lunes, marzo 19, 2007

....LA IMPLOSIÓN....R.FORTUNATTI...

Se entiende por implosión la acción de romper hacia dentro con estruendo las paredes de una cavidad en cuyo interior existe una presión inferior a la que hay fuera. También se emplea la expresión para denotar la brusca disminución del tamaño de un astro. Cualquiera sea la acepción, la implosión se refiere a una compresión de la materia que, aplicada a la organización política, se traduce en pérdida de solidaridad y poder. Acaso éste, el apagamiento paulatino de una estrella otrora luminosa, sea el riesgo latente de la Concertación a un año del gobierno de Michelle Bachelet.
No es que haya aumentado la presión de las dos oposiciones externas a la coalición, ésta que ejercen la izquierda extraparlamentaria y las dos derechas. O que, por efecto de dicha presión, se hayan desgajado grupos significativos de la Concertación. Si se les da crédito a los indicadores de adhesión y confianza públicas, nada de esto ha ocurrido. Es que, para ser exitosa, una presión debe capitalizar a favor suyo la adhesión de la población, y está claro que la ciudadanía no ha favorecido a ninguna de ambas oposiciones políticas. Parece difícil que las oposiciones de izquierda y de derecha puedan hacer estallar a la coalición de gobierno. Pero tampoco existe el espacio hacia donde puedan salir proyectados los fragmentos de esta eventual explosión.
El problema de la Concertación es que sus propios elementos estructurales están dando muestras de fatiga. Empiezan a ceder las vigas maestras del edificio, sus fuerzas espirituales, su credibilidad y su autoridad moral. Todos intangibles a menudo despreciados por el realismo cínico, pero que, sin embargo, han encarnado, y seguirán encarnando en la historia, lo más esencial e imperecedero de la acción política. Luego, también comienzan a desdibujarse las señas de identidad de los partidos. Sus perfiles intelectuales, sus recuerdos, sus ejemplos de vida, sus obras, y, sobre todo, las razones por las que vale la pena militar en ellos. En forma simultánea, y sin inhibiciones, se ven aparecer otras formas de adhesión, de lealtad y de estímulos a la cohesión.
Lo sucedido en la última semana abunda en testimonios. ¿Qué, sino agotamiento por cansancio, es lo que revelan las últimas declaraciones del senador Adolfo Zaldívar? ¿Qué, sino abandono de las tradiciones, son los condicionamientos impuestos por sectores políticos emergentes –en una especie de rebaraja del naipe– para asegurar la presidencia de la Cámara de Diputados? ¿Qué, sino un nuevo tipo de autonomía, es lo que deja ver la prohibición de Epopeya? El canciller informa razones de Estado al directorio de TVN. El directorio actúa en consecuencia. Walker, miembro del directorio, justifica al canciller: «Nada de lo hecho por Foxley sería posible sin el apoyo de la Presidenta». Cierto, es ella quien conduce las relaciones exteriores. ¿Pero entonces por qué la prensa dice que la Presidenta actuó frente a hechos consumados?
Esto es lo que ocurre en las altas esferas. Quien se diera el trabajo de recorrer las calles y barrios de los partidos, su vida cotidiana, aquella que transcurre en las localidades, en las sedes, en los niveles básicos e intermedios de la sociedad civil, descubriría cuán profundas y lacerantes son estas transformaciones, y cuán desamparadas están quedando sus víctimas.
La Concertación no explotará. No, mientras perdure esta fortaleza blindada del sistema binominal que impide su dispersión. Pero se desintegrará hacia dentro en tantas fracciones como intereses confrontados y no procesados se formen en su seno. En tales circunstancias, todo indica que la salida no se hallará en el elitismo de los grupos transversales, círculos de hierro, o «policy makers» del segundo piso, sino en la reforma democrática, participativa e integradora de los partidos fundadores.