la fuerza del entorno no podía dejar fuera a los partidos. Pero entonces lo que corresponde hacer es tomar conciencia de ello, que nuestros líderes den el ejemplo de convivencia fraterna, y con hechos concretos generar mecanismos de regulación de la competencia interna, establecer un tribunal de ética que oriente y modere la forma de expresión de las diferencias.
La mayor fuerza, recordemos, del mensaje cristiano está en el testimonio de amor que sus adherentes demuestren en la sociedad. Esta presencia activa de la vivencia fraterna es lo que más impactó en los orígenes del cristianismo y más adhesiones ganó hasta transformarse en una fuerza incontrarrestable. La aplicación a la política del mensaje cristiano que está en la base de la DC, llamada, según Maritain, a llevar a la vida social “las consecuencias políticas y sociales del evangelio”, no puede hacerse, como el propio filósofo indicaba, por medios que contradigan el mensaje y el fin perseguido.¿Cómo podemos proponer a la gente un modelo de sociedad comunitaria, solidaria, integradora, si no somos capaces de crearla dentro de nuestro propio partido? La incoherencia es lo que más penaliza la gente a la hora de votar.LA URGENCIA DEL RETORNO A LOS FUNDAMENTOS PARA PROYECTARSE EN EL SIGLO XXIA todas luces el modelo de sociedad que vivimos –ya no solamente el modelo económico– es estructuralmente excluyente, y por ello no puede conformar a los DC, como de hecho no conforma a la Iglesia, que persistentemente clama por correcciones y llama a los cristianos al compromiso con la construcción de una sociedad buena y justa. Esta cuestión es central: la DC tiene que ser inconformista, siempre, mientras quede un pobre, un excluido, un desplazado. Si se acomoda, como lo han hecho otros partidos supuestamente progresistas, pierde su esencia y vigencia como partido, pero como las causas que le dieron origen como partido siguen existiendo, sus banderas serán recogidas por otros, incluso para distorsionar el sentido del mensaje, como trataron de hacer desde la derecha en los últimos años y especialmente en la campaña presidencial. Es claro que la Democracia Cristiana chilena siempre ha sido progresista, pero tiene que adaptarse mejor a los nuevos tiempos, hacer una debida introspección y reformular sus propuestas de acuerdo a las realidades del siglo XXI. Pero desde lo que son sus principios de siempre. El retorno a los fundamentos y los orígenes es el camino para proyectarse en la acción política para el siglo XXI.
Esto no tiene nada de conservador ni arcaico, porque no hay nada más revolucionario y moderno que una sociedad integrada, solidaria, equitativa, que es la sociedad comunitaria postulada por la DC, basada en ese “humanismo integral” maritainiano. En el fondo y a la larga, esa consistencia será mejor para el país, para la Concertación y para sí misma, aunque en el corto plazo parezca que no conecta con esta rara modernidad superficial que estamos viviendo y por ser consecuente pierda votos coyunturales. No debe rendirse a la sola búsqueda del poder por el poder, traicionarse a sí misma, olvidar su misión, vender su alma, mimetizarse y atender a los llamados a seguir la corriente del cosismo disfrazado de populismo, de progresismo o de modernidad para subir en las encuestas o ganar votos. Sobre todo ser permanentemente fiel a la ética de los fines y los medios, contribuyendo a que la política, como decía Maritain, no sea “solo avaricias, celos, egoísmos, orgullos y supercherías infantiles”.Sin ánimo de agotar el tema, sino solamente para explicitar medidas que es necesario tomar, que están presentes en las conversaciones entre los camaradas y amigos preocupados por la vigencia del partido, podríamos anotar algunas que son urgentes de aplicar:1. Transformar estructuras obsoletas para dar cabida a los nuevos actores que emergieron en la vida pública (ONG, colectivos ciudadanos, etc.). Ello implica una nueva orgánica, más ágil, especializada y con movilidad interna. Revisar la integración del Consejo Nacional, incorporando por ejemplo a las comisiones técnicas, es muy importante.
2. Mejorar el sistema de movilidad interna para el surgimiento de nuevos y mejores dirigentes y de candidatos de calidad para la función pública.3. Asegurar que el sistema de generación de autoridades partidarias y de candidaturas no destruya la convivencia.4. Incorporar en los programas los nuevos temas de la agenda ciudadana y de la compleja realidad del siglo XXI.5. Aplicar en el trabajo cotidiano la trilogía “propuesta-compromiso-testimonio”.6. Abocarse decididamente a generar una pedagogía política que valore y sitúe la función pública en la estimación ciudadana como uno de los activos del país, empezando por no devaluar nosotros, tanto en las actitudes como en la semántica, la nobleza de la actividad política.7. Modernizar su gestión y hacerse cargo de las nuevas formas de relación con los ciudadanos, poniendo especial atención a la fuerza de los medios de comunicación, incluyendo Internet. En esto no cabe la improvisación ni la figura del político genial, ni de la genialidad “spot”, sino un uso profesional de los medios para llegar mejor al ciudadano.8. Establecer sistemas de evaluación orientados al desempeño de sus representantes en las instituciones del Estado.9. Disponer de equipos político-técnicos generadores de propuestas de corto y largo plazo, y de apoyo a la función de la directiva y nuestros representantes en las instituciones del Estado.10. Mejorar el desempeño administrativo interno y profesionalizar el trabajo electoral.