martes, agosto 26, 2008

EL PRESTIGIO PARLAMENTARIO. Andres Rojo.

Los diputados han dado facilidades en los últimos días para la burla y la crítica ciudadana de tal manera que casi no vale la pena ya a estas alturas referirse a los bochornos por el aumento de la asignación para combustible, que algunos posaran dominando la pelota mientras ese y otros días los reporteros gráficos se solazaban mostrando la Sala de Sesiones prácticamente vacía o, peor aún, que algunos de los llamados a fiscalizar a Codelco en una comisión especial aparecieran recibiendo pagos por asesorías que, justa o injustamente, han sido tomadas como pagos políticos.

A pesar de la tentación de sumarse al oprobio ciudadano, lo importante es lo que señaló el ex-Presidente Patricio Aylwin al participar en una comisión especial de la Cámara de Diputados que discute la reforma del sistema político, en cuanto a que los parlamentarios tendrían "cierto grado de falta de una visión clara de su tarea". Esta frase -amable y generosa a la luz de los últimos hechos- debe leerse como lo que pensarían muchas personas: ¿Cómo se va a reemplazar el sistema presidencialista por uno semi-parlamentario, si los parlamentarios no demuestran la capacidad de exhibir una conducta respetable?

Es justo decir que este tipo de situaciones son las que contrastan en el juicio popular con las defensas intentadas por los propios parlamentarios y otras autoridades políticas, en cuanto a que habría una animadversión de parte de la prensa con los políticos, cuando la verdad es que no se necesita de nadie para afectar el prestigio de los parlamentarios porque ellos mismos se bastan para dañar el respeto del que deberían gozar los representantes de la ciudadanía.

Por otra parte, es habitual escuchar quejas de senadores y diputados por el auténtico desprecio con el que el Ejecutivo actúa frente al Congreso Nacional, y si bien estas críticas tienen un sustento real, pero si los congresistas quieren ser tomados en serio tienen que realizar su trabajo con seriedad y responsabilidad, en lugar de responsabilizar de sus propias culpas a los demás.

Evidentemente, los parlamentarios no son personas tontas y sus conductas sólo se pueden explicar por un cierto distanciamiento respecto del sentir ciudadano que es peligroso porque su rol es, precisamente, representar a la gente al momento de debatir los proyectos de ley y fiscalizar al poder político.

Pero esta conducta es también peligrosa porque, junto con el descrédito de los políticos se genera un manto de recelo en relación a la actividad política y la democracia misma.